Pasadas las 22.35 horas, Francisco Javier Horas, ingeniero zamorano de 31 años, se enteró de la explosión que acababa de registrarse a menos de diez minutos a pie de su casa, en el recinto Mánchester Arena. Fueron sus padres quienes informaron al joven natural de Benavente de la noticia, revelada antes en España que en Inglaterra. «Había oído una ambulancia, pero pensé que se trataba de algún accidente. Cuando estudiaba en Burgos, la banda ETA atentó contra el cuartel de la Guardia Civil y el temblor lo pude sentir a pesar de que estaba mucho más lejos», relata el ingeniero.

La voz de alarma de su familia fue el preludio del sonido de un reguero de ambulancias y coches de policía que se dirigían al lugar del atentado. El ataque, que costaría la vida a 22 personas y heridas de diversa consideración a 59, se dejaría notar durante toda la noche en todo el perímetro por medio del ruido de las aspas de un helicóptero que no pararía de vigilar el área durante horas.

Una noche complicada, dramática para las víctimas y sus familias, tras el concierto de la cantante estadounidense Ariana Grande que había terminado en tragedia y que dejaría en la ciudad inglesa un ambiente extraño, tremendamente silencioso, a la mañana siguiente. «Cuando fui a trabajar a las seis y media se veía más tráfico del normal. En la Estación Victoria vi la razón: la zona estaba acordonada y estaban desviando el tráfico». Francisco Javier no dejó de ver agentes armados camino de su trabajo, un edificio de cinco plantas con un millar de trabajadores que, según les informarían al acceder, «no era objetivo terrorista». Aún así, la dirección les solicitó que firmasen un registro para comprobar que todos estaban sanos y salvos y les pidieron que cancelaran entrevistas y visitas fuera del complejo.

Ya por la tarde, a eso de las cuatro y media, el centro de Mánchester es un desierto en el que «solo circulaba algún que otro tranvía y autobús». «En realidad, había muy poca gente cuando lo habitual a esas horas es encontrarse las calles abarrotadas y el continuo trasiego del transporte público», narra el joven benaventano. En las proximidades de Market Street -la calle principal de compras que da al centro de Mánchester- Francisco Javier observó «todas las tiendas cerradas o vacías». Y no solo los establecimientos estaban desiertos. También el Sinclair, «el bar en el que solemos reunirnos muchos españoles para tomar una cerveza», clausurado y acordonado.

Escasos tranvías

El silencio se prolongaba en Printworks, una zona de restaurantes «siempre abarrotada», con todo «vacío y cerrado». La parada de tranvía de Sludehill -continúa su relato el ingeniero civil- «se encontraba inoperativa y el acceso desde Victoria Station que comunica Mánchester con ciudades del norte como Bury, Olham o Rochdale, cerrado».

La descripción del ingeniero zamorano -silencio, quietud y escaso movimiento en las calles- contrasta con el bullicio de Mánchester, una ciudad dispuesta a terminar la noche del lunes con las canciones de Ariana Grande, ídolo de adolescentes, y crujió con la explosión que ha sembrado de luto Reino Unido. A pocos minutos de la zona, se escucharon las ambulancias, pero ni siquiera el temblor mortal del Mánchester Arena.