Una de las entradas anteriores de esta serie estuvo dedicada a la aparición, y en ella el respeto y la admiración, que Enrique Vila-Matas mostraba hacia la poesía de Claudio Rodríguez en su novela París no se acaba nunca, aparecida en 1997 y considerado uno de los textos más interesantes de la producción del novelista barcelonés. En esa misma novela Vila-Matas recuerda a otro escritor zamorano - Agustín García Calvo-, como es sabido autoexilado en París después de los acontecimientos que tuvieron lugar en 1965 en la Universidad Complutense de Madrid y que supusieron la expulsión de varios profesores de sus cátedras. Don Agustín, que así era, como es lógico, nuestro tratamiento en el Instituto Claudio Moyano por quienes fuimos sus discípulos, permaneció en París durante muchos años y allí, entre otras actividades que protagonizó, figura su tertulia en el café “La Boule d’Or”, tertulia que se convirtió en un referente para una cierta parte del mundo intelectual parisino y lugar de peregrinaje para no pocos españoles que se acercaban a la capital francesa.

Vila-Matas, en un momento determinado de su novela, describe la llegada a Paris del adinerado mallorquín Tomás Molla, “joven y chiflado huérfano” y que eligió como su sede otro café, el “Flore”, para vivir París y hacer más que evidente la herencia recibida en la isla mallorquina:

“Se trasladó o exilió a París buscando olvidarse de los andrajosos y deseados muertos que dejaba atrás (su mallorquina familia era muy decadente, pero eso no da siempre, ni mucho menos, patente de elegancia) y llevar allí una vida de dandy o de flâneur, dos formas de ser en la vida que eran impracticables en su apelmazada ciudad de Palma de Mallorca. Pronto renunció a lo segundo, a ser flâneur, porque se volvió sedentario en el Flore. Le fascinó y atrapó la terraza de este café hasta el punto de que, en compañía de un secretario venezolano que contrató en París, comenzó a pasar allí días enteros dedicado, con el máximo dandismo posible, a ir preparando el material adecuado para un extravagante libro que pensaba titular Cómo ser lo menos parecido a Baroja aunque te hayas exilado a París.En cierta ocasión, recién llegado el joven millonario Moll a París, había acudido, por pura curiosidad, a la tertulia española del filósofo García Calvo en el Café La Boule d’Or de la plaza Saint-Michel, donde, tal como había intuido que le ocurriría, quedó horrorizado por el ambiente atrabiliario y la escasa elegancia del personal. La tertulia española le recordó a la decadente familia sucia que había dejado atrás. Espantado ante la mugre de una -para él- malentendida dignidad, ni siquiera le quedaron fuerzas para acercarse a García Calvo y preguntarle su opinión sobre la vida de Baroja en su primer exilio en París.En todo caso, aquella breve incursión en La Boule d’Or le fue muy provechosa, según me dijo el día que hablé con él. Aquella incursión le inmunizó contra cualquier otra veleidad o tentativa de buscar cafés mejores que el Flore.”

El Café de Flore, como es su nombre exacto, ha pasado desde sede de los dadaístas y surrealistas en los inicios del siglo XX hasta su florecimiento como lugar de encuentro del mundo de la moda, del cine y de la canción en los años sesenta y setenta, y antes, por excelencia, el café de Sartre y Simone de Beauvoir en la posguerra y albergue parisino de Ernest Hemingway o Truman Capote. La obra de Vila-Matas tiene como una de sus notas principales la ironía, unas veces más sutil que otras. Recomendamos al lector que la tenga en cuenta al leer las líneas que hemos reproducido de París no se acaba nunca.