Dos historiadores zamoranos autorizados, Cándido Ruiz y Juan Andrés Blanco, definen la figura del socialista Quirino Salvadores como "una de las personas en quien más confiaban los obreros de las distintas sociedades de la provincia. Ese predicamento determinó su muerte". El que fuera diputado en Cortes y concejal del Ayuntamiento de Zamora fue asesinado, fusilado, poco más de dos meses después de su detención en 1936 y enterrado en la fosa común de San Atilano.

Los descendientes de Quirino Salvadores son los únicos que han presentado una alegación a las medidas del Ayuntamiento de la capital para dar cumplimiento a la Ley de Memoria Histórica reclamando la justa reparación del honor y la dignidad, aniquilados, junto a los de otros siete zamoranos, contra las tapias del cementerio el 14 de septiembre de 1936.

Quirino Salvadores Crespo nació en Astorga el 25 de marzo de 1891, aunque era niño cuando se trasladó con su familia a Zamora. Muy pronto comenzó a trabajar como tornero fresador. Posteriormente, junto a un "socio capitalista" constituyó la empresa Metalúrgica Zamorana, en la que trabajó hasta 1931. Desde joven militó en UGT. Con tan solo 21 años ya figura como miembro de la comisión organizadora de la Federación de Sociedades Obreras.

En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, en vísperas de la proclamación de la República, fue el concejal más votado con 593 votos. Pocos meses después, Quirino se integró en la candidatura de la conjunción republicano-socialista a las constituyentes del 28 de junio y resultó elegido como diputado con 22.909 votos. El respaldo popular contrastó con los obstáculos como la campaña en contra declarada desde el periódico El Heraldo de Zamora. Quedó por detrás de Maura, Galarza, Cid, Alba y Marañón. Ya en las Cortes formó parte de la comisión de Trabajo. Fue también delegado por Zamora en el Congreso Extraordinario del PSOE.

Salvadores era un defensor del socialismo democrático, activista convencido, muy querido y enormemente respetado por los obreros. Injusticias y situaciones de abusos perpetuadas durante años tuvieron en el diputado un combatiente que nunca se escondió detrás de las mesas de los despachos.

Los periódicos socialistas Crisol y La Voz recogieron en julio de 1931 la solución a una de esas situaciones practicada en primera persona por el propio Salvadores. Se trata del dominio ejercido en el río Tera, derivado de los derechos de pesca de los frailes bernardos del convento de San Martín de Castañeda. Los monjes idearon un sistema para desviar el río a la terminación del Lago de Sanabria por medio de un canal. En dicha terminación, instalaron una tupida red de alambre donde quedaban aprisionadas las truchas, mientras los alevines se trasladaban a un vivero.

Tras la desamortización, el lago, que figuraba como un estanque en el catastro del marqués de la Ensenada, fue vendido a un particular, junto a otras cuatro fincas por 800 pesetas. Dicho particular, la marquesa de Villaviciosa, según recoge La Voz, comenzó a ejercer los privilegios de pesca en 1925, prohibiendo la captura de pescado y la navegación por el lago. Los pueblos ribereños se veían privados de recurrir a un medio fundamental para su subsistencia.

Las protestas llevaron incluso a plantear por parte de los vecinos la posibilidad de desviar el río para que el lago quedara seco. Tras la llegada de la República reclamaron la destrucción del Cañal y la declaración de dominio público paa el lago. Así lo ordenó el propio gobernador civil, a quien acompañaba el diputado electo para visitar la zona. Allí encontraron a un centenar de hombres presidido por el alcalde de Puebla de Sanabria, juez, alcalde y secretarios de Galende y alcaldes de San Martín de Castañeda y Ribadelago. El gobernador leyó la orden de destruir el Cañal, pero nadie se movió. Aún se palpaba el miedo entre las gentes. Así que fue el propio Salvadores el que tomó la iniciativa y comenzó a destruirlo, en medio de una ovación. Los trabajadores se lanzaron, seguidamente, a continuar la labor que acabó con el privilegio de décadas en apenas una hora. Destacadas fueron también sus contribuciones para las mejoras de las carreteras de la provincia e incluso la construcción de un instituto y una estación enológica en Toro, entre otras muchas aportaciones en el corto espacio en el que se mantuvo como representante provincial.

Junto a ese determinado carácter, el zamorano ejercía un discurso, en sus abundantes y a menudo multitudinarios mitines, de corte pedagógico y alejado de la demagogia. De ahí que le resultara tan fácil conectar con los obreros, pero también con otros correligionarios, incluso con los de ideas opuestas. Entre el abundante material aportado por la familia de Quirino Salvadores figura una carta del doctor Gregorio Marañón, redactada en 1933, en los que el que también fuera diputado por la provincia ensalza el recuerdo de haber estado presente en las constituyentes de dos años antes "y el haber tenido por compañero a un hombre tan inteligente y tan bueno como usted".

Poseía, por tanto, Quirino Salvadores, esa doble cualidad de poder acercarse al pueblo llano sin que ello fuera en demérito de sus cualidades e inquietudes intelectuales. En 1934, al tiempo que era elegido presidente de la agrupación local del PSOE de Zamora, se integró en el consejo de administración del periódico socialista La Tarde, sucesor de La Mañana, que se publicaría hasta el golpe de Estado de julio del 36 y del que llegó a ser director.

Durante los sucesos que en Zamora se vivieron como consecuencia del octubre revolucionario de 1934, fue detenido y destituido como concejal. El acta la recuperaría en febrero de 1936. Fue él quien asumió la propuesta de cese de empleados municipales nombrados por la gestora derechista en sustitución de los represaliados dos años antes. En su intervención ante el Pleno dejó claro su "respeto personal" por los empleados que en esa ocasión iban a ser despedidos.

No volvió a ser elegido como diputado ni en las elecciones de 1933 ni en las de 1936. En estos últimos comicios fue superado por sus dos compañeros de candidatura: Ángel Galarza y Antonio Moreno Jover.

Tras triunfar el golpe de Estado fue destituido del Ayuntamiento el 22 de julio de ese año y detenido cinco días después. El gobernador civil autorizó su entrega a las fuerzas de Falange "para ser conducido a la prisión de Bermillo". Como todos los fusilados contra las tapias de San Atilano, el nombre de Quirino Salvadores Crespo aparece como "hallado muerto" el 14 de septiembre en el libro del cementerio, junto a otros siete hombres, el más joven, de tan solo 20 años, Juan Ruiz Ratón, de Zamora capital. Los hermanos Francisco Rivas Calvo, de 60, y Manuel Rivas Calvo, de Mellanes (Rabanales de Aliste); José Manuel de San Juan Barbero, de Moral de Sayago; Virgilio Salazar Valencia, de 56 años, vecino de la capital; Juan Rodríguez Cerezal, de 26, de Olmillos de Castro, y Eliseo Sanjuán Raposo, de 25 años, vecino de Cañizo murieron con él. Todos fueron enterrados en la fosa común del cuartel de San Eulogio.

Después de muerto, Salvadores fue sometido a un "expediente de responsabilidades políticas". Más de ochenta años después, sus nietos Amelia y Manuel Salvadores Cerecinos han presentado en el Ayuntamiento de Zamora una recopilación de una "vida y un trabajo dedicada a la provincia y ciudad de Zamora" como concejal y diputado, "siendo el único" de los seis parlamentarios "que fue fusilado sin haber cometido ningún delito de sangre". Los descendientes de aquel hombre "inteligente y bueno" que describiera Marañón, reclaman la reparación del "agravio cometido sobre su persona y familia durante la dictadura franquista". El pleno municipal, desde el que un día defendiera los derechos de los trabajadores, tiene la última palabra.