En el año 2003 irrumpió uno de los mayores fenómenos literarios del siglo XXI. La novela El Código da Vinci llegó al corazón de millones de lectores cambiando el discurso original de la Iglesia: Jesús se enamoró de María Magdalena, que incluso concibió a una niña llamada Sara. En medio de la fenomenal polvareda levantada, los críticos Dan Brown -casi tantos como los deudores de su obra- afearon al escritor de la obra algunas imprecisiones. Entre ellas, la figura de Robert Langdon, profesor de una inexistente asignatura en la Universidad de Harvard: "Simbología religiosa". Más allá de la invención, Brown sabía que Langdon funcionaría a las mil maravillas descifrando códigos sagrados que pusieran patas arriba el dogma establecido. Y lo consiguió.

"Hemos perdido la huella, el hombre de hoy no sabe interpretar los símbolos". La reflexión corresponde al historiador zamorano Florián Ferrero. Quizá por ello, las conferencias ofrecidas por el ex director del Archivo Histórico de Zamora sobre simbología en el arte medieval dejaban el auditorio pequeño. ¿Qué significado tienen las portadas románicas? ¿Por qué los artistas del gótico elevaron los muros de los templos y "taladraron" las paredes para colocar vidrios de colores? ¿Es casual la forma de cruz de las iglesias? ¿Qué simbolismo hay detrás de la torre de San Vicente o de la Catedral?

"Todo es simbolismo en la Iglesia, todo está medido", sostiene Ferrero. Esa convicción le ha permitido descifrar, por ejemplo, el porqué de las "pequeñas oscilaciones" que existen en la orientación de los templos zamoranos. "Todas las iglesias debían mirar al este, donde está la luz y Dios es la luz. Las variaciones solo se pueden explicar porque fueran forzadas o porque la orientación dependiera de dónde estuviera en la fecha del año en que se colocara la primera piedra", explica. De este modo, una iglesia que comenzara a levantarse en enero tendría una orientación un poco distinta de otra que lo hiciera en agosto.

Dicha teoría se cumple en buena parte de los templos que hoy siguen en pie, aunque la única forma de comprobar la propuesta -desconocemos en qué fecha comenzaron a levantarse los edificios- sería a través de las ventanas originales de época románica que aún pervivan. El desfase en la orientación de la planta no se explica por falta de conocimientos porque los maestros de obra "tenían una capacidad de orientación enorme". No en vano, vivían mucho más cerca de la naturaleza, del cielo.

La misma luz es la que explica, por ejemplo, uno de los fenómenos más sorprendentes del románico zamorano. Florián Ferrero contradice a todos quienes comparen el cimborrio de la Catedral de Zamora con sus réplicas en Toro, Salamanca o Plasencia. "No existe tal comparación. El arquitecto de Zamora simplemente se adelantó a su tiempo". Y lo hizo al construir esa media naranja de piel escamada que tenía como objetivo? permitir la entrada de la luz en una zona muy concreta: el crucero. Precisamente cuando la inminente llegada del gótico estiraría iglesias y catedrales, y convertiría sus muros en vidrieras para "tamizar" la luz natural y recrear un espacio sagrado. Y si la luz es sinónimo de perfección, el lado opuesto no puede tener unas connotaciones tan positivas. "La fachada oeste, la de la sombra, solía mostrar representaciones del Juicio Final, un fenómeno habitual en Italia", añade.

Sabido es que la planta en forma de cruz simboliza al hombre y que el ábside, de forma circular, es la silueta misma de la cabeza. En Zamora además, Florián Ferrero ha podido comprobar que "existió un módulo de construcción". Esto es, una medida básica, un patrón con el que erigir los edificios religiosos. "Hay tres iglesias que tuvieron que ser muy parecidas: San Esteban, Santiago del Burgo y San Gil. Todas tienen cabeceras planas y guardan una proporcionalidad, de tal manera que cabrían unas dentro de otras", señala.

En la torre de San Vicente todavía queda la traza de un antiguo acceso? ¿para qué servía? "El no bautizado no podía entrar en la iglesia por la puerta principal. Debía hacerlo por el acceso de la torre, donde se encontraba la pila bautismal", explica Ferrero. Al recibir el sacramento, el fiel ya podía continuar por una puerta intermedia. Las torres son, precisamente, uno de los elementos con mayor carga simbólica. De un lado, la afirmación del poder de la propia Iglesia, como ha señalado el historiador José Carlos de Lera. Por otro, "el sentido de dogma de fe". Así se entiende que en el primer cuerpo soliera situarse una ventana (Dios), encima dos (su naturaleza divina y humana) y en la parte superior tres (en referencia a la Trinidad).

Las pinturas, esculturas y elementos que hoy no entendemos cobraban hace siglos pleno sentido. Así se entiende que los sacerdotes tengan en la Catedral una "vía sacra" por la que acceder al altar sin pisar el resto del suelo, reservado a los seglares. O que para llegar a la Jerusalén celeste que propone el sepulcro de La Magdalena es necesario superar una dificultad tras otra. Es entonces cuando hasta las fuerzas demoníacas -esos dragones que entrecruzan el cuello- deben ceder el paso. En el interior de los templos hay normas hoy desconocidas: los hombres solo llegan hasta el crucero porque más allá, en el presbiterio y la sacristía, se encuentra el espacio sagrado, la salvación. Las mujeres, consideradas en la Edad Media menos próximas al Dios de moda, tenían su espacio reservado en el templo, muy cerca de las escenas del Antiguo Testamento.