Una noche, meses después de la tragedia, regresó mi marido a casa preocupado y más triste. Había muchas cosas que resolver para volver a la vida y las negociaciones para cobrar las pérdidas fueron tensas, difíciles y plagadas de censuras y chantajes. Además comenzaba a hablarse de la ubicación del pueblo nuevo y lo vi muchas veces, disgustado y apesadumbrado, porque él defendía que debía hacerse donde estaba antes o en las eras del Castro, bien soleadas, sanas y muy cerca del primero y con todas las condiciones necesarias para la ganadería y la labranza, pero los que ordenaban todo querían su construcción en unas tierras un kilómetro más abajo a la orilla del Tera en su desembocadura en el lago, en lugar húmedo y sombrío y ocupando fincas de las pocas que habían quedado y donde resultaba muy fácil y barato. Veía con enorme lucidez el error tremendo que se cometía en perjuicio de los vecinos. Los supervivientes no tenían ganas de luchar, la mayoría callaban; él y todos los que pelearon con él por esta opción, tuvieron que acatar la decisión nefasta e impuesta. Pero eso fue algo más tarde.

Aquella noche no era por esos motivos. Había otra cosa, otra amenaza de nuevo atentado contra nosotros.

—¿Qué pasa? —Le pregunté.

—¡Otra tragedia! Van a construir una presa en el Lago y se va a inundar toda La Retuerta, las tierras de la vea baja, Soane, y casi todo lo que quedó del pueblo.

—¡Dios mío, no puede ser! ¿No ha sido bastante lo que nos han hecho? Nos quieren aniquilar ¿Qué va a ser de nosotros?

Aquel amago se cernía sobre el Lago hacía muchos años. Algo, aunque de una manera confusa, habíamos oído ya antes de la guerra, y esos rumores habían vuelto con fuerza en los años cuarenta cuando se hizo aquella manifestación en Prao Castiello, justo en el comienzo del Lago. Una fuerte oposición por parte de muchos intelectuales y distintas instituciones influyeron en el retraso del proyecto.

Mi amiga Conce me contó esto una tarde recordando aquel momento:

«Sería el año 42. Yo estaba trabajando en casa de un señor de Ilanes

Ahora, por fin, se iba a ejecutar. Con nosotros nunca contaban, éramos las víctimas pero siempre nos enterábamos cuando las decisiones estaban tomadas. No, no podía ser. Era sin duda una pesadilla. ¿Por qué el trágico destino se iba a ensañar de esa manera con nosotros? Y nuestro lago, nuestro más preciado tesoro, ¿cómo podía aniquilarse de esa forma?

Antes, no habíamos puesto mucha atención en esos rumores, lo veíamos lejano, poco probable, como si no fuera con nosotros, pero ahora que sabíamos las consecuencias de ese tipo de obras y cuando estábamos heridos hasta lo más profundo del alma, esto era la estocada final. ¡No queríamos más presas, ni perder lo poquito que nos quedaba. ¿Qué maldición había recaído sobre nosotros? ¿Por qué se acordaban del pueblo solo para hacerle daño?

Durante un tiempo vivimos con aquella incertidumbre, con aquel miedo metido en el alma, uno más. Esto amenazaba ciertamente con el final. Era demasiado, estábamos entre dos aniquiladoras tragedias: una la reciente anterior y otra la próxima inmediata.

Después llegó al pueblo, otra noticia algo tranquilizadora: —Parece que de momento no se va a hacer la presa del Lago, que debido a nuestra tragedia lo han pospuesto otra vez. Y seguimos espectantes y algo más esperanzados.

Se elevaron voces influyentes, se promovieron movimientos y manifestaciones contra el potencial nuevo atropello, se unieron otra vez intelectuales e instituciones en un clamor contra la ejecución de este proyecto inhumano y destructor, que ya estaba concedido a la empresa adjudicataria y listo para comenzar cuando ocurrió el desastre.

Afortunadamente se confirmó la noticia. La rotura de la presa de Vega de Tera y nuestra desgracia fueron la causa o influyeron mucho en que este proyecto se abandonara definitivamente. Instituciones culturales, intelectuales((1)), defensores de la naturaleza, y del Lago en particular, el sentido común y un sentimiento de solidaridad con el pueblo, paró definitivamente ese proyecto de destrozo, ávido de desarrollo y «progreso ». ¡Maldito progreso que destruye naturaleza, formas de vivir y vidas de niños y de adultos, eslabones imprescindibles en la transmisión de la cadena humana, y causa tanto dolor y pena, a los débiles casi siempre!

Paradojas del destino, una gran tragedia salvó el Lago. Nos consuela pensar que aquel horror tuvo alguna consecuencia positiva. Por fin el Lago se consolidaba como un bien de interés público, como un reducto natural para el disfrute de todos pero no olvidemos que también es un cementerio, ahora de verdad, un lugar sagrado para los supervivientes y sus descendientes de Ribadelago. Allí venerarán siempre a sus seres queridos depositados en él por el agua furiosa de otra presa que los arrancó de sus casas. Ojalá que el respeto profundo que nos inspira a nosotros sea común a todos sus visitantes. Ojalá que el altísimo precio en vidas humanas, en penas, inquietudes y sufrimientos, sirva para que este lugar sea respetado siempre como el regalo más valioso que hacemos a la posteridad. Que su hermosura, la pureza que tuvo durante siglos y el recuerdo, permanezca para siempre.

Desde la peña, una vez más, miré al cielo y busqué mi estrella que en esta ocasión había brillado. ¡Gracias Nando!

(1) 1964. Hace 50 años. EL LAGO.- El director general de Bellas Artes presidió la reunión del Patronato Nacional del Lago de Sanabria mantenida en Madrid. Se acordó tomar las medidas oportunas a fin de conseguir la revocación de la concesión de aprovechamiento hidroeléctrico de sus aguas. La Opinión de Zamora. Hemeroteca. 10 de abril de 2014.