A las dos de la tarde del pasado lunes, en el subsuelo de una antigua casa en ruinas de Valderrey todo quedó en silencio. La aventura terminó a más de diez metros de profundidad. El cuerpo del pastor que buscaba un tesoro -una vieja historia que le había contado el responsable de la finca donde guardaba el rebaño de ovejas- se inclinó hacia adelante, ya inerte. Estaba sentado sobre un pequeño taburete, casi en cuclillas. En el minúsculo habitáculo lo acompañaban unas varillas de metal, un picón, unas bolsas y algo de comida. La falta de oxígeno, la inhalación de ácido sulfhídrico o el monóxido de carbono acababan de provocarle la muerte por asfixia. Era la última mañana de un duro trabajo posiblemente aprendido en Marruecos, su país natal, donde «agujeros» como este se excavan para extraer minerales que vender a los turistas. El legítimo sueño de ofrecer una vida mejor a su mujer y a sus tres hijos había terminado. Comienza entonces un dispositivo de rescate sin precedentes que iba a tener expectante a todo un país durante 24 horas.

El Parque de Bomberos de Zamora recibe una llamada a las 13.52 horas. El servicio 112 alerta de que «un hombre se ha precipitado a un pozo». Una dotación, provista de trajes de neopreno para realizar el rescate, se traslada a la vivienda en ruinas de Valderrey donde aguardaba ya una patrulla de la Policía Nacional. «Pero cuando llegamos, no encontramos un pozo, sino un agujero», relata Ramón Luengo, jefe de guardia en el parque. La pregunta que surge es evidente: «¿Hay alguien ahí abajo?». La única respuesta está en manos de la persona que ha dado la voz de alarma. El amigo y colaborador, también marroquí, ha hablado a primera hora de la mañana por teléfono con el pastor. Le ha dicho que bajaría al fondo de la galería para seguir excavando. Este le responde que acudirá más tarde a ayudarlo, pero cuando lo hace solo encuentra las botas, la gorra, la cartera y el teléfono móvil en la superficie. Intenta establecer comunicación, pero no le responde. No puede bajar, nunca lo ha hecho y ni siquiera sabe cómo es el espacio interior. La Policía da veracidad a la declaración. El rescate se pone en marcha.

Primera duda: ¿qué profundidad tiene el pozo? Los bomberos utilizan un sistema rudimentario, introducen una cuerda con un peso. Las primeras mediciones constatan entre nueve y diez metros. El detector de gases ayudará a saber «qué atmósfera tenemos ahí abajo». La lectura inicial, a solo metro y medio de profundidad, da un vuelco a la investigación: «La zona es incompatible con la vida». Solo hay un 18% de oxígeno. «En condiciones normales, el aire contiene un 21% de oxígeno; un descenso de cuatro puntos es peligrosísimo», señalan los forenses.

A partir de entonces, se trata de recuperar un cadáver. La angostura del pozo y la «seguridad» de los agentes hacen plantear otro tipo de operación. «Determinamos desplazar maquinaria pesada para abrir un talud y cortar en sección la ladera de la montaña», explica Luengo. La excavadora trazará «una gran uve», asegurando los taludes laterales para que los materiales extraídos no se vengan abajo.

La exploración acerca el rescate, pero también pone a la luz la técnica que el pastor ha utilizado el último año y medio para trazar el pozo. Las paredes se han desmoronado en ocasiones anteriores, revela el amigo. Parece el caso del acceso, donde el marroquí se ha visto obligado a «entibar» la zona con neumáticos, quizá utilizando la técnica de un pozo, donde se colocan los anillos y se excava la parte inferior para hacerlos bajar. La galería es prácticamente una «sima», como señalan los bomberos. El pastor pica en vertical las zonas más blandas y «cuando se encuentra la parte dura, sortea la roca». Para bajar y subir utiliza un original sistema: escalas artesanales de metal de poco más de un metro que une con cuerda de alpaca para adaptarlas al trazado.

La excavadora avanza con facilidad en las primeras capas del terreno, pero la situación cambia cuando la máquina encuentra la roca. Los operarios se ven obligados a alternar el martillo y el cazo para profundizar. La noche se echa encima, pero los trabajos continúan de madrugada sin descanso. Aún queda mucha tarea por hacer.

La mañana siguiente, el principal problema es «la humedad». El dispositivo de rescate decide separar la máquina de la pared pare evitar que el martillo pueda desprender la pared y complicar la operación. Cuando la excavación se encuentra a siete metros y medio de profundidad -quedan poco más de dos metros para llegar al fondo- «decidimos traer una máquina más pequeña para extraer los materiales», justifica Luengo.

Pero, ¿a qué se debe tanta humedad? Los bomberos llegan a la siguiente conjetura. «Cuando el pastor encuentra las primeras capas de piedra, comprueba que el terreno es muy duro. Debido a la estrechez del pozo -de apenas sesenta centímetros en algunos tramos- apenas se puede agachar para picar. Entonces decide echar agua por la noche para ablandar el terreno y volver días después para continuar con el trabajo», apuntan a modo de hipótesis. Esta práctica tiene un efecto secundario. El marroquí encuentra mayor facilidad en las capas siguientes, pero el agua deshace la piedra y la cavidad puede derrumbarse. «Puede que la persona se sintiera insegura y, para solucionarlo, decidiera secar las paredes prendiendo paja en el interior», señala el jefe de guardia.

La existencia de sacos de paja en el exterior y el «fuerte olor a humo» cuando los guardias contraincendios acceden al lugar corroboran esta tesis. Desde el punto de vista forense, la muerte se produjo por asfixia, pero son las pruebas de laboratorio las que deben esclarecer la causa. Puede que el ciudadano marroquí falleciera simplemente al quedarse sin oxígeno. «Es el caso de los hombres que antiguamente morían en las bodegas al bajar a limpiar las cubas. El dióxido de carbono no es venenoso, pero su concentración priva al ser humano de oxígeno», detallan los forenses. Puede incluso que la causa fuera la emisión espontánea de gases de la tierra, «como el ácido sulfhídrico que se encuentra, por ejemplo, en los depósitos de purines», detallan. Pero, siguiendo la hipótesis del fuego, la causa podría ser la inhalación de monóxido de carbono. «El monóxido es muy peligroso: se expande rápido, no tiene olor ni sabor y produce un envenenamiento interno», explica el subdirector del Instituto de Medicina Legal de Zamora, Antonio González.

En la trinchera de Valderrey, las últimas tareas se realizan de forma manual. «La policía da veracidad a la versión del amigo, pero siempre hemos trabajado con una pequeña probabilidad -de un 20%, por ejemplo- de que allí abajo no hubiera nadie», reconoce Ramón Luengo. Las dudas terminan cuando establecen el primer contacto visual con el pastor, que aparece en una especie de «campana» o «fondo de saco», un ensanchamiento de la cavidad favorecido por un terreno más blando. A las cuatro de la tarde del martes, 24 horas después, el dispositivo evacúa el cadáver. A casi once metros de profundidad, acaba la operación. También, el sueño de dar con un tesoro imaginario.