"Cinco, seis, siete? no exactamente mi tempo". Así comienza una de las escenas más emblemáticas de "Whiplash" , por la que J. K. Simons ganó un Oscar interpretando al implacable profesor de música Terence Fletcher. En esa escena Fletcher corta hasta 5 veces al batería antes de tirarle una silla por adelantarse al ritmo de la pieza que ensayaban.

No hay sillas voladoras en el vigésimo segundo Curso Internacional de Interpretación para Instrumentos de Viento y Cuerda que durante estos días se desarrolla en el Centro Integrado de Formación Profesional hasta el siete de julio, ni tampoco un profesor tiránico, pero sí el amor y la pasión por la música que destila la obra de Damien Chazelle. El campamento musical está destinado a jóvenes adolescentes de España y el extranjero, aunque también cuenta con adultos. Es un espacio abierto a cualquier músico.

El profesor al cargo, José Miguel Martín, no se caracteriza por usar métodos tortuosos con sus alumnos, aunque sí destila la energía propia del que venera su pasión por encima de todo. Nada más entrar en el centro, se observa una platea de jóvenes músicos que siguen las instrucciones del director de orquesta. "1, 2 y?" comienza el grupo de viento a interpretar una delicada versión del "Imagine" de Lennon. El profesor para, algo no cuadra. Decide que tres flautistas repitan una parte de la partitura que queda por pulir. Repite y repite hasta que todo fluye como el vademécum musical dicta. Levanta la cabeza y seña a la parte de atrás y de nuevo comienza la cuenta que termina con una patada en el suelo: música.

José Miguel Martín es zamorano, pero completó sus estudios de música en Salamanca y en el conservatorio superior de Madrid; es músico militar, componente de la Banda Inmemorial del Rey y ha tocado en orquestas de prestigio como las de Manheim y la sinfónica de Burjassot. Está a cargo de más de 100 artistas que pululan por el edificio acarreando constantemente con sus instrumentos.

Nada más llegar el ambiente se carga de notas musicales en cada palmo de terreno. Una joven que no llega los 16 practica con su chelo en los soportales adyacentes al edificio. La música clásica es la constante, aunque muchos más estilos se entremezclan entre los pasillos donde los correveidile de los músicos son incesantes. Tras pasar el umbral de la entrada, el entramado de pasillos y escaleras dibuja la estructura del edificio, que entre los colores verdes y pardos parece un centro médico de los años 50. Curioseando por sus diferentes habitaciones y sala se observa a los adolescentes practicando con sus herramientas de trabajo, divididos por el tipo de instrumentos: viento y cuerda.

Una joven trompetista acicala el dorado aparato mientras un par de muchachos afinan un contrabajo que les supera en altura y grosor. La escala musical crea eco en los pasillos y se cuela por las puertas hasta dar paso a los servicios, que sin puerta dejan que se escape una melodía que denota muchos años desde su composición. En uno de ellos, se encuentra una violinista que toca delante del espejo mientras acompasa sus movimientos corporales con la melodía que el ir y venir del arco obliga a salir del instrumento.

La organización la completan hasta 15 profesores, algunos de ellos catedráticos en sus respectivas especialidades. Los jóvenes ensayan y se instruyen durante cocho horas al día. Los organizadores y docentes consideran que la actividad constante y el trabajo son la clave para obtener una buena educación musical. "Ahora en verano muchos de nuestros músicos apartan el instrumento y este curso les sirve para ponerse al día", asevera Martín.

Durante el curso se ofrecerán un total de tres conciertos gratuitos al público zamorano. El primero será el noveno concurso de cámara en el teatro Elvira Fernández el próximo viernes; el sábado se ofrecerá otro concierto en la plaza de la Catedral, donde también se procederá a la entrega de premios del concurso, y la clausura del curso tendrá lugar en el paraninfo del Colegio Universitario el domingo siete de agosto.

Este curso internacional de interpretación nos recuerda que en este mundo, donde la música ya es más propicia para ser vista que para ser escuchada, aún queda un hueco para la música clásica y de cámara.