La segunda Edad de Oro del universal arte se acaba de cerrar drásticamente con el imprevisto viaje a través de la Laguna Estigia de la mano de Caronte del último monstruo de lo jondo. José Menese Scott, nos ha dejado huérfanos. Demasiado huérfanos. Nos ha dado una puñalada trapera a la imposible esperanza de la continuidad etérea. Todo nace, crece, cambia y se transforma hasta morir, excepto el flamenco. Que hace lo mismo, con la diferencia de la transmutación habitual en sus simplezas y su constante esencia en lo fundamental. El Cabezón, desde que lo asumiera e interiorizada a través de su maestro y mentor, siempre lo entendió así. Francisco Moreno Galván, cuando lo descubrió entre recortes de suelas y badanas en el pequeño y mísero negocio familiar de zapatería remendona en La Puebla de Cazalla, hasta que con su Montesalo llevó a Madrid, recién cumplidos los dieciocho años, pasó un suspiro. Un pequeño quejío de rabia y esperanza, suficiente para que Pepe, el gran José, triunfador sin discusión posible en el teatro Olympia de París en 1973 -lugar habitual de confirmación clamorosa de las grandes estrellas de la música pop del momento, pero la primera en que lo hacía un artista flamenco- se abrazara fervientemente al "comunismo", carnet incluido y compromiso social en sus melismas. Francisco, que llegó a ser concejal por el Partido Comunista de Andalucía en La Puebla -no quiso ser alcalde- lo había sido siempre o casi siempre. Sin duda su profunda, solidaria y cósmica humanidad lo llevó por susodicho vericueto ideológico. Menese se amamantó de sus pechos en todos los sentidos. Aprendió a cantar, salió del miserable entorno familiar, aprendió a ser profesional y comportarse como tal, y lo más importante para la historia escrita con letras de oro de nuestro más universal arte. Todas las letras de su amplísima e imprescindible discografía son creaciones del prodigioso pintor y poeta alcalaíno, dejadas para la posteridad en una treintena larga de grabaciones.

Aún teniendo presentes sus inmensos claroscuros, que los tuvo, sus cerca de tres decenas de comparecencias en nuestra capital y provincia, hacen de Menese el cantaor más hegemónico, trascendente y determinante para que Zamora haya sido, sea y siga siendo ciudad Románica y Flamenca. En terminología de Antonio Mairena, La Andalucía del Norte. Ocho Festivales de San Pedro -el último en el 2013- el único Festival de Invierno en noviembre de 2014, -a la postre su última presencia- la presentación oficial en sociedad de La Peña Flamenca en marzo de 1975 en el teatro Ramos Carrión, a lo que hay que añadir más de una docena de actuaciones privadas en la propia Peña y los Ciclos del Teatro Principal. Todo ello, lo convierte en el cantaor que más veces ha estado presente en nuestro Festival pero también en el artista que más visitas profesionales nos ha hecho. Él, también, fue el protagonista de ese viaje a Galicia, que resultó ser una experiencia única y definitiva de presentación del flamenco a un público completamente neófito en Redondela. Ocurrió en 1978 y entre los viajantes nos encontrábamos Federico Vázquez, Waldo Santos, Pepe Lamarca -el auténtico genio de la fotografía flamenca-, Antonio Vega, Fermín de Vega y Enrique de Melchor, su tocaor habitual durante tantos años y servidor. Jose Luis Cal, organizador gallego, nos esperaba allí.

Se ha cerrado el círculo de la segunda Edad de Oro de la historia del flamenco. Esa que yo he situado entre la publicación en 1955 de Flamencología por Anselmo Gonzalez Climenty la muerte del maestro Antonio Mairena en 1983. Máxime, con las recientes pérdidas de Manuel Agujeta y, sobre todo, del sempiterno Juan Peña Lebrijano, también un monumental mazazo para el arte español más universal. Cierto es, que todavía quedan en pie figuras resplandecientes de esa esplendorosa época, caso de Fosforito -retirado hace muchos años- María Vargas o Curro Malena. E incluso, un poco más alejados, Manuel de Paula, Curro Lucena, Luis de Córdoba o Carmen Linares, pero el grande, grande de verdad, que nos quedaba en activo, se ha ido, con tan solo setenta y cuatro años. ¡Que la tierra te sea leve!