"Me llamo Widad. Tengo 16 años y nací en Aleepo. Estudié durante once años, pero tuve que dejarlo por la guerra. Llegamos a Turquía y odiaba ese país, porque mi padre estaba muy cansado después de trabajar cada día diez horas. Ahora en Grecia no tengo amigos. Antes de la guerra, Siria era un país rico y ahora está todo destrozado. Me gustaría enseñar a los niños que la esperanza es vida y que quien pierde la esperanza, pierde su vida". Las palabras de Widad -transcritas de una carta de su puño y letra- es una de las decenas de historias que los zamoranos Carmen Esteban e Íñigo Rodríguez se han traído en la maleta tras su experiencia en el campamento de refugiados en la localidad griega de Oreokastro, un asentamiento que se había levantado apenas semanas antes de su llegada. "Entramos un poco asustados, sin saber qué hacer en un nave industrial llena de tiendas de campaña. De repente, un grupo de niños corrió a abrazarnos y nos guiaron hasta la gente de la organización", recuerda Íñigo Rodríguez sobre su primera impresión.

Los dos zamoranos cumplieron así su objetivo de pasar tres semanas de sus vacaciones de verano -en el caso de él, sus únicos días de descanso antes de iniciar los estudios del MIR- para sentirse "útiles" ante la inmensidad del gran drama que cada día viven miles de refugiados sirios en Grecia. "Nuestra misión, finalmente, era estar más que nada con los niños del campamento. Con ellos jugábamos y les enseñábamos algo de inglés o español. Además, ayudábamos en el reparto de material cuando era necesario. Fundamentalmente, estábamos de apoyo para lo que necesitaran", resume Rodríguez

Además de sus dos manos, los zamoranos iban cargados de ideas para mejorar la situación de los refugiados en los campos. Desde poner en marcha una pequeña escuela hasta crear una biblioteca o dar clases de inglés a los adultos. Ideas que se quedaron en pañales, debido a la falta de tiempo. "Estamos satisfechos, pero con mucha pena por no haber arrancado del todo ninguno de los proyectos", reconoce Esteban, quien dedicó parte de su tiempo allí también a enseñar castellano a algunos refugiados que se lo pidieron. Allí dejaron además el dinero recaudado en España "que servirá para poner en marcha al menos la biblioteca", confía Rodríguez, quien recibe noticias desde el campo de refugiados sobre los avances de este proyecto.

Destacan ambos la amabilidad de aquellos que, aun no teniendo casi nada, ofrecían sus tiendas de campaña para compartir su comida. "Nuestra mera presencia era muy agradecida. Te invitaban a cenar con lo poco que tenían, ellos estaban encantados de tenernos allí, como si fuéramos auténticas autoridades", compara Rodríguez.

Cartas de apoyo

A los refugiados les entregaron además cartas recogidas en España, escritas en inglés, donde se les ofrecía palabras de ánimo desde la distancia. "Agradecían muchísimo ese ánimo", asegura Carmen Esteban. Un signo de solidaridad que también respondieron con otras misivas contando sus propias experiencias.

"Sabemos que no íbamos a cambiar el mundo, pero volvemos con un puñado de historias desgarradoras, que queremos transmitir para concienciar de una situación que todavía persiste, a pesar de que ya ha pasado un año", apunta Carmen Esteban, quien considera que "ahora, como europeos, tenemos la obligación de dar voz a los refugiados, porque cada día que pasa sin hacer nada es una batalla perdida que gana el conformismo", finaliza.