El primer recuerdo que evoca cuando piensa en su padre es "los golpes", todavía "sigues con el miedo cuando suena el timbre en casa y no esperas a nadie". María -nombre supuesto- tiene 22 años y convivió hasta los 16 con su progenitor, condenado por el maltrato a su madre, una experiencia que "los hijos normalizamos. Yo siempre lo vi y forma parte de tu vida cotidiana, te acomodas y piensas que es así, que en todas las familias es así. Un niño no busca explicación, piensa que tiene que ser así". Los hijos de padres maltratadores, aprenden a vivir "bajo el terror", atemorizados, como sus madres.

Los episodios de agresiones, continuamente presentes en el núcleo familiar, "se silencian. Pasaba" la tormenta, arrasaba, "y era como si no hubiera ocurrido nada. Nunca se hablaba de ello" y "él nos premiaba". La protagonista zamorana de esta historia real consiguió con su hermana rescatar a su madre, y rescatarse del padre violento y machista.

Muy similar es el relato de otra joven zamorana, Ana -nombre supuesto-, también de 22 años, quien tiró de la madre hace tan solo un año, con el apoyo de su hermano aún adolescente, para retomar "una vida en paz, en calma", alejados de la segunda pareja de su madre, "que era una figura paterna para mí y mis hermanos porque hemos convivido muchos años".

Ahora viven "sin echarte a temblar cuando escuchas la llave en la puerta". Ana tiene bien presente cuando el cuerpo se ponía alerta porque sabías que era él y piensas "a ver a por quien va a ir hoy, si a por mí, si a por el mediano, por el pequeño"". En cuanto aparecía, "el silencio era sepulcral, nadie hablaba, siempre atenta porque sabes que para él cualquier cosa pequeña era motivo de bronca".

La segunda pareja de su madre de puertas afuera "se colocaba la piel de cordero para ocultar al lobo" en el que se convertía con cualquier excusa. En nada difiere de la descripción hecha por María, "todo el mundo pensaba que mi padre era el marido y el padre perfecto, pero en realidad no era así. Mucha gente me diría que es imposible que fuera así, que tendría doble personalidad".

Con sentimientos encontrados, entre el amor de una hija y la necesidad de sobrevivir y ponerse a salvo, María, que sufrió con frecuencia los golpes del padre, relata cómo los hermanos "empujamos a mi madre y decidió dar el paso", plantear la separación.

Difícil enfrentarse al lastre del amor paternofilial, que lleva a vivir tal determinación "como una traición porque siempre es tu padre", pero la pesadilla "tiene que terminar, no puede ser sostenible", subraya María. "Es complicado porque crees que al padre hay que respetarle como hijo, "¿cómo le voy a hacer esto?, es mi padre. Pero abres los ojos". Se trataba de salvar esas barreras o que la madre, ella misma o su hermana, acabara muerta, tras constantes amenazas de muerte y palizas. El último episodio de violencia terminó "en denuncia a la Policía Nacional y se lo llevaron". Las palizas fueron cada vez más frecuentes, todos sufrían agresión en la casa de María, ella especialmente desde que dejó de ser niña, "odiaba los fines de semana porque era cuando más tiempo pasaba él en casa, tienes miedo de todo porque nunca sabes cómo va a reaccionar".

Ana detalla esas amenazas, resumidas en dos frases: "te voy a pegar una hostia y te voy a matar", "te queda poco a ti y a tu hijo", el menor de edad nacido de esa segunda relación. Llega un momento en el que "sientas a tu madre y le dices "tiene que acabar" porque la situación ya no puede mantenerse". Para entonces, los hijos e hijas han llegado a la adolescencia, edad en la que se posicionan del lado de la madre y se encaran al padre maltratador, "después te quedas con el miedo, temblando", al fin y al cabo el agresor es un adulto, con más fuerza, "aunque te encaras para defender a tu madre, aunque mides tus palabras y tratas de ser civilizado como mecanismo de defensa", apunta Ana.

La anulación y la falta de autoestima que sufren las maltratadas se transfiere a sus hijos, que padecen y callan, paralizados por el miedo, sin armas suficientes cuando aún son niños para poder poner fin tanto horror. Los sentimientos, las emociones, los pensamientos y las reacciones son muy similares a las que describen sus madres víctimas de violencia de género.

La culpa y la vergüenza por lo que ocurre puertas a dentro de la casa es otra losa para racionalizar lo que sucede, agrega María, "buscas una explicación y piensas "si no hubiera dicho esto o hecho esto, a lo mejor no hubiera pasado"; piensas que habrás hecho algo mal para merecer" ese maltrato del padre hacia uno mismo y hacia la madre.

Salir a la calle, hacer una vida normal continúa siendo una amenaza para estas jóvenes, sus hermanos y sus madres porque saben que el maltratador puede aparecer en cualquier momento, las órdenes de alejamiento no son suficiente freno. Pero siguen adelante en la misma ciudad, ¿irse de Zamora?, en el caso de Ana, hay un hermano menor y un régimen de visitas que cumplir. María y su familia tienen su vida hecha en la capital, ni siquiera han cambiado de domicilio. Solo tienen esperanza de que su padre se olvide de ellas.

Pero después de todo lo padecido, María no guarda odio, "no le deseo nada malo, es mi padre, quiero que tenga su vida y pueda cambiar, pero mientras tanto, no quería que estuviera en mi vida".

Las dos víctimas del maltrato machista aconsejan denunciar (el teléfono gratuito 016 no deja rastro del origen de la llamada), acudir a la Comisaría de Policía. María es tajante: "Que los hijos no se lo callen, que empujen a sus madres a romper porque tarde o temprano puede acabar mal. No son los únicos, que no tengan miedo a ser juzgados o rechazados".