Junto a Manos Unidas, dentro de su campaña "Plántale cara al hambre: siembra", la misionera Estíbaliz Ladrón de Guevara ha pasado la semana contando su experiencia en República Dominicana a alumnos de diferentes centros de la capital.

-¿En qué momento se marcó el camino de ayuda al prójimo a través de las misiones?

-Yo soy educadora y estudié Magisterio y Psicología. Estaba trabajando en un colegio en el norte de España y tenía comunicación con personas en Latinoamérica, que me hablaban de los escasos recursos de los que disponían y la falta de profesorado. Entonces pensé en dedicar mi vida a enseñar a otras personas que no tenían tantas oportunidades. Le fui dando vueltas al tema y terminé haciéndome misionera dominica del rosario.

-¿Cuál era su principal misión en Santo Domingo?

-Es una ciudad muy grande, con tres millones de habitantes. Estuve trabajando en barrios de la periferia, que son de emigración, tanto del país como de Haití, al hacer frontera.

-¿Y en materia de educación?

-El sistema educativo no cubre con escuelas suficientes toda la demanda que existe. Tampoco hay suficiente número de profesores y las clases se dan en unas condiciones deplorables. No se puede ofrecer una educación de calidad.

-¿Siguen siendo las mujeres y los niños los sectores más afectados de la población?

-Por supuesto, y es que además también hay una realidad de desestructuración familiar, con mujeres como cabeza de familia, con hijos de dos y tres padres diferentes. Eso hace que muchos niños de los barrios se vean obligados a salir a trabajar para limpiar zapatos o cristales de los coches, vender flores o chicles por la noche o tocar un instrumento y hacer malabares en un semáforo. Muchos de ellos terminan quedándose en la calle, porque si llegan a casa por la noche y no tienen algo significativo para aportar para la comida a veces se encuentran que la respuesta y recibimiento no van a ser los mejores.

-¿Y cómo se trabaja con esos niños?

-A través de la organización Niños del Camino tenemos un equipo de educadores que sale por la noche a la calle. Conversamos con ellos y conocemos su situación personal. Además, la institución tiene un centro de día que está abierto para que vayan y se aseen, laven la ropa, desayunen y tengan actividades formativas y educativas. Insistimos mucho en que ellos son los dueños de su vida, pero si toman la decisión de salir de la calle, estamos dispuestos a acompañarles.

-¿Qué es lo que les incita a quedarse en la calle?

-El no tener a alguien por encima que les exija, que les inste a llevar dinero a casa. Pero la calle muchas veces les lleva a buscar los recursos en conflicto con la ley y hay muchas detenciones. Nosotros vamos al destacamento a visitarles y ver en qué condiciones les están tratando, pero si han hecho algo, deben cumplir.

-¿De qué edades estamos hablando?

-La niñez es un grupo muy vulnerable y nos hemos llegado a encontrar con niños de 5 años en la calle. Suelen estar con algún hermano, así que tratamos que no se quede en la calle, buscamos a la familia o a alguna institución. Ellos rompen con la familia, pero nosotros intentamos restablecer los vínculos.

-Después de 30 años de experiencia, ¿cómo llega la ayuda de Manos Unidas?

-En su totalidad. La escuela que tenemos en el barrio funciona con recursos que recibimos de España. Así se les puede dar una merienda todos los días y los profesores están pagados.

-¿Qué tipo de servicio realiza ahora con la congregación?

-Ahora estoy en un equipo de coordinación general, que es lo que me ha permitido conocer otras realidades como África.

-¿Es muy diferente de República Dominicana?

-Todavía es más deprimente. Es un país marginado y las multinacionales están acaparando las mejores tierras de África. Esto son cosas que no podemos permitir, como la hambruna en África.