Volver a sentir el nitrato de plata en las manos, inspirar el olor a la química que tamiza la luz y la devuelve en imagen... y experimentar, volver a ser artesano, analfabeto digital. El placer de arriesgar en el encuadre, con la luz, recuperar el punto de azar que dejó boquiabiertos a los primeros retratados y a los primitivos retratistas, fotógrafos de lo cotidiano sin más pretensiones que captar un instante para sobrevivir con los justo, sin saber que hacían historia. De pueblo en pueblo, de calle en calle, siguiendo los pasos de Jean Laurent, aquel francés que en 1870 se echó su laboratorio móvil a la espalda, en su carromato, con su máquina de placas para retratar Zamora y su provincia. El "destierro" obligado a que le sometió la salud durante dos años devolvió "a los orígenes" a Miguel Ángel Quintas, dispuesto a buscar nuevos desafíos en su campo, la fotografía -vocación heredada de su reconocido padre, el zamorano Ángel Quintas. El viejo sistema fotográfico del colodión húmedo, el usado por Laurent, le abrió la puerta. Una cámara kodak de 1920 y un laboratorio portátil sobre el remolque de su barco para ir sobre los pasos del francés y captar la provincia en el blanco y negro añejo del amarillento líquido.

"Lo bueno de la crisis es que nos ha dado tiempo", dice Miguel. Harto de la técnica digital, del disparo que "te coloca ante 600 o 700 imágenes para seleccionar 10", y visto que la popularización de la fotografía, lejos de llevar a un nuevo renacer de la profesión "como yo creía", la ha desvalorizado, Miguel decidió "reinventarse". Y se reencontró con el antiguo oficio, con el hacer artesano, "yo no pienso como los fotógrafos, me han educado entre artistas". Luis Quico, José Luis Coomonte, Antonio Pedrero o Ramón Abrantes lo vieron crecer y le enseñaron a sentir, como otros muchos en Vitoria, a donde emigró su familia.

Sanabria, Aliste... "porque me interesan los paisajes, la naturaleza", aquellos que también Laurent captó con su máquina de placas, de las que se multiplicaron las copias en forma de postales para hacer llegar noticias de aquí a los emigrados. Zamora capital, la catedral, sus iglesias románicas. Y una obsesión: las arquitecturas abandonadas, la Granja Florencia, los silos, las estaciones de tren, "continentes sin contenido cuando las personas no tienen espacios para reunirse en el pueblo, ¿por qué no se les da una utilidad cultural?". Indignado, muestra fotos en colodión de algunos de esos edificios desolados. Le sirven para recrearse en explicar la técnica que "practicamos medio centenar de fotógrafos en España, más extendida en Estados Unidos". Tras ella, un proyecto personal artístico "de denuncia también" para dejar constancia "del abandono de esa arquitectura de la memoria, del patrimonio". ¿Qué mejor fórmula que "técnicas abandonadas para fotografiar recursos abandonados?".

El "artista conceptual", como se define, late en cada una de sus reflexiones. En los retratos que ya ha comenzado a hacer y en los pendientes, de los zamoranos ilustres: Herminio Ramos, Coomonte, Pedrero... El cerco negro en su mano izquierda delata el oficio, "el colodión, que quema la piel, el puñetero".