Centrar la educación en la persona y no en el currículum, fijarse en el ser humano y no en su excelencia. Es la ley motriz de Luis López González, doctor en Psicopedagogía por la Universidad de Barcelona y especialista en educación emocional. Lidera el programa Treva (Técnicas de Relajación Vivencial Aplicadas al Aula) de ICE (Instituto de Ciencias de la Educación) de la Universidad de Barcelona, cuyo cometido es llevar a las aulas la relajación y la meditación. El Centro de Formación del Profesorado e Innovación Educativa de Zamora (CFIE) en colaboración con el área de programas educativos de la Dirección Provincial de Educación ha traído a la capital esta semana a López González para formar a más de un centenar de profesores zamoranos en la educación emocional.

-¿Cómo trabajar la educación emocional en el profesorado?

-El trabajo que he propuesto en Zamora es educar desde técnicas de meditación que han quedado siempre más apartadas. El programa Treva consta de nueve competencias psicofísicas básicas orientadas a gestionar mejor el mundo dentro del aula y desarrollar la capacidad de conciencia plena de los alumnos. La atención, la respiración, la visualización, la voz y el habla, la relajación, la conciencia sensorial, la postura, la energía corporal y el movimiento constituyen los nueve recursos.

-Pero, ¿cómo trabajar las emociones, por ejemplo, en una clase de matemáticas o de latín?

-La neurociencia de última generación, llamada "body cognition", nos afirma que no dejamos de sentir nunca. El ser humano siente incluso haciendo álgebra. Además, nos dice que cualquier intelección del ser humano y cualquier concepto abstracto se hace desde la percepción corporal. En matemáticas no solo sentimos emociones, sino que utilizamos lo que le ocurre a nuestro cuerpo cuando aprendo. El niño se enfrenta a una propuesta del profesor, hay miedos, dudas, certezas... Al final todo depende de la empatía del profesor con los alumnos, de saber dónde se pierden y de provocar un clima para que se dé ese aprendizaje. Vale más que un profesor, antes de empezar a explicar las derivadas, por ejemplo, tranquilice a los chavales, les anime, les diga que no se acomplejen si no sale a la primera porque es difícil... en definitiva, normalizar porque lo que tenemos delante no son robots.

-¿Las nuevas tecnologías ayudan o entorpecen?

-¿Nos ayuda llevar un reloj en la muñeca? Claro que sí, pero si llevamos el brazo lleno de relojes y me voy dando golpes con las farolas porque no dejo de mirarlos... entonces tendré que revisar qué me pasa. Con las nuevas tecnologías pasa lo mismo. El abuso tecnológico es nocivo. Si supeditamos todo al conocimiento tecnológico disminuye la atención, la memoria y la capacidad de síntesis y abstracción, es decir, deja de funcionar una serie de conexiones neuronales relacionadas con el sentir de las cosas y empobrece el uso sensorial del ser humano. Uso de las tecnologías, sí. Abuso, no. Está comprobado que ocho de cada diez entradas en Internet son inútiles. El Whats App, por ejemplo, es el tabaco del siglo XXI. Antes decían "¡Vamos a echar un cigarro!" y ahora, directamente "echan" un Whats App. Tanto es así que existen clínicas de deshabituación.

-Las redes sociales comunican a veces, pero incomunican muchas otras y son una fuente de acoso muy peligrosa entre los adolescentes. ¿Cómo controlar cuándo dejan de ser ocio y se convierten en un riesgo?

-Hay que hacerlo desde casa, con control y dosificando las tecnologías, porque tampoco hay que excluirlas. La palabra prohibir es mala, por eso hay que otorgar criterio y juicio a nuestros hijos.

-El caso de Diego González, el niño que se suicidó y que dejó una carta que se ha hecho pública en los últimos días, ha hecho reflexionar mucho sobre la conducta de la comunidad educativa. ¿Cómo puede un profesor reconocer algo así y si lo hace, por qué muchos miran para otro lado?

-Detrás de cualquier niño que llora o se lamenta siempre hay algo de verdad. Los profesores no tienen por qué ser expertos en bullying, de modo que en cuanto detectan cualquier tipo de discriminación deben ponerlo en conocimiento de sus superiores y pedir consejo a expertos. Si no le damos credibilidad, si decimos que es el niño el que lo provoca o si estamos justificando esa discriminación, podemos dar lugar a desenlaces fatales sin quererlo. Cuando un niño se suicida, que es lo más lamentable que puede ocurrir, a veces puede estar relacionado con la personalidad del propio niño. Para nada estoy banalizando, todo lo contrario, lo que no podemos es normalizar. En Barcelona, donde yo vivo, cuando un alumno mató a un profesor con una ballesta la Generalitat se lavó las manos y dijo que no formaba parte de la violencia en las aulas. Cuando vemos esto, hay que revelarlo para observarlo y ponerle nombre.

-¿Dónde está el germen del acoso?

-El acoso brota porque no me gusta lo otro, es un no aceptar lo diferente, pero a todos los niveles, no solo en el académico. Es lamentable que aún nos distingamos por ser de izquierdas, derechas, creyentes, no creyentes, catalanes o castellanos. En el fondo, el acoso llega cuando discrimino por un rasgo del otro que no me gusta y, por tanto, no lo acepto, lo que evidencia que no soy buena persona. Tenemos tendencia a buscar los culpables cuando ocurre algo así, pero lo que hay que hacer es prevenir. Las cosas pasan por un sinfín de confluencias. Los culpables no sirven para nada más que para salir en el periódico, pero hay que ver qué hacemos para que no pase más y detectar ciertos bullyings latentes.

-A raíz del caso del niño Diego, el Ministerio de Educación ha habilitado un teléfono de ayuda contra el acoso que operará a partir de junio. ¿Funcionará?

-Yo creo que se va a utilizar. Al menos es un gesto político, pero hay que saber quién está detrás de ese teléfono, qué se va a hacer con la recepción de las llamadas, si hay un dispositivo en marcha y si hay presupuesto para desplegar el protocolo para actuar. Si se queda en un mero registro de llamadas, de poco valdrá.

-En alguna de sus intervenciones públicas le he oído hablar del término sensosfera. ¿Qué significa?

-Llamo sensosfera a esa dimensión interhumana e interpersonal que está invisible y que en el aula determina el éxito o el fracaso del aprendizaje, es decir, el clima del aula. Es la dimensión invisible donde transaccionamos las operaciones relacionales, en definitiva, el universo de las sensaciones, los sentimientos, las emociones, la capacidad de sentir.

-En su libro "Educar la interioridad" hay una pregunta de fondo: ¿Desde cuándo los niños viven con prisas y estrés, con una jornada más extensa casi que la del adulto?

-Es totalmente cierto. Cada vez hay más estrés entre los más pequeños y un afán inmenso de hacer muchas cosas de manera muy rápida. Los niños son víctimas de ese estrés: "Vístete deprisa, vete a clases de Kung Fu, corre a darle un beso a la abuela para que esté contenta, vuelve pronto a casa a hacer los deberes, ponte rápido el pijama y venga a la cama". En el fondo, esto es así y estamos haciendo a los niños víctimas de un mundo que va muy deprisa. Nuestros antepasados vivían a otro ritmo, de otra manera.

-Muchas veces los padres quieren proyectar en sus hijos todo aquello que ellos no pudieron ser: que aprendan idiomas, que sean deportistas, que amen la música... ¿Las actividades extraescolares deben de tener medida?

-Por supuesto. Aunque el asunto de fondo es que hay actividades extraescolares porque las escuelas no asumen esas disciplinas que parecen de segundo orden y que, en realidad, no lo son. No con más matemáticas se aprenden más matemáticas. La educación emocional, la espiritual y la de las artes es lo que nos hace mejores ingenieros o mejores dentistas. Si la escuela asumiera que el arte, la música, el deporte o las lenguas son parte de la educación, no habría que atropellarlos con extraescolares a toda prisa. Además, el abuelo o la abuela tiende a convertirse en el taxista de la familia por las tardes. Planificar tantas actividades no es del todo positivo, es más aconsejable que pasen una tarde en casa jugando a que acudan a la enésima actividad de la semana.

-¿Hay asignaturas de primera y de segunda?

-Por supuesto. Y es un error. Pondré un ejemplo que yo mismo he vivido con mi hija Francine, de catorce años, que hace la ESO por las mañanas y estudia danza en el Instituto de Teatro por las tardes. Tuvimos que luchar contra la escuela porque no aceptaban que nuestra hija quisiera ser bailarina y nos aconsejaban que "primero, la escuela y de segundo plato, la danza". Sin embargo, el futuro de nuestra hija estaba en el baile. En la escuela nos decían que si dejaba las clases podría sacar mejores notas y llegar al sobressaliente en vez de conformarse con el notable. Si les hubiéramos hecho caso, Francine ahora no sería bailarina. Esto le pasa a muchos padres y es un drama social que en esta sociedad para ser algo más que excelente en lo que se cree correcto haya que costeárselo por su cuenta, si es que puede. La escuela quiere ser efectiva y debería de ser afectiva.

-¿Cómo influyen los cambios continuos de las leyes educativas en función del Gobierno de turno?

-Es un auténtico desastre. Me cuesta mucho aceptar que no haya un consenso político en una Ley de Educación porque moviendo las sillas de lugar no se cambia la casa. Esto afecta mucho al profesorado, que se cansa de aprender nuevas terminologías para no hacer lo de toda la vida, que es educar. Decía mi madre, que era maestra, que la educación ha sido siempre sentido común en todas las tribus del planeta. Se nos quiere hacer profesionales de la educación solo por tener una carrera universitaria a los 23 años. Nada más lejos de la realidad.

-¿Hasta qué punto influye la ratio de alumnos por clase?

-Influye mucho. Debería de haber acuerdo en bajar la ratio para que en vez de treinta niños en las aulas hubiera quince, además de conectar la familia con la escuela.

-¿Confía en los resultados, siempre poco halagüeños para España, del informe Pisa elaborado por la Organización para la Cooperación para la Cooperación y Desarrollo Económico?

-Yo no confío del todo en esos datos. No hay que hacer mucho caso a este informe de la OCDE porque está elaborado por una entidad que busca el desarrollo económico, pero que no es experta en educación ni en pedagogía.