Es uno de los usuarios más veteranos del centro Madre Bonifacia, donde reside desde hace cuatro años. Como a tantos otros, la crisis fue el detonante de este desamparo. "Trabajaba en la construcción, me quedé sin empleo y encima estaba divorciado de mi mujer, a la que tenía que pasar una pensión de manutención para nuestros dos hijos", explica. Con una prestación de 426 euros al mes y una pensión alimenticia a su familia de 450 euros "todos los meses le dejaba a deber dinero, las cuentas no salían", suma. Tampoco puede pedir ayuda a su familia, pues sus hijos aún son menores. "Hasta venir aquí, tenía una vida normal, pagaba un piso y tenía a los niños cada quince días", resume. Por eso está especialmente agradecido a que Cáritas le haya abierto las puertas. "Si no, no tendría nada", subraya. Sus días pasan entre conversaciones con los compañeros y actividades organizadas en el centro para su ocio, además de solicitar nuevas prestaciones. Hubo incluso un tiempo en el que pudo disponer de una habitación en un piso compartido y acudir solo a las instalaciones para el servicio de comedor. Pero ahora, poco esperanzado con sus posibilidades de futuro, urge un empleo. "No puedo quedarme en la casa de acogida de por vida, aunque va a ser difícil que contraten ya a alguien con mi edad", reconoce.