Son 28 plazas que a menudo se quedan cortas. Las camas del centro de acogida Madre Bonifacia, dirigido por Cáritas Diocesana, siempre están ocupadas, en los últimos años incluso por personas "que solían tener una vida normalizada", apunta la directora del centro, María León. Coincidiendo con la celebración del Día de las Personas sin Hogar, que se conmemora hoy en toda España, desde la organización se reivindica la defensa de los derechos de estas personas.

Un grupo formado por seis monitores, dos cocineras y la directora, ayudados por un grupo de voluntarios, se encarga de que los usuarios, la mayoría hombres y con edades comprendidas entre los 30 y los 45 años, se sientan amparados antes el desamparo de la sociedad. "No solo les ofrecemos alojamiento y manutención, sino también asesoramiento a todos los niveles, incluso psicológico. El objetivo es ver las opciones con las que cuenta para conseguir un cambio en su vida", resume la directora. La búsqueda de prestaciones y el recorrido de su mano por las administraciones para encontrar esa asistencia, además de una esmerada preocupación por la cobertura sanitaria -"una de nuestras principales preocupaciones, porque en muchos casos, además de problemas físicos, también sufren problemas mentales, lo que les imposibilita una vida totalmente autónoma", apunta- es el día a día de estos trabajadores. "Queremos que consigan algún ingreso, encuentren un empleo o algo que les que pueda ayudar a cambiar", añade.

Otro apartado está en las opciones de ocio, esenciales para evadirse de sus graves problemas personales. Una nutrida muestra del resultado de estas actividades se ha podido ver estos días en la caseta de la plaza Castilla y León, donde han dado la cara ante la sociedad para hacerse visibles.

"La gente que viene está desarraigada pero quiere cambiar, está harta de deambular de un lado para otro", apunta León. Ante la situación de estos nuevos usuarios, desde Cáritas se apuesta por una política centrada en hacerles "parar". Para ello se apoyan en la amplia red que tiene distribuida por toda España. "En muchos casos, si son de un lugar concreto, les ayudamos a regresar, más aún si tienen una referencia familiar. Si no es posible, nos quedamos con ellos hasta que puedan ser independientes", explica. De momento, lo han conseguido en el 15% de lo casos.

Porque el objetivo último de la casa de acogida es lograr que todos sus usuarios se vuelvan autónomos y que se vuelvan a integrar en la sociedad. Y eso es algo que en la mayoría de los casos ya no puede ofrecerle el apoyo de un pariente. "La gente que viene normalmente ha tenido problemas de paro y de deudas, lo que ha terminado rompiendo la relación con los familiares porque han intentado tapar estos problemas usando a su pareja, sus padres o sus hijos", razona

Además de los usuarios permanentes, el centro también acoge a transeúntes de paso. "En un año pueden pasar entre 800 y 900 personas", calcula María León. En estos casos solo buscan un lugar de descanso y conseguir dinero para el siguiente viaje. De una u otra manera, las puertas las tienen siempre abiertas y la casa se convierte en una referencia para tenderles la mano y hacerles sentir que no están solos.