La muerte de Juan Ángel Regojo ha sumido en el luto a su querida villa de Fermoselle, de donde se sintió siempre de corazón, aunque oficialmente viera la luz en Redondela, el 17 de junio de 1933. A él, en realidad, lo que le enorgullecía era pertenecer a la familia de "Los Corales", el mote con el que era conocido el clan en su amado pueblo. Hablaba con pasión de su Virgen de la Bandera, de los encierros de San Agustín y del sonido de "La Coronela" que avivaba sus recuerdos más felices de niñez y juventud. De tiempos compartidos con la extensa estirpe Regojo, porque, sobre todo, Juan Ángel era un hombre que valoraba la unidad familiar sobre cualquier otra cosa. Esos días de agosto eran, además, el único paréntesis obligado en la ajetreada vida de José Regojo, su padre, el fundador de uno de los mayores imperios textiles españoles de los años 40 hasta bien entrada la década de los 70.

La muerte sorprendió a Juan Ángel Regojo el pasado domingo en Nasau, Bahamas, adonde había viajado para el sepelio de su suegra, a la que seguía fuertemente unido pese a los años transcurridos del fallecimiento en accidente de tráfico en 1998 de la que fuera su esposa, Ana Bacardí, heredera del clan cubano del mismo apellido. Dos días después del entierro, Regojo se sintió mal hasta el punto de ser hospitalizado en un centro sanitario donde le fue diagnosticada una angina de pecho. Permaneció días en la UCI y paulatinamente fue mejorando hasta que los médicos decidieron su ingreso en planta. Solo diez horas después, expiraba dejando en la más absoluta consternación a toda su familia, a uno y a otro lado del Atlántico. Ahora, tratan de agilizar la repatriación del cuerpo, que recibirá sepultura en el panteón familiar de Redondela.

Era el tercero de los hijos del matrimonio formado por el empresario fermosellano afincado en Pontevedra, José Regojo y la redondelana Rita Otero. El primer varón, después de Rita (nacida en 1929 y fallecida en 2011), y de Teresa (nacida en 1930). La llegada de Juan Ángel era muy deseada por la pareja, tanto, que su madre encomendó el alumbramiento a San Benito el Negro, santo de devoción popular en Redondela, al que ofrendaron un Niño Jesús de plata. Y fuera por la ofrenda, por los ruegos y por el alma sencilla y generosa de doña Rita, el santo acabó colmando los deseos del matrimonio. Aún llegarían otros tres hijos más. Tres años más tarde nacería José, a quien siguieron Concha, Pedro y Alejandra. Una familia numerosa de siete hijos que crecieron en un hogar en el que dejaba su impronta el fermosellano, hombre familiar y con una habilidad extraordinaria para los negocios, pero, sobre todo, donde se respiraba la dulzura que transmitía aquella madre de la que tanto la desaparecida Rita como el ahora fallecido Juan Ángel, solían recordar anécdotas sobre todas las obras sociales que llevó a cabo desprendiéndose, si hacía falta, de parte de su patrimonio personal.

En esa dualidad que representaba la forma de actuar de sus progenitores se forjó Juan Ángel Regojo Otero. Poseía el instinto comercial de su padre, y al mismo tiempo resultó determinante en su carácter la influencia espiritual de su madre. Creció en el familiar pazo de Petán codeándose con lo más granado de la sociedad gallega. Sus padres pertenecían al círculo más íntimo de don Juan de Borbón y doña María de las Mercedes, abuelos del actual rey Felipe VI, con quienes trabaron amistad durante el exilio lisboeta de los Condes de Barcelona. La relación se extendió también a los reyes Juan Carlos y Sofía, así como a sus hijos. Sin embargo, siempre predominó en Juan Ángel una bonhomía fuera de lo común, una forma de ser apacible y generosa que lo convertía en alguien cercano, más atento a escuchar que a hablar y, siempre, dispuesto a tender la mano a alguien, como había visto tantas veces en su casa y, en particular a su madre. Por ambos progenitores sentía auténtica veneración, pero la temprana muerte de Rita Otero, en 1956, le marcó hondamente. Como ella, también era un hombre de sólidas convicciones morales y de fe religiosa. Así pudo soportar los numerosos embates que le reservó su larga vida.

Estudió Ingeniería Industrial y trabajó codo a codo con su padre, José Regojo, en la fábrica textil, pero aprendió el oficio desde abajo. Todos los hermanos, sin distinción de sexo, trabajaban durante los veranos en las labores más sencillas, desde ordenar cajas a pegar botones, en aquella inmensa factoría levantada en Redondela y en la que llegaron a dar empleo a 1.200 personas. Desde allí se forjó todo un imperio que tuvo su sucursal en Zamora en la fábrica ubicada en el solar que ahora ocupa el Museo Etnográfico de Castilla y León y, posteriormente, en el polígono donde se levantara un antiguo monasterio jerónimo al otro lado del río Duero en la capital zamorana. "Zamora Industrial", que daría paso después a las recordadas Hilaturas San Jerónimo.

La entrada de la segunda generación de los Regojo introdujo novedades destacables como el uso de fibras sintéticas en la famosa camisa Dalí, para la que prestó su nombre el pintor de Cadaqués y de la que llegaron a salir un millón de piezas al año. La firma Regojo llegó a situarse entre las tres primeras de España, con El Corte Inglés y Cortefiel. Pero Juan Ángel Regojo se empeñaba en hacer hincapié en aspectos más allá del éxito empresarial. La gustaba resaltar los aspectos sociales introducidos en las fábricas de los Regojo: ajustes de horarios, contratación de discapacitados, ayudas a los estudios de los hijos de los empleados. No era nada extraño que Juan Ángel Regojo, que acabaría estableciendo su residencia habitual en Valladolid, compartiera, junto a su esposa, alguno de los eventos que tenían por protagonistas a los empleados de la fábrica zamorana. Esa implicación en labores solidarias tenía una fuerte impronta en el resto de la familia, sobre todo en su hermana mayor, Rita, fundadora de Aldeas Infantiles, para la educación de niños sin padres o procedentes de familias desestructuradas e impulsora de varios proyectos sociales. El empresario se sentía profundamente unido a toda su familia pero era evidente su apego y admiración hacia su hermana mayor.

En 2005, Juan Ángel Regojo puso en marcha un proyecto al que dedicó todas sus energías: recopilar en un libro la saga familiar de sus ascendientes. Una labor de investigación genealógica a través de la cual pudo reconstruir los orígenes de ese querido clan de "Los Corales" hasta el siglo XVII, a través de documentación en los diversos archivos parroquiales y familiares. Para él, que tanto amaba y respetaba a sus padres, aquella obra representaba el mejor tributo que podía brindar a las nuevas generaciones como guía de modelo a seguir. "Los Regojo estamos diseminados, además de por España y Portugal, también por otros países europeos y americanos. Esa dispersión, por otro lado connatural a nuestra familia, nos ha llevado a cuantos peinamos canas y acumulamos experiencias, a los más veteranos, a materializar un proyecto largamente acariciado, tratar de acercar el origen de nuestros antepasados a los más jóvenes y a las futuras generaciones nacidas de todos ellos. De este modo llegarán a entender los estrechos lazos que nos unen con Fermoselle, la pequeña villa zamorana en la que nacieron, crecieron y empezaron a escribir la pequeña historia familiar los primeros Regojo".

Juan Ángel Regojo deseaba perpetuar ese sentimiento de unidad y ese respeto entre quienes llevaban en sus venas sangre fermosellana. Una de las últimas ocasiones en las que pudo materializar ese sueño se produjo en abril de 2007, cuando 115 Regojos se dieron cita en Zamora procentes de lugares tan diversos como Galicia, Málaga, las islas Azores o Londres para una reunión en la tierra de sus antepasados, donde también se ubica otra parte de la extensa obra social de la familia, la residencia que lleva el nombre de Conchita Regojo, hija de Antonio, tío carnal del ahora fallecido que se distinguió también como uno de los hombres de negocios más avanzados de la España de su época.

Entre los más de cien miembros de la familia asistentes a la cita de Fermoselle se contaban los cinco hijos habidos en el matrimonio Regojo Bacardí, que lloran su pérdida, así como el resto de hermanos del finado. El corazón generoso y desprendido de Juan Ángel Regojo dejó de latir una tarde de domingo. Como hombre piadoso murió reconfortado tras recibir el sacramento de la extremaunción y la eucaristía. Puede que, interna, serenamente, intuyera que había llegado la hora de reencontrarse con quienes perdió por el camino, de tejer ese último nudo en el tapiz de la urdimbre vital de un hombre bueno que siempre tuvo presente que "los goces puros y sin tristeza dados al hombre son los goces de la familia". Una familia que ahora llora pero que se aferra a su fe para seguir adelante: "Dios sabe más de estas cosas", afirmaba, emocionado su hermano Pedro. A todos ellos les queda ahora el reto de mantener viva la llama que ardía en los ojos de Juan Ángel Regojo cuando alguien mencionaba el nombre de "Los Corales".