Lazos de años unían al fallecido con el escritor Jesús Hilario Tundidor. El poeta, desde su domicilio de Madrid subraya que «Alfonso era un artista de corazón, con un sentido de la renovación y de la actualidad muy importante en su obra». «Éramos de la misma pandilla, él y su mujer Manolita, y también Antonio Pedrero o Torre Cavero», explica al tiempo que, con emoción, recuerda que para una de sus primeras exposiciones le escribió una crítica «que me valió estar condenado en la cárcel de papel de la revista satírica "La codorniz"».

Otro gran amigo, Antonio Pedrero, ensalza también al pintor, al que considera, aunque no se formó en la Escuela de San Ildefonso, del grupo de artistas zamoranos que la constituyen, «se integró en ella, para nosotros es uno más, una prolongación» de aquellos que crecieron de la mano de Daniel Bedate y José María Castilviejo. Del amigo, ensalza la gran persona, «ante la que hay que quitarse el sombrero, muy directo, espontáneo, muy alegre y vital», características estas últimas que trasladaba su pintura «expresiva». Recuerda sus primeros pasos, «muy ligados a la escultura, a la sombra de Abrantes».

Ricardo Flecha, el imaginero zamorano y profesor de la Escuela de Arte y Superior de Diseño, quiere hacer especial hincapié en la faceta pedagógica de Bartolomé, «a él debemos en buena medida que en 1984 llegara a Zamora la Escuela de Artes, fue uno de los que luchó por ella, fue el primer director», subraya. Y a él «debemos muchas de las vocaciones de pintores en Zamora», aquellas que nacieron de la Escuela de Pintura de Caja Zamora, en la que «mucha gente se inició en el arte», destaca Flecha.

El alumno rinde homenaje al «profesor muy querido» por sus pupilos, «el más abierto y el que más llegaba. Fue el que más se involucró en la enseñanza, siempre tuvo clara esa vocación, creo incluso creo que hizo los estudios de Bellas Artes para poder desempeñar esa labor, no tanto para ser artista». Esa pasión que le ponía a la vida, la ponía en ilustrar a sus alumnos, «me recuerdo allí donde había una exposición interesante, visitándola con él, organizaba grupos». De su carácter «jovial» da fe cuando a una comida de la Cofradía de Valderrey «llegó con una piedra en una peana, ofrecida con tanta gracia e ingenio que convirtió algo tan simple en un premio».

«La generosidad y la bondad de Bartolomé se refleja en su pintura», agrega la doctora en Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, Inés Gutiérrez-Carbajal, autora de «Pintura del Siglo XX en Zamora». «Tiene un ojo muy crítico y muy moderno a la vez que capta el paisaje de forma asombrosa». «Él pinta la castilla alegre, la Castilla viva».

En la galería de arte Espacio 36 Alfonso Bartolomé expuso por última vez, tras diez años de silencio expositivo. Su responsable Ángel Almeida señala que «era un hombre desenfadado, que no tenía enemigos». «Él era un hombre muy campechano y bohemio». El galerista alude a que «cuando salió el catálogo venía todos los días a verme porque le hizo mucha ilusión la exposición monográfica que le animé a realizar».

El presidente de la Junta pro Semana Santa, Antonio Martín Alén, muy afectado por la pérdida del amigo, insiste en el carácter «abierto y dicharachero» del pintor para destacar «lo frágil y cariñoso que era». Una persona discreta, a pesar de ser un gran artista, que «pasó de puntillas por Zamora incluso para morir». Como pintor, «muy ágil, fresco, muy de Daniel Bedate trabajador, todos los días pintaba». Pero sobre todo habla del «colaborador, que participaba en todo. Para cualquier cosa que pedías, estaba y sin pedir nada. Era generoso».

El arquitecto, Francisco Somoza, se remite a la faceta como profesor de Bartolomé, «su dedicación y su capacidad de aproximación a los alumnos». Somoza se detiene en «su extraordinaria generosidad y su categoría humana», muestra de «su espíritu de colaboración», sin olvidar al artista, «su amor por la pintura», que «a través de sencillos trazos e intensos colores construyó un lenguaje personal».

«El mundo de la cultura zamorana no se entiende sin su figura, sin sus cuadros de paisajes castellanos y de casas sanabresas, y sus Cristos. Son parte de la identidad pictórica zamorana», considera el sociólogo David Redoli, hijo del artista Antonio Redoli. «Las dos familias han mantenido siempre una estrecha relación».