La misa a la que los fieles cristianos acuden en la actualidad no siempre fue así. La estructura de la celebración, los cantos e incluso la duración corresponden a un ritual que se oficializó a finales del siglo XI, y que se ha mantenido hasta nuestros días. Pero, ¿qué hubo antes? Cualquiera ha oído hablar de la llamada liturgia hispana, también conocida como rito mozárabe, una realidad asociada a la Iglesia que esconde una antiquísima tradición todavía hoy conservada en algunos templos. Uno muy cercano a la capital, San Pedro de la Nave. Otro, en la capital de las tres culturas: la Catedral de Toledo.

Los orígenes del rito hispano se remontan al siglo IV y suponen una forma de hacer que se consolidaría en el año 633 en el Concilio IV de Toledo, bajo la presidencia de Isidoro de Sevilla. Los responsables de la Iglesia de entonces tenían una misión clara: «unificar» un mismo ritual de oración y canto en el territorio cristiano de entonces.

En uno de los cánones de aquel Concilio figuran unas letras que nos ayudan a comprender el objetivo de la época: «Así pues en toda España y en la Galia narbonense sea mantenido por nosotros un mismo orden de oración y de canto, y un solo modelo en los ritos de la Misa y los Oficios vespertino y matutino».

En la unificación de la liturgia incidió un hecho histórico: la conversión al catolicismo de Recaredo I, rey de los visigodos, en el año 589. Los antiguos pobladores de la península estaban enfrentados con la población hispano-romana por su forma de entender la religión, dado que los visigodos profesaban el arrianismo.

El rito hispano se conservaría, no en los usos, sino en los papeles, durante los siglos XII al XII. Y eso que la conquista musulmana, en 711, venía a poner en peligro las costumbres de la población hispana. Frente a la llegada de los «infieles», los vecinos de la península lograron sostener el rito hispano, que adquirió el apellido de «mozárabe». La explicación es sencilla: la liturgia no solo se mantuvo en los territorios del norte no conquistados por los árabes, sino también en regiones bajo dominio musulmán, donde vivían los cristianos «mozárabes».

Un cambio histórico en el siglo XI, el rito hispano o mozárabe es suplantado por el romano, el actual, que se impone con la llegada de las comunidades benedictinas, como es el caso de Cluny.

La profesora Marta Poza Yagüe explica de una manera sencilla la conexión entre el nuevo ritual romano y el primer arte internacional, que llegará a la península en esa misma época: el románico. «Con la disgregación del Imperio romano, los distintos territorios europeos —da lo mismo el Imperio oriental que las antiguas regiones occidentales— se mueven por estilos nacionales y locales que responden a unos orígenes y que dan respuesta a unas necesidades específicas. Es verdad que con el románico se vuelve a unificar todo, incluido el rito. Hasta finales del siglo XI, todavía se mantienen en territorios europeos ceremonias particulares. Si me ciño a España, en Zamora por ejemplo, el antiguo rito hispano instaurado en época de la monarquía visigoda (que después se va a conocer como liturgia mozárabe) tenía unas características específicas, su calendario normalizado de uso peninsular, y esto condicionaba la construcción de edificios más cerrados, oscuros. A partir de la segunda mitad del siglo XI, desde Roma se busca normalizar la liturgia y se llega a una obligatoriedad: todos los territorios bajo amparo de la Santa Sede deberán seguir la misma liturgia, la gregoriana. Se llamó así porque uno de los papas más representativos —ni el primero ni el último— fue Gregorio VII. A partir de ahí, con una ceremonia común que condiciona los espacios del templo todos construyen de la misma manera. Puede que haya estilemas propios, pero si los usos son los mismos, la espacialidad es idéntica. Si sumamos a esto el fenómeno de las peregrinaciones y el monacato benedictino (después el cisterciense) que luego internacionaliza las formas, tenemos la explicación», analiza la historiadora.

Y es que el rey Alfonso VI de León y Castilla suprime la liturgia dominante y la sustituye por el rito romano en el año 1080, pese a la resistencia de las comunidades mozárabes. El apego a esta costumbre es tal que en la cuna de la liturgia, la ciudad de Toledo, se permite que varias parroquias conserven este tipo de eucaristía y canto. Solo las comunidades mozárabes se empeñarán desde entonces en conservar algo que entienden identificado con sus propias raíces, su cultura y su creencia. Toledo se convierte en estandarte de este ceremonial junto a un templo cercano a Zamora: la basílica de San Isidoro de León.

En época de los Reyes Católicos, cuando el rito hispano agonizaba, una figura bien conocida por los zamoranos hizo lo suficiente como para que hoy podamos hablar de esta liturgia. El cardenal de Toledo Francisco Jiménez Cisneros se empeñó en 1495 en conservar esta costumbre y decide crear la capilla del Corpus Christi en la Catedral toledana. Además, consigna una serie de rentas para potenciar la liturgia y encarga la impresión de los misales donde viene recogida la costumbre.

Aquellos libros se convertirán en pieza clave para la conservación del rito mozárabe que en el siglo XVIII volverá a revisarse. El último de los espaldarazos a la antiquísima costumbre mozárabe o toledana tiene lugar en el siglo XX, cuando el papa san Juan Pablo II. El Concilio Vaticano II aborda la revisión del misal ya no solo pretende mantener al día la celebración en Toledo, sino restaurar la pureza de los textos y el orden de la celebración. El propio pontífice ofreció una histórica misa en el rito mozárabe en el año 1992. El papa amplía los permisos para que esta liturgia a cualquier lugar de España en aquellos lugares donde exista el interés.

Una misa donde el canto se realiza en latín y la ceremonia en esta lengua o el castellano, un ritual de una duración mayor y de una belleza singular… Son algunas de las características de un ritual que todavía hoy está vivo.