Ramas de tomillo y pétalos por las calles de los barrios de la capital se convertían, a la hora de comer, en el reflejo vivo de una tradición de honda raíz. Tan profunda como la solemnidad del Corpus Christi que, en efecto, es la hermana mayor de las procesiones sacramentales que cada año acogen las distintas parroquias de la capital una semana después de que el carro triunfal una la Catedral y la Plaza Mayor.

A excepción de algunas parroquias, como la de San Torcuato, que han perdido este hábito religioso, la mayoría las iglesias se engalanaron ayer para recibir a los niños vestidos de primera comunión y cumplir con el ritual: honrar el sacramento de la eucaristía.

De ahí que la ciudad vistiera, por los cuatro costados, las ramas de tomillo y pétalos de colores lanzados como alfombra de honores a los pies del Santísimo Sacramento, portado por el sacerdote bajo el palio tendido por varias personas.

Una tradición que se escribe con la mayor solemnidad en todas las parroquias. Sirva como ejemplo la iglesia arciprestal de San Ildefonso, donde decenas de jóvenes asistieron a la misa para participar en el desfile posterior por las calles del casco histórico.

Hermandades y cofradías, como La Concha se han sumado a la tradición de las sacramentales colocando un altar en la pequeña iglesia de San Antolín, presidido en esta ocasión por la imagen de la Divina Peregrina. Aquí tampoco faltó el desfile junto a los feligreses.