Se hace el despistado, simula no saber qué está pasando, pero en el fondo sabe la fiesta es en su honor y que es todo un privilegiado que hoy cumple 105 años. Esa forma de actuar, distraído pero con ironía, es marca de su personalidad. Y, sin duda, una de las claves de su longevidad. "Es muy guerrero, siempre está de broma", reconoce una de sus nietas, María del Mar.

Salpicando joyas del refranero popular cada tres frases, Luciano evoca su infancia en El Cubo del Vino, su pueblo natal, donde desde bien pequeño ayudó a su familia, de seis hermanos, para salir adelante. "Mi primer trabajo fue guardar marranos y después estuve con las ovejas", enumera. Tras dedicarse también a las labores de la tierra, el destino le llevó a la capital, donde primero se ganó la vida como empleado de un comercio y después como albañil. "Me dedicaba a mirar a los que estaban trabajando", espeta con una sonrisa pícara.

Su familia y compañeros de la residencia San Gregorio, donde vive desde hace dos años, se adelantaron ayer a la celebración y le sorprendieron con una tarta, aunque él se confiesa poco goloso. También se acercaron amigos del pueblo, con los que el homenajeado charló animadamente, mientras que de fondo sonaban canciones populares. En el recuerdo también su mujer, Cándida Rodríguez, quien falleció hace quince años y con la que celebró una unión más allá de las bodas de oro.

"Es una alegría poder tener a tu padre tantos años", reconocía Paulina, su única hija. Tiene además dos nietas, Isabel y María del Mar, y tres biznietas, Celia y las mellizas Ariadna y Cintia, todas ellas de cuatro años. Un familia eminentemente femenina, con la que Luciano se muestra más que encantado.