De la fuente de Rábano de Aliste comenzó a manar agua de color barro que minutos más tarde era despedida como ceniza, los ríos Esla y Órbigo crecieron tan deprisa que hasta lanzaron varias barcas dejándolas en tierra, el retablo mayor de la Catedral de Zamora se derrumbó, al igual que el de la Iglesia de Pedralba de la Pradería, o parte de la de Torregamones. La torre de la Iglesia de San Ildefonso quedó ladeada y las aguas del río Duero se alteraron. Muchos zamoranos dijeron que el día antes habían visto brillar en el cielo dos soles. No es ciencia ficción. Así vivió Zamora, hace ahora 260 años, el gran terremoto de Lisboa en 1755.

El seísmo, uno de los más grandes sobre los que existen datos documentados, provocó cerca de 100.000 muertos, 5.300 de ellos en España, aunque algunos estudios rebajan sensiblemente estas cifras. A los ahogados hay que añadir otros 61 fallecidos en distintas zonas del país entre sepultados, ataques de pánico, atropellos e incluso dos casos de partos prematuros que finalizaron de forma trágica. Las costas andaluzas, siglos antes de que todo el planeta se conmocionara con el tsunami de Indonesia (229.999 muertos), sufrieron un gran maremoto que arrasó las costas de Cádiz o Huelva (sólo en Ayamonte perdieron la vida un millar de habitantes). En esta última provincia los movimientos de tierras originaron una isla nueva, Santa Cristina. Las olas, de entre ocho y veinte metros, dejaron miles de cadáveres en Andalucía, y eso que en aquella época no existía la explotación turística de la actualidad y solo abundaban los pequeños pueblos de pescadores. Como en las islas de Indonesia, muchos se acercaron al mar al ver cómo se alejaba el agua de la orilla. Lo imposible, también fue posible en España.

Una semana más tarde de aquel 1 de noviembre de 1755, Día de Todos los Santos, el rey Fernando VI ordenó al del Supremo Consejo de Castilla que elaborase un informe sobre los daños causados por el terremoto. Para ello se redactó una encuesta con ocho preguntas que se envió a las principales capitales y pueblos. 1.273 respondieron. Entre ellos Alcañices, Benavente, Puebla de Sanabria, Toro y Zamora, según consta en el informe elaborado por José Manuel Martínez Solares para la Dirección General del Instituto Geográfico Nacional del Ministerio de Fomento, y en el que se recogen textualmente las descripciones que hicieron los responsables de los municipios. Además, existen datos indirectos de otras siete localidades de la provincia: Pedralba de la Pradería, Rábano de Aliste, Ribadelago, San Ciprián, San Martín de Castañeda, Vigo y Villalpando.

Uno de los documentos más descriptivos (todos ellos custodiados por el Archivo Histórico Nacional) es el remitido por el alcalde mayor de Benavente, Manuel Gareza Pescador, a don Diego de Rojas y Contreras. «Es cierto que en el citado día 1º, hallándose el sol muy claro y la mañana apacible, a la hora de las nueve y tres cuartos de ella, repentinamente, sin otro accidente ni señal, sobrevino en esta villa un temblor o terremoto tan impetuoso y extraño que improvisa(da)mente se vieron mover todas las habitaciones, y creyendo cada uno de sus vecinos que la ruina era solo en su propia casa, con terror y espanto procuraron desampararlas», especifica. Todo ello, prosigue, hizo experimentar «el universal clamor de todo el pueblo, creyendo todos que había llegado la última hora». Los templos y sus capiteles «se bamboneaban con violento impulso, de forma que el reloj de magnitud y peso que es bien nombrado, y las campanas de sus cuartos, todas se tocaron a un tiempo en la fuerza del movimiento». En los siete u ocho minutos que duró el terremoto, los feligreses abandonaron asustados las parroquias donde se celebraban los oficios. Incluso algunos sacerdotes «que estaban celebrando misa dejaron de continuar y se salieron a la calle con las vestiduras sagradas, y los que estaban confesando desampararon los confesionarios. Los que estaban enfermos y aún de peligro, con el mayor trabajo y como pudieron, se salieron a las calles, desnudos».

Lisboa destrozada por el terremoto

Otro de los notables efectos fue que los dos ríos de Esla y Órbigo, «que circundan esta villa, salían de madre más de 12 varas (el equivalente en la época a 10 metros actuales), despidiendo las barcas que hay en ellos para navegar, y dejándolas en seco». Esa misma jornada, «a las nueve y tres cuartos de la noche, estando ya los más de los vecinos recogidos, se volvió a experimentar su repetición pero muy pronto, pues solo duraría cosa de dos minutos y como los habitadores estaban sobresaltados con lo acaecido por la mañana, se les aumentó la congoja y desconsuelo y, según les cogió, desampararon las casas, y fue un continuo clamor toda la noche pidiendo a Dios misericordia a voces por las calles, haciendo penitencia, y cantando el Santísimo Rosario, sin embargo de que la noche estaba sumamente rígida por la escarcha que caía».

Celebraciones religiosas por la ausencia de heridos

En Zamora capital existen distintos testimonios complementarios, como el de Pedro Losada de Baños, escribano público, e incluso el del propio Fernández Duro en sus Memorias Históricas, aunque en ellas solo alude a pequeños daños en algunos edificios: la torre de San Ildefonso, que quedó ladeada, una pared del Consistorio, que se resintió, lo mismo que en la torre de la casa del marqués de Castronuevo. En agradecimiento por la ausencia de víctimas o heridos, se organizaron dos fiestas solemnes celebradas en la Catedral y en San Ildefonso, aunque no pudieron sacar en procesión los cuerpos de los santos por el elevado presupuesto que presentó la cofradía, 30.000 reales.

En la documentación del Instituto Geográfico Nacional, el intendente Julián Morín de Belasco envía al Obispo de Cartagena un informe en el que destaca que «se alteraron las aguas de este río Duero, en donde se oyó un gran ruido en la repetición experimentada a las diez de la noche; y aunque se pretendió esforzar que en Sayago (tierra de esta provincia) se vieron por la mañana del terremoto dos soles, supe por las averiguaciones que practiqué haber sido incierto; pues lo que el Procurador de la misma tierra me afirmó haber visto, fue a un lado de Levante una luz algo nublada distante de la que cerca al Sol; y de la división al parecer de una y otra, arguyó la ignorancia, la duplicidad de soles se divulgó». Lo que sí quedó constatado en la capital fue el movimiento general de los edificios, «y tal alteración en los ánimos de las gentes que, con notable atropellamiento, en Iglesias y casas se salieron a las calles por libertarse de la ruina que temían». Como signos premonitorios, un centinela de la plaza aseguró haber observado al amanecer de ese día una línea encendida que poco a poco se fue desvaneciendo. Además, los religiosos del convento de San Francisco vieron fuego sobre unos molinos cercanos. En las anotaciones que dejó en su despacho el escribano público de Zamora, Pedro Losada de Baños, especifica que la sacudida duró «lo que suelen durar dos credos , ¿diez minutos?». Según las investigaciones de José Lorenzo Fernández, además el escribano del rey oyó temblar la torre de Peromato y comprobó cómo la gente corría despavorida por la Rúa.

Aunque no aparece reflejado en escritos de la época, al menos de forma detallada, se sabe que el movimiento sísmico de 8,7 de magnitud y que afectó a Portugal, España y Norte de África dejó también su huella en la Catedral de Zamora, que perdió por los graves deterioros ocasionados su retablo mayor, la obra barroca del escultor Joaquín Benito Churriguera que poco antes había sustituido al encargado en 1478 a Fernando Gallego y que fue vendido de forma simbólica en 1718 a la parroquia del pueblo de Arcenillas por 3.240 reales y algunas cargas de grano. Se desconoce el número de tablas que lo componían, aunque al menos eran 35. El altar de Churriguera, muy dañado por el terremoto, fue desmontado pieza a pieza en 1758 y fue malvendido, al parecer para servir como leña. Hoy en día el altar de mármoles y bronce dorado de estilo neoclásico, de Ventura Rodríguez, es el que se puede admirar en el templo.

Respecto a los efectos que las ondas sísmicas pudieron tener en el Duero, se atestigua que el río creció, y hay quien apunta que fue este seísmo el que propició el cambio en el cauce del Valderaduey. Está acreditado geológicamente que el Valderaduey rodeaba Zamora por San Lázaro hasta llegar a Olivares. A partir de estos datos, algunas hipótesis apuntan a que el Duero se ensanchó hacia las Peñas de Santa Marta, y de ahí que el puente románico, cuyos restos aún son visibles, solo llegara a la mitad de lo que hoy es el río Duero, y que el Valderaduey buscase una nueva salida aguas arriba de donde lo hacía (que era por La Vaguada y zona de la estación del ferrocarril, San Lázaro y Olivares).

Otra de las localidades en las que el temblor provocó extraños fenómenos fue Alcañices. En el informe de daños remitido por el licenciado Joachin Luis de Fontanilla se subraya que «la fuente del lugar de Rabano (Rábano de Aliste) rompió con agua de color de barro, después la despedía de color ceniza. Otras voces corren de señales que se vieron en el cielo la noche antes, pero hasta informarme de su verdad me detengo». En Puebla de Sanabria otro licenciado, Mariano Joachin Polo, dio fe de que se experimentó el «temblor universal, que duró por espacio de cuatro minutos, cuya violenta alteración sacó de su centro más de dos varas (1,6 metros) las aguas del río Tera, que circunde esta plaza, y derribó el retablo de la Iglesia parroquial de Pedralba» (Pedralba de la Pradería).

Una de las singularidades que tiene este informe respecto al resto de los emitidos desde la provincia de Zamora en 1755 es que se detallan las sucesivas réplicas del seísmo. La primera, quince minutos después; la segunda, a las nueve de la noche de ese mismo 1 de diciembre; una tercera el día 15 entre la una y las dos de la madrugada; una cuarta el día 27 a las seis de la mañana; y la última, el día 29, a las siete de la tarde. En definitiva, un mes de temblores. La descripción de lo sucedido se amplía a otros pueblos de la comarca, aunque solo de pasada. Textualmente, detalla: «En los lugares sitos en la falda de la Sierra, que son Vigo, Riba de Lago (Ribadelago), Murias, San Zibrian (San Ciprián), Sotillo y el real colegio de San Martín de Castañeda, de religiosos Bernardos y su villa, quasi todos los días del mes de noviembre han padecido algún temblor en distintas horas, y más o menos leves que los arriba dichos».

Predicciones de los ancianos

Otra información peculiar que aporta Puebla de Sanabria es la que hacen alusión a las señales que antecedieron y pronosticaron el terremoto de Lisboa, «según sentir de los prácticos y ancianos». Estas fueron: «nieves muy abundantes en los días 17 y 18 de octubre, contra el orden regular de este país, y caso jamás visto, pues habiendo gozado hasta entonces de un tiempo muy templado, repentinamente, en las Sierras se midieron dos varas por igual y, en lo restante de Sanabria y Jurisdicción, una, cuya (sic) de intemperie, hizo más estrago en esta tierra en los árboles y ganado que pudiera haber causado el terremoto (sic) más violento». Añade que los «ganados padecieron hambres y muertes, teniendo abundante otoño, por no poderle comer, y coger a los dueños desprevenidos. La Sierra no se ha descubierto todavía, pues ha repetido muchas veces la nieve, y aunque lo primero duró solo 8 días, en los llanos, con la repetición de otras, y los temblores y abundantes aguas, ha sido un continuo padecer».

Aunque inicialmente no se pudo encontrar información sobre Toro, salvo el encargo de redactar el informe de daños, el Archivo Histórico Nacional ha podido recuperar un extracto en el que se deja constancia de los movimientos en edificaciones y calles, al tiempo que se confirma que no hubo víctimas, «salvo algunos vahídos de cabeza». Como en otros lugares de la provincia, las aguas del Duero bajaron, «y volvieron a subir más de una vara (0.83 metros). Lo más curioso es que «varias personas de todos estados» aseguraron «haber notado el día antecedente a las tres de la tarde dos Soles. A no mucha distancia del uno, que era el cierto, y en línea paralela a él, se vio una semejanza suya que solo se diferenciaba en ser más oscura que el original, y esta apariencia brillaba más cuanto aquel se ocurecía algo. Uno y otro comunicaban luz a un mismo tiempo, pues se notó que un cuerpo solo hacia dos sombras».

Muchas de las obras que se realizaron en las iglesias zamoranas durante los siguientes años, como en Torregamones, tuvieron como objetivo reparar los daños del terremoto. Diez minutos que acabaron con Lisboa, que ahogó a cinco millares de andaluces, y que dejó su huella con la impronta del miedo en la provincia de Zamora.