Corría el mes de junio de 1964 cuando un joven zamorano de apenas 17 años criado en Valladolid y llamado Joaquín Díaz hacía su debut artístico en el programa "Salto a la fama", conducido por José Luis Uribarri en TVE. Para conmemorar la efeméride y celebrar el medio siglo de vida profesional del etnógrafo y músico, el Teatro Zorrilla de Valladolid acogerá este viernes una jornada de homenaje a uno de los principales investigadores y defensores de la cultura tradicional en España.

-¿Cuántos años tenía cuando sus padres se instalaron en Valladolid?

-Llegamos en junio de 1951. Yo tenía cuatro años. Mi padre era ingeniero forestal y estaba trabajando en Zamora, pero ya entonces debía tener la idea de que fuéramos a la universidad y veía que allí no había muchas posibilidades de que estudiáramos.

-Su madre era pianista, ¿cómo le influyó aquello?

-Ella hizo la carrera de piano y luego estudió virtuosismo con el pianista gaditano José Cubiles, que era catedrático el Conservatorio de Madrid. Hasta la guerra civil estudió piano e hizo todo lo que la carrera exigía, incluso dirección de orquesta, con Ataulfo Argenta como compañero de promoción. Pero en la guerra lo debieron pasar tan mal que se le quitaron las ganas de seguir con el piano. Poco después del conflicto se casó con mi padre y el piano se quedó en Madrid en la casa de mi abuelo, hasta que lo vendieron en 1956 y nos compraron una guitarra y una bandurria.

-Su afición por la música le viene entonces de lejos...

-Siempre me gustó. Las primeras noticias que tengo de ello, que personalmente no recuerdo, son que de pequeño en Zamora cantaba mucho en casa; mi madre nos ponía en la cocina y las vecinas nos oían, les divertía y aplaudían. Eso se consolidó con mi primera guitarra, fui a clases con un vecino de Viana de Cega pero el segundo día me dijo: "No vengas más porque poco tengo que enseñarte". En ese sentido soy totalmente autodidacta, escuchaba los discos de guitarristas y trataba de imitarlos.

-¿Lo de estudiar Derecho fue una imposición paterna?

-No, no tuve ninguna imposición, aunque mis padres siempre tuvieron en mente que teníamos que hacer una carrera. En una familia pequeño burguesa de esos años era lo habitual. Cuando terminamos el colegio algunos compañeros se fueron a Filosofía y Letras y otros a Derecho, y yo, que no tenía ningún interés por una cosa ni por la otra, me metí en Derecho. El primer año lo pasé tocando la guitarra, fui a pocas clases y suspendí las cuatro asignaturas.

-En plena eclosión de los Beatles, parece raro que un joven universitario se enamorase de las tradiciones musicales populares o del romancero tradicional en lugar de volcarse en el pop. ¿Cómo surgió ese flechazo?

-Yo participaba de lo mismo que todo el mundo, y no tengo empacho en decir que me llegué a comprar un disco de los Beatles, pero solo uno, porque no era eso lo que me gustaba. Yo me inclinaba por otro tipo de música que me llamaba más la atención: la escasa música americana que llegaba entonces, con sonidos como el del banjo.

-¿Cómo sintió la necesidad de buscar en las raíces sonoras españolas?

-Tenía una cierta intuición de que eso se podía usar. De hecho, en los recitales, cantaba cosas de todo el mundo y metía cosas que había aprendido de mi madre, pasándolas por el tamiz del momento. Sin embargo, en torno a 1966 empecé a cartearme con americanos, sobre todo con Pete Seeger, fue de los primeros en preguntarme por qué no me dedicaba a este tipo de música. Un año después viajé por primera vez a Estados Unidos y allí me encontré con él; aquello fue definitivo y en 1968 grabé mi primer disco de música totalmente española. Eso fue lo que me llevó, de una forma clara, a elegir la música para manifestarme y conocer algo más la cultura española.

-¿Contó con algún maestro o mentor?

-Musicalmente tengo menos dependencia que intelectualmente. Para mí, por ejemplo, intelectualmente Julio Caro Baroja ha sido la personalidad más importante de la cultura española en el siglo XX y en cualquier siglo. Con suma discreción fue capaz de almacenar muchísimos conocimientos y de tener una visión muy certera de las cosas. Fue un adelantado a su tiempo aunque creo que tuvo muy mala suerte con proyectos como el Museo del Pueblo Español, que dirigió durante once años sin que abriera sus puertas al público, o el Museo Etnológico de Navarra Julio Caro Baroja, que a día de hoy sigue sin ver la luz. De él podría aprender mucha gente.

-Alguien que sentía miedo escénico y una gran responsabilidad de hacerlo bien ante el gran público, ¿cómo vivía cada aparición en el escenario?

-Quizá el miedo escénico sea un recurso que tenemos los que no estamos muy seguros de qué tenemos que hacer, para decir que algo nos impone. Supongo que no hay nadie que no tenga una cierta tensión antes de aparecer en público, porque es lógico. Yo tenía la sensación, que luego se convirtió en una certeza, de que hacer bien las cosas todas las noches que me tocaba actuar era imposible. Durante esos años actuaba cada día en una parte, di infinidad de recitales e iba solo a todas partes, sin agente artístico como ahora ni nadie que me organizara la agenda. Tenía la sensación de que no podía aguantar ese ritmo y de que no podría dar lo que realmente quería.

-Fue entonces cuando, una década después de su debut, decidió abandonar la música en vivo.

-En un momento dado, en el que sumaba al evidente cansancio físico un profundo cansancio psicológico, me planteé seriamente: "Si sigo de esta manera voy a convertirme en una persona que tendrá que fingir todas las noches lo que no siente". Y en diciembre del 74 dije: "Se acabó, se terminó la historia y me voy". Y nunca me he planteado dar marcha atrás.

-¿Cómo ha evolucionado el interés social por la etnografía y la música popular desde que usted comenzó a mediados de los 60 hasta hoy?

-A lo largo del tiempo la situación ha mejorado. Entre la gente joven que se acerca a la Fundación siempre veo un porcentaje que está interesado en un pasado que desconocen, más incluso que mucha gente de mi generación, que vivía totalmente ajena al asunto.

-¿De qué está más orgulloso en este medio siglo profesional?

-Hasta tiempos muy recientes no me había percatado de que tengo un público al que desconocía. Unos quince años después de mi retirada de los escenarios, a finales de los años 80, empecé a notar un cariño de la gente que no podía ni imaginar. Empezó a llegar gente a Urueña porque sabía que yo me había mudado aquí, que me decía que me había escuchado y disfrutado con mis discos. Siempre lo he comparado con la botella que el náufrago lanza sin saber dónde va a parar. Y ahora sé que ha habido y hay mucha gente que viene por aquí y me dice que al llevar a sus hijos en coche les ponían las canciones. Eso es un regalo, y es frecuentísimo.