Puertas arrancadas de cuajo, ventanas rotas a pedradas, paredes completamente pintadas, cuadros eléctricos con los cables colgando y suciedad en cualquier punto hacia donde uno mire. Esta es la situación en la que se encuentran actualmente las aceñas de Cabañales. Un entorno rehabilitado hace tan solo once años y que ahora presenta un estado de absoluto abandono. La falta de actividad en los cuatro edificios que conforman el dominio ha provocado la irrupción de los vándalos, que han arrasado con todo lo que se les ha puesto por delante. Los antiguos molinos, que a lo largo de todo este tiempo no han encontrado su hueco cultural en la vida zamorana, se han convertido en una máquina de tragar dinero público hasta el punto de que ya no queda nada en ellos de todo lo que se instaló en el año 2003.

Una simple visita por el entorno de las aceñas de Cabañales sirve para comprobar el estado de desidia y dejadez al que se las ha sometido. No es algo nuevo. Los vecinos llevan meses denunciando la práctica de actos vandálicos en los antiguos molinos. Y son fáciles de encontrar. En la misma pasarela de acceso a las plantas intermedias de los edificios, el firme de madera aparece arrancado y los cables instalados debajo, manipulados. Apenas es un hueco de diez por diez centímetros, pero es suficiente para provocar una caída a alguien que afronte este tramo sin fijarse demasiado en lo que tiene bajo los pies.

Una vez arriba, en el primer edificio que desde un inicio estuvo destinado a la restauración, el panorama es desolador. Las puertas están arrancadas y los cristales de éstas, reventados. En la planta de abajo, al oeste, aparecen los cuartos de baño destartalados. En una habitación un poco más adelante, la ducha está completamente anegada de desperdicios. Y en el salón principal, un tablón inclinado soportado por una silla. Las palabras inglesas "jump" y "continue", así como los testimonios de los vecinos, hacen suponer que los incívicos utilizan estas dependencias para alguna suerte de estúpida carrera. Pero en este molino hay más. En la planta superior, donde se encuentra la barra del establecimiento hostelero, los vándalos tienen montado su propio salón de estar e incluso se han llevado sus mantas para cuando aprieta el frío, que esconden en el hueco del elevador que va desde la cocina hasta el bar.

El siguiente edificio del paseo va a dar a la que fue sala de exposiciones. Allí aún figura un vinilo de una entidad colaboradora. En realidad, es lo único que se mantiene de su aspecto original, pues a día de hoy esa sala está completamente ruinosa y con espuma de extintor desperdigada por el suelo.

El viaje por territorio de guerra finaliza en los dos edificios rodeados completamente por el Duero. En ellos, los vándalos han destrozado las barandillas de las escaleras, han dejado restos de sus botellones, aparecen también preservativos y excrementos caninos. Incluso existen visos de haber prendido un pequeño fuego. Prácticas, sin duda, que no tienen nada que ver con el proyecto original de las aceñas.