Clásico pero innovador, con cintura respecto de la evolución que debe seguir la lengua castellana, propiedad "de los ciudadanos, no de los lingüistas", José Ramón Pascual Rodríguez, vicedirector de la Real Academia de la Lengua (RAE) y director del Nuevo Diccionario Histórico del Español, dejó perplejo al auditorio con su intervención en Zamora, durante la apertura del curso académico de la UNED.

-El origen de las palabras, su especialidad, parece importar bastante poco, especialmente a los jóvenes, a quienes el lenguaje culto les es ajeno.

-Sobre todo, si no se lo sabemos explicar. La responsabilidad no es de los jóvenes, es de quienes no se lo enseñamos. ¡La de cosas inútiles que he aprendido!, ¿para qué se le explica a un chico qué es un fonema? Sirve que conozca qué es un sonido y cómo se pronuncia. ¿Sabes cual es el proceso del Ébola o de la degradación de los cartílago? No, me interesa que me enseñen a defenderme de eso. Para eso sirve un diccionario histórico, para el propio e importante conocimiento de la lengua en el plano léxico.

-¿Conociendo mejor las palabras, su origen, se comprende mejor al otro, la realidad?

-Y se es capaz de engañar mejor a los demás. La Lengua es un instrumento que sirve para muchas cosas: pensar, seducir, reclamar la atención de otro..., también para engañar. Es muy necesario saber todo lo posible del léxico. Cuando un señor dice, como escuché el otro día, que no aboga por una separación, sino por replantear..., está jugando con las palabras, quien sabe algo de léxico sabe que está diciendo una auténtica idiotez.

-¿Qué opina de esas palabras, inexistentes en nuestro diccionario, que alguien se saca de la manga y se ponen de moda, como "buenismo"?

-Las modas las observo, a ver cómo evolucionan. "Buenismo" se ha usado en política con connotación negativa, para darle en las narices a (José Luis Rodríguez) Zapatero, denominar a quienes, en lugar de hacer cosas en política, parece que quieren presumir de ser buena gente. Estas creaciones sirven para ver si estamos enterados de qué van, no tienen más trascendencia, son efímeras, empiezan a usarse en determinados grupos y no tienen fuerza para entrar en el diccionario. Son como la moda del pantalón estrecho. Hay mucho en la Lengua que es pura ganga, está bien meterlo en un cajón y que se sepa que se ha utilizado, nada más.

-¿Cómo diferencian ustedes lo que son gangas de lo que son vocablos de peso?

-Hace 30 años se precisaba gente muy inteligente para diferenciar, y podía meter la pata. Ahora tenemos medios informáticos, a diario se cazan términos de muchos periódicos con los que creamos un corpus, tienen que aparecer en un grupo importante de textos, somos capaces de decir cuántas veces se repite en varios años, si sube en intensidad de uso, nos permite ver si ha prendido o es absolutamente provisional. Los dueños de la lengua no somos los académicos, los lingüistas, son los ciudadanos, eso sí que es democrático: por mucho que a mí no me guste una palabra, si aparece continuamente en todos los textos, está en la lengua.

-En los últimos quince años, el volumen de vocablos que la RAE han introducido en la Lengua española es muchísimo mayor que en el último siglo. Con esa meteórica evolución, ¿qué castellano tendremos dentro de diez?, asusta un poco.

-Un diccionario no es la Lengua, es una orientación, ninguno tenemos todas las palabras del diccionario en la cabeza, está ahí para saber qué significan, para consultar. Está bien que entren muchas palabras, debemos intentar ir a uno general, en el que entre todo. El diccionario es el universo, decía Ramón Pérez de Ayala en una de sus novelas, en "Belarmino y Apolonio". Pero no, no, es un catálogo de palabras, como un listado de teléfonos.

-A los académicos de la Lengua siempre se les ha criticado por estar en absoluta desconexión con el mundo real, ¿han evolucionado o la imagen era errónea?

-Hemos evolucionado todos. En 1990 yo no podía saber sin un diccionario si tal palabra estaba admitida por la RAE, si se usaba o no. Se estaba en desconexión con la realidad, pero todos: el colombiano con nuestra realidad, nosotros con la suya; el mayor con la manera de hablar de sus hijos y viceversa... Hoy los medios técnicos nos permiten, salvo que seamos idiotas, ver la realidad, ahí la tenemos y estamos menos desconectados, si queremos. Hoy la Lengua es de todos, los lingüistas estamos de acuerdo en ello. Y si a mí no me gusta un vocablo es mi problema.

-¿Y qué decir a las críticas de los inmovilistas?

-No sé si es bueno quitar el acento a la palabra "solo" o no; no tengo una balanza para saberlo, pero lo que importa es que lo acepte todo el mundo. Cuando sale una persona diciendo que no lo va a cumplir, hay que decirle que la norma gráfica no es para la satisfacción de uno, es para que todos lo usemos de la misma manera. Todo con el tiempo puede cambiar. La realidad no es una, es compleja, yo no la conozco, es una construcción que hacemos cada individuo y es una parte del conjunto. Lo normal es procurar que todos nos entendamos, pero es absurdo estar de espaldas a la realidad. No podemos decirle a la gente lo que tiene que decir, como no podemos decirles cómo vestir.

-En ese cambio de mentalidad, en esa revolución del lenguaje, supongo que ha sido fundamental la irrupción de las nuevas tecnologías, las redes sociales, junto a la generalización de la cultura.

-Eso es importante y la convicción de un cierto relativismo, en un mundo en el que se sabe que nadie tiene una iluminación directa de la divinidad para tener razón, todos tenemos razones y eso se llama sutileza.

-Frente a ese tremendismo con que se mira la introducción de nuevos vocablos en el diccionario, como si fuera una decisión tomada a lo loco, usted propugna que dejemos a la Lengua en paz.

-En ese drama que queremos hacer ahora de nuestras discrepancias, no olvidemos que el diccionario no aguanta cinco millones de palabras, surgen unas y otras se van jubilando y, a veces , quedan las que no nos gustan. Hay que saber jugar, en esto de hablar hay un juego. Lo importante es discutir, jugar, perder no tiene ninguna importancia: yo nunca diré "élite", diré "elite", pero aquella ha triunfado. No importa ser conservador, sino estar interesado en estas cosas.

-¿Por qué ese miedo a destrozar la Lengua?

-Es nacionalismo puro. Muchísimos términos que creemos españoles son préstamos de otras lenguas. ¿Qué queremos?, ¿la pureza?, las lenguas tienen que contaminarse, juntarse; no como si fuéramos tontos, decir "tal cosa la tengo en la table", eso es una gilipollez, pero si surge una palabra en inglés que describe una realidad nueva, no pasa nada. Las lenguas no son puras ni pierden por contaminarse, Celestina no iba al jardín, sino al huerto, que no era un lugar donde había lechugas, era un jardín. ¿Hemos perdido algo por traer tantas palabras del inglés, del francés, del italiano? Ahora no sabemos ni de dónde vienen, como añorar, que entra en el siglo XIX del catalán y ahora nos parece imprescindible.

-El uso del lenguaje también define a una sociedad: está el conservadurismo, que implica ese miedo que decía a perder la identidad, y ese "todo vale" para ser más moderno, más "col".

-Exactamente. Estamos tomando en préstamo todas las modas y ¿creemos que la Lengua es una estructura que no está sometida a la moda? Hombre, ¡por favor! Otra cosa es que me defienda de las modas y sea mucho más selectivo. En todas las sociedades estamos sometidos a centros de poder, el problema no es el lenguaje, es la cultura, así de simple.

-Ha habido críticas por el aperturismo de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) hacia palabras como "papichulo", mientras se mantenían otras de tinte machista, como "afeminado".

-A ver, no hay un señor detrás de una mesa que toma decisiones. Se van cambiando las palabras en función del tiempo y de la negociación con otras academias. Por ejemplo, se han debatido términos de teatro, van cambiando unas cosas y otras no. Los medios técnicos permitirán en el futuro actuar por bloques, cuando cojamos todas las palabras que tengan que ver con lo intelectual, con los colores, con los adjetivos... Se marcarán todas las acepciones de sentido figurado que pueden suponer un insulto. En la Academia hay personas de diferentes tendencias en todo, lo que ocurre es que mover todas las acepciones es muy complejo. Con los medios técnicos y el avance de la Lexicología, cambiaremos las cosas, tendremos ahora un congreso para estudiar el problema en su conjunto, no una palabra sola.

-¿La ortografía se irá al garete con toda esta forma de escribir que se usa en wasap, con las nuevas herramientas tecnológicas que han surgido para comunicarse a través de Internet?

-Todo lo contrario. Cuando mi mujer me escribe un wasap no entiendo casi nada, pero al final sé el sentido de lo que quiere decir, y cuando escribe no lo hace así, es decir, no escribimos así normalmente. Eso no tiene nada que ver, no hay por qué pensar que la técnica será negativa. El marqués de Santillana tenía una letra infame porque escribían los secretarios, él lo que hacía era leer. Con la ortografía ocurre lo mismo, lo malo es que sea síntoma de que uno no lee ni escribe, uno puede confundirse no pasa nada. Insisto, es un indicio cultural muy importante y en ese sentido hay que cuidarla.

-Los hay agoreros...

-No vamos al desastre, basta con que en la enseñanza haya un control de cómo hay que escribir. La existencia de las calculadoras no implica que las personas no sepa restar, sumar y dividir, a mí me cuesta ya mucho, pero bueno...

-Además de "finde", ¿qué nueva palabra le ha horrorizado que se haya introducido en esta nueva edición del diccionario?

-(risas) "Finde" es que me parecía prematuro introducirla, no era porque no me guste, sé que como lexicólogo no es ese el camino, pero había discusión y, a veces, por hacer ruido, uno se apunta. Solo hice ruido, me lo pedía el cuerpo, pero les gustaba a todos los filólogos y además morfológicamente era muy importante porque es una formación muy distinta, une una palabra y una proposición, es el único caso existente.

-En definitiva, ¿nadie tiene que salvar a nuestra lengua, goza de buena salud?

-Sí. Y será mejor que nunca si todos los países o el mayor número posible mejoran en la ciencia, en la educación, en la economía, en la democracia. La lengua no se salva poniéndole en defensa, ni haciéndole poemas, ni diciendo que somos los mejores, ni la segunda lengua del mundo. Los piropos valen para los novios, para la lengua sirve que quien la utiliza sea en su profesión, en su tarea, lo mejor posible. Según nos vaya a nosotros, le irá a la Lengua.