Asociar la iglesia de San Leonardo a su uso como almacén de carbón en el siglo XX se había convertido en un tópico de consumo frecuente hasta que aparecieron los documentos que explican, al detalle, cómo el Obispado se deshizo de un templo por el que tenía poco aprecio, condenado ya a la ruina. El mes de febrero de 1913 fue fatídico para el edificio y fecha clave para entender su situación actual: clausurado y convertido en un local que pretende mezclar hostelería y cultura, pero cuya apertura es hoy una incógnita. El 22 de febrero de hace un siglo y un año, el Episcopado zamorano obtuvo el permiso oportuno para deshacerse de San Leonardo. A continuación, la "memoria recuperada" de aquella operación y de cómo una de sus esculturas más preciadas, el León, es hoy la pieza románica más importante de The Cloisters, la división del Metropolitan de Nueva York consagrada al arte medieval español.

La crónica del "patito feo" del románico zamorano arranca a principios de la pasada centuria. Fernando Martínez López, un anticuario de Medina de Rioseco casado con la zamorana Teresa Hernández, de Fuentelapeña, se instala en la capital. En aquella época, eran frecuentes sus visitas a la Catedral para interesarse por las arquetas árabes que custodiaba el Cabildo, bajo la atenta mirada del historiador Manuel Gómez Moreno. El autor del primer catálogo del patrimonio zamorano no podría evitar, sin embargo, que la más preciada, el Bote de Zamora, sucumbiera al arte del expolio, aunque, por fortuna, acabara en el Museo Arqueológico Nacional, donde hoy es una de las piezas principales. Hay quienes defienden que aquellas operaciones comerciales fueron legales, pero ¿resulta moral pagar una cantidad residual por un objeto a sabiendas que su valor es inmenso? Para reflexionar.

El caso es que Fernando Martínez tenía entre sus operaciones comerciales la intención de hacerse con las esculturas de San Leonardo. A saber: los tres relieves de la portada -el León, la Leona y una Virgen románica- y, posiblemente, la mesa de altar también hoy desaparecida.

El Obispado se cerró en banda: no quería desprenderse de las joyas de un templo condenado a la ruina. La jugada maestra de Martínez López dio un vuelco a la situación: compraría la iglesia completa. Ante aquella oferta, el Obispado no lo pensó: el 15 de febrero de 1913 envió una carta a la Nunciatura Apostólica de Madrid para obtener el permiso oportuno y desprenderse del bien románico. En aquella misiva, los redactores esgrimían el estado ruinoso de la iglesia para motivar la enajenación. La iglesia de San Leonardo "hace ya tiempo cerrada al culto por ruinosa, la cual muy pronto se derrumbará por la acción del tiempo, convirtiéndose en un montón de escombros".

El expoliador Erik "el Belga", de infausto recuerdo para los toresanos, suele justificar que buena parte de las piezas extraídas de sus templos suelen acabar en los museos y que, por lo tanto, esta labor merece incluso el halago. Caso parecido podría pensarse de Fernando Martínez, que convirtió aquellos inminentes escombros en una de las principales piezas de The Cloisters.

Solo siete días más tarde, Alejandro Solari, encargado de Negocios de la Santa Sede, firmaba la respuesta deseada por el Obispado. "Otorgamos las necesarias y oportunas facultades al mismo Obispado para que "servatis servandis" y una vez cumplidas las disposiciones vigentes (?) puede proceder a la enajenación del solar y materiales del templo titulado de San Leonardo en la capital de su diócesis". Eso sí, los réditos obtenidos debían emplearse en "remediar necesidades en iglesias pobres de su Obispado". Las "pobres" iglesias de la diócesis se convertían en moneda de cambio para desprenderse de las joyas fabricadas con las manos por los maestros medievales. De esta manera, Fernando Martínez López ya tenía lo que quería: la iglesia al completo.