En origen, los judíos utilizaban los baños rituales como una suerte de purificación. Utilizaban un lugar especial, un mikve , que cumplía dos requisitos fundamentales: el agua debía fluir y renovarse de forma constante y tenía que cubrir al completo el cuerpo. Tanto los hombres como las mujeres -ahora es una costumbre ligada más al género femenino- utilizaban estos espacios de manera frecuente.

Todavía hoy el agua baja de la peña sobre la que se asienta la ciudad para renovar el agua de un mikve oculto en el interior de la Hostería Real, un edificio hoy clausurado fruto del infortunio y de una trayectoria reciente tan rocambolesca como el olvido en el que habita, posiblemente, uno de los escasísimos legados arqueológicos de la importante presencia hebrea en varias zonas de la ciudad, en particular, los Barrios Bajos.

La historia del baño judío y del propio edificio es la historia de Alfredo del Cueto, delineante que emprendió a mediados de los ochenta un noble proyecto para el edificio hoy clausurado: impulsar un museo en el que dar a conocer cuatro centenares de trajes de la provincia con una antigüedad de hasta cuatro siglos. Con tal fin, Del Cueto invirtió sus ahorros en la compra de la propiedad, por entonces un conjunto de viviendas que empañaba la impronta del palacio que habitó el último inquisidor de la ciudad. "Se trataba de un edificio catalogado y allí no podías hacer cualquier cosa", precisa el ya jubilado delineante.

El palacio poseía un ramillete de aspectos de extraordinario valor y la obra de Del Cueto consistía en separar el polvo de la paja. Junto a los arquitectos Alfonso Crespo y José Ángel Bueno, el promotor impulsó la reforma integral de las estancias, delimitadas por sillería de piedra y adobe prensado, con unos muros que rozan el metro de anchura en algunas zonas. "Incluso había un excelente artesonado en la primera planta formado por piezas encajadas", rememora.

Sin embargo, el lugar más especial del edificio no eran su fachada, ni el patio que muchos recordarán de la reciente etapa como hostería. Sino un pequeño espacio que unía la roca que sostiene la muralla con el resto de la propiedad. "Cuando me encontré con aquello, advertí de que se trataba de un baño ritual, pero o no me creyeron o había un notable desinterés por aquello", explica Del Cueto. En cambio, la historiadora Fuencisla García Casar, que editó un trabajo monográfico sobre la presencia judía en la ciudad, "acudió a verlo y no tuvo duda alguna de que se trataba de un baño judío".

Pero, ¿qué aspecto tenía aquel mikve? "Es un espacio situado al fondo, con cinco peldaños para bajar al baño y un pilar que sujeta una barandilla de sillería. Lo más importante es que está construido a cielo abierto, excavado en la misma roca y con una profundidad de un metro de agua", explica Del Cueto. Un orificio conecta el baño con un pozo situado en el centro del patio del palacio y mantiene el nivel del agua que podría ser mayor de obstruirse el agujero.

Se trata de uno de los tres espacios que el Centro Campantón -creado tras la celebración de un congreso sobre la herencia sefardí en Zamora- pretende estudiar junto al cementerio hebreo radicado en Valorio o la Cueva Árabe, que pudo ser una antigua sinagoga. Al frustrarse el proyecto del museo del traje, Del Cueto impulsó allí el restaurante Pizarro (como la cuesta en la que está emplazado) a principios de los años noventa. Tras aquella experiencia profesional, el palacio cambio de manos y nació la Hostería Real, clausurada desde hace dos años, lo que impide a los investigadores acceder al interior en la actualidad.