El Santo Grial, el vaso que Jesucristo utilizó en la última cena, se ha custodiado a poco más de un centenar de kilómetros durante el último siglo... Y sin embargo, no hay noticias que lo sitúen en territorio zamorano en ningún momento de la historia. El cuenco en el que José de Arimatea recogió la sangre sagrada de Cristo residía ya en la Basílica de San Isidoro de León cuando Urraca Fernández acudió a Zamora para defender la plaza que, por herencia, le había legado su padre Fernando I. Ahora se sabe -porque la documentación lo respalda- que el cáliz de doña Urraca se corresponde con la reliquia más perseguida de la era cristiana.

Que la infanta Urraca poseía este cáliz nunca fue algo secreto. A principios de siglo, el historiador Manuel Gómez-Moreno visitó el templo de San Isidoro y pudo constatar la belleza de la copa. «Es una pieza excepcional, única más bien, pues supera grandemente al cáliz de Silos en belleza y variedad de labores». Así describió el historiador un objeto que deja clara la identidad de su dueño en una inscripción practicada en hilo de oro: «In nomine Dni Urraca Fredinadi».

«Es lógico que la infanta Urraca poseyera este objeto porque regentaba el título de administradora de las rentas de los monasterios del reino de su padre Fernando. De hecho, acabó heredando la mitad de los bienes», aclara el historiador zamorano Miguel Ángel Mateos. A su vez, Fernando I de León había recibido tan perseguida reliquia «como agradecimiento al envío de un gran cargamento de víveres» a Egipto para paliar «una gran hambruna». La teoría cobra fuerza sobre el papel de dos pergaminos del año 1054 que dejan constancia de tal envío a «Fernando, el Grande de León». Esta es la principal aportación de los historiadores Margarita Torres y José María Ortega del Río, que acaban de revolucionar la milenaria búsqueda del cuenco sagrado con el libro «Los reyes del Grial».

Donde hasta la fecha solo había leyenda y tradición heredada, los profesores leoneses aportan pruebas documentales. Pero hay más. Los pergaminos recogen que, durante el traslado a León, al cáliz se le saltó una esquirla, una pequeña muesca que se puede observar en el objeto que se expone en el Museo de San Isidoro. En el Panteón de los Reyes de la basílica -la conocida como Capilla Sixtina del románico- recoge en pintura la secuencia de la última cena. Uno de los personajes, Marcial «el copero», muestra un vaso semejante en extremo al cuenco de doña Urraca.

La excelsa ilustración recrea un vaso desnudo, sin ornamentación alguna. De eso se encargaría la infanta Urraca al donar una serie de joyas que posteriormente fueron engastadas en una suerte de funda de metal cuyo fin consistía en que ni siquiera el oficiante tocara el vaso sagrado con sus labios durante la ceremonia de la eucaristía. La donación se entiende porque «Urraca era una persona muy religiosa y protectora de la cultura», explica Miguel Ángel Mateos. Baste decir que tras la extenuante defensa de Zamora durante el Cerco (1072), Urraca se retiró a León, donde visitaba con frecuencia los monasterios del reino. «El templo de San Isidoro era su ojo derecho», añade Mateos, razón que explica el lugar donde destinó el objeto más sagrado: el Santo Grial.

El objeto heredado de su padre guardaría para siempre su identidad en una inscripción que añadía la dignidad de «regina» aunque «Urraca nunca lo fue porque no podía». La primogénita recibió el título de su hermano Alfonso VI, gracias a «los consejos y el apoyo que recibió de Urraca así como su papel durante el Cerco de Zamora», aclara Miguel Ángel Mateos. Por este motivo, el título fue «compartido, honorífico, pero nunca real».

Los profesores Margarita Torres y José María Ortega han tocado la tecla al aportar los citados pergaminos, aunque el objeto al que se refiere la investigación es únicamente el que en Jerusalén se consideraba el Santo Grial. Pero, ¿es verdaderamente el Cáliz de doña Urraca el vaso que Cristo utilizó en la última cena cuando se dirigía a sus discípulos? ¿Todas las leyendas medievales son falsas? La apasionante búsqueda continúa.

El palacio donde la Señora de Zamora recibió al Cid antes del conflicto

El popularmente conocido como Palacio de Doña Urraca perteneció, en efecto, a la infanta leonesa porque «hasta allí llegaba el límite de las murallas», justifica el historiador Miguel Ángel Mateos. En aquella sede, Urraca recibió a Rodrigo Díaz de Vivar en su visita como alférez de Sancho II. «Cuando llega, el Cid sabe que no puede cercar la ciudad porque él es hijo de Zamora. Y es que en aquella época, uno no era de donde nacía, sino de la tierra en la que había sido armado caballero», añade Mateos. Los zamoranos saben que la tradición dice que el Campeador recibió estos honores en la pequeña iglesia románica de Santiago de los Caballeros.