¿Alguien se ha preguntado cuál es la función de los baldaquinos laterales en la iglesia de La Magdalena en la capital? ¿Cuál es la razón de ser de las ménsulas (soportes) situadas junto a estos dos pequeños pabellones de piedra? La respuesta que ofrece el dibujante Miguel Sobrino entronca el templo zamorano con la antigua liturgia oriental. Según el estudioso madrileño, las ménsulas sostenían una viga central cuya función consistía en sostener una especie de cortinas que, junto con los baldaquinos laterales, ayudaban a ocultar el presbiterio -el espacio más sagrado- durante algunas partes de la ceremonia religiosa, en particular, la consagración. El oficiante preservaba, de esta manera, el «misterio» de la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

Lejos de constituir una aportación puntual, la teoría de Miguel Sobrino (que desarrolla en el trabajo «Monasterios» que acaba de publicar La esfera de los libros) parte de la observación y de un análisis detallado de estos elementos, los baldaquinos, en otras iglesias del país. De hecho, esta rareza únicamente sucede en La Magdalena de Zamora, San Juan de Duero en Soria y San Juan de Portomarín en Lugo. Una primera clave, las tres templos pertenecían a la orden de San Juan del Hospital, lo que las vincula directamente con Tierra Santa.

Para entender el papel de los baldaquinos de La Magdalena y el porqué de su singularidad es necesario viajar al primer milenio. Entonces, la caída del Imperio romano permitió que cada lugar del antiguo territorio común pudiera elegir el tipo de ceremonia religiosa que quería desarrollar. En Zamora, según explica la profesora Marta Poza, «el antiguo rito hispano instaurado con la monarquía visigoda tenía unas características específicas que condicionaba la construcción de los edificios religiosos». Más adelante, segunda mitad del siglo XI, la implantación de un rito unificado en la ceremonia, el gregoriano, facilitó también la expansión de un nuevo arte común de carácter internacional: el románico. Mismos usos, una arquitectura común que superaba las fronteras. Aquí está la segunda rareza: la teoría de Miguel Sobrino sitúa un elemento propio del rito hispano de época visigoda, los baldaquinos y las cortinas, en una iglesia románica, La Magdalena, construida siglos más tarde bajo los cánones románicos y con la nueva ceremonia común ya implantada.

El autor de «Monasterios» se pregunta por la función de estos pabellones laterales. Sobrino explica que tenían como fin «multiplicar los altares» para «celebrar un mayor número de oficios», algo común en la arquitectura monástica. Asimismo, el dibujante se remite al historiador Juan Antonio Gaya Nuño, quien añade un aspecto distinto: «Que satisficieran las necesidades del culto griego, y corriendo un velo entre ellos sirvieran de iconostasios a la capilla absidial».

Por lo tanto, aunque La Magdalena se construyera en el siglo XII, cuando los cultos locales habían sido barridos de la península por el rito romano, «los sanjuanistas pudieron mantener durante algún tiempo y al menos en ciertos casos, en virtud de su relación con Tierra Santa, algunos aspectos de la liturgia oriental». Y es que «la ocultación del altar mediante tabiques móviles o cortinas durante determinados momentos de la celebración, especialmente la consagración, fue habitual durante el periodo prerrománico».

Asimismo, el estudioso madrileño aclara que la función de la viga imaginaria de la que aporta un dibujo en su libro tenía dos funciones, salvar una luz de cinco metros y medio entre los dos muros del templo y ejercer como soporte de los cortinajes que en el rito hispano ocultaban el «misterio» de la consagración. «Que ya no exista la viga no significa que no pueda reconocerse su presencia», añade Sobrino. En efecto, la explicación que aporta en «Monasterios» permite fácilmente reconstruir la citada viga entre las dos ménsulas laterales e, incluso, adivinar los cortinajes habitualmente replegados hacia los baldaquinos, salvo en el acto fundamental de la ceremonia religiosa.