Teresa Ortiz, nacida el mismo año que Marinetti publicó su «Manifiesto Futurista», allá por 1909, ha tenido el privilegio de ver cambiar el mundo radicalmente con sus propios ojos. Esta mujer, originaria de La Alberca en Salamanca, cumple hoy 104 años con una alegría y memoria envidiables. Las enfermeras de la Residencia Niño Jesús, donde vive actualmente, corroboran que «se sabe infinidad de refranes, poemas e historias. Además las cuenta sin confundirse ni una vez y con mucha vitalidad».

Teresa ha procurado aprovechar todos estos años, pasando todo el tiempo posible con sus hijos y su marido, y aunque ha trabajado mucho como labradora en las tierras de sus padres, «siempre tenía tiempo para divertirse».

Tantos años dan para conocer un par de trucos sobre la vida. Su secreto para tener una feliz es «no meterme con nadie, puedo presumir de que no he tenido ni tengo ningún enemigo y ni ninguna persona con la que mantenga mala relación».

Teresa recuerda perfectamente como eran sus días de niña. «Mis padres eran hortelanos en una finca de regadío en La Alberca. Yo me dedicaba a ayudar a mi madre a recoger judías verdes y lechugas y luego enredaba con mis hermanos pequeños corriendo y jugando por las tierras».

Como si ella fuera un testimonio vivo de Marinetti, Teresa es una mujer con carácter desde pequeña y no duda en demostrarlo cuando es necesario. «Una vez estaba en una pensión con mis padres y la dueña de la pensión me quitó los juguetes con los que yo estaba y me enfadé mucho».

Una de las cosas que más defienla que posiblemente sea una de las mujeres más mayores de la capital, es que «la vida antes era más sana. No solo mirábamos por nosotros mismos sino que nos ayudábamos unos a otros». Para esta zamorana de adopción «la sociedad ha cambiado exageradamente, no se parece en nada a la forma en la que vivíamos antes».

El ligoteo también era diferente. Aunque Teresa conoció el amor muy cerca de su casa, ya que el que fuera su marido, era el vecino de la finca de sus padres, recuerda que «los chicos y chicas se conocían en los bailes de las salas de fiestas en la capital, pero antes de que pasara nada se hablaba y se bailaba. Primero había que conocerse». Bailar y cantar siempre han sido una de las aficiones de esta mujer. «Siempre era la que más guerra daba en las fiestas, me gustaba mucho bailar. Cuando no iba a los salones, mis amigas siempre se preguntaban dónde estaba, porque era la más divertida de mi pandilla».

Ha vivido varias crisis y esas experiencias le han enseñado que «la situación que vivimos ahora no es tan dura como las de antes». Recuerda que «cuando era joven solo se salía un domingo de cada ocho y no había tantos días festivos como ahora, se trabajaba más porque éramos conscientes de que la situación era muy dura».