Teresa tuvo la suerte de vivir en una familia de labradores, que podía darle lo que necesitaba en las muchas épocas de escasez por las que ha pasado. Pero, en 1936, la Guerra Civil sí dejó algunos episodios duros en su vida. Este mujer recuerda que, cuando tenía casi treinta años, «una noche, que acababa de acostar a mis hijos y aun tenía alguna luz encendida, dos guardias con el mosquetón en el brazo, aporrearon la puerta de mi casa en el barrio de San Lázaro. Yo abrí la puerta sin ningún miedo, porque estaba segura de que no había hecho nada malo. Ellos me preguntaron por qué tenía aún las luces encendidas. Yo les expliqué que acababa de dormir a mis hijos. Pero no debieron creerme, porque decidieron entrar y registrar toda la casa durante un rato. Como no encontraron nada, porque yo era una persona normal y que no tenía nada que esconder, se marcharon pidiéndome que apagara la luz de inmediato y me fuera a dormir».