Denostada por la ciudad, devastada por el paso del tiempo y la erosión y oculta bajo la suciedad de siglos se esconde una de las portadas más extraordinarias del románico zamorano. O se escondía. El programa de restauración Zamora Románica ha extraído el vigor adormecido durante siglos de las pinturas y las formas pétreas que ahora solo se esconden tras un andamio que pronto será desmontado para reclamar la categoría que merece la entrada principal del templo de San Vicente.

Policromada, sí. Como la mayoría. La portada de San Vicente lució vivos colores en su lejano origen del siglo XII igual que San Claudio de Olivares o el desconocido acceso de San Leonardo, arquivoltas de relieve almohadillado que se ocultan bajo su naturaleza de propiedad privada. Incluso, pero más lejos, como la magistral Puerta de la Majestad de la Colegiata de Toro. Como estos templos, la iglesia dedicada al mártir contó con un pórtico que protegía los adornos de las lluvias. Al desaparecer, con el paso de los siglos, el agua causó daños irreparables en el flanco derecho de la portada. Hoy se aprecia como si estuviera vivo el caudal que fue ganando terreno a la débil piedra arenisca.

Esa ha sido una de las claves del trabajo realizado por los restauradores de Zamora Románica: recuperar perfiles y respetar el deterioro para «entender» la portada en su conjunto (incluido el contexto y el declive de la piedra). «La idea era mantener los daños para que se entendiera la acción del agua durante siglos», explica Fernando Pérez, responsable del programa que financia la Dirección General de Patrimonio de la Junta.

Antes de acometer la intervención, los responsables encargaron un estudio petrológico que arrojó una conclusión principal: «El material que se utilizó en la restauración de los años noventa no dio resultado». Fernando Pérez explica que decidieron «eliminarlo» para «consolidar la piedra» y «recomponer algunas líneas arquitectónicas». Como manda la filosofía contemporánea de la restauración, sugerir las formas es más importantes que recomponerlas por completo para ganar fidelidad con la obra original. «Hemos querido mantener la huella», añade el arquitecto.

Los zamoranos percibirán el vigor de la primera arquivolta y el profundo desgaste de la segunda, cuyos motivos vegetales «están ahora consolidados y ya no se pueden desgajar». En cuanto a las pinturas, «hicimos un estudio para saber cuáles eran las más antiguas, pero algunas estaban demasiado impregnadas de suciedad». Aún así, la diversidad de tonos -rojo, amarillo, verde- será uno de los reclamos más evidentes, pese a que «desconocemos cómo fueron los tonos originales».

Para evitar la factura del tiempo, Zamora Románica colocará una especie de porche que se reproducirá en San Claudio de Olivares. Escondida durante siglos, la portada de San Vicente reclama el protagonismo hasta la fecha exclusivo de La Magdalena. Eso parecen pregonar las criaturas fantásticas que entrelazan sus cuellos en el capitel de mejor factura. Formas y colores han regresado al marco inseparable de las salidas procesionales del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Madre de las Angustias.