«Ante las maestras formadas en la República había que quitarse el sombrero». A Saturnina Lorenzo le hubiera gustado estudiar bajo las directrices del Plan Profesional de la República, pero contaba con tan solo ocho años cuando comenzó la etapa liberal que sustituía a la monarquía de Alfonso XIII, en 1931.

«La enseñanza era mucho más completa, integral. Se ocupaba de fomentar tanto la parte científica como las humanidades y la didáctica, y creían en la educación como pilar fundamental de la formación de una persona», explica Saturnina, que reconoce que en ocasiones «lo que yo estudié no era suficiente y tenía que ponerme por mi cuenta a investigar, o recibía ayuda de estas mujeres formadas en la República, con las que trabajé y nunca dejé de aprender».

La vocación de Saturnina desde corta edad era enseñar, pero cuando le llegó la edad de ir a la universidad, las Escuelas Normales, donde se impartía Magisterio, estaban cerradas por orden del Gobierno hasta que Franco aprobara un nuevo plan de estudios para estos alumnos. Para no perder años de formación hasta que se normalizara la situación, la futura maestra comenzó Ciencias Químicas en la Universidad de Salamanca.

En ese momento, la criba de maestras republicanas llevada a cabo por el franquismo estaba en pleno auge, «mataron a muchas, a muchísimas y a muchísimos, fue una auténtica depuración de la gente más preparada que había en la época», lamenta Freire, que al poco tiempo de comenzar su carrera tuvo la oportunidad de hacer lo que siempre había deseado, Magisterio, «pero me negué».

El Gobierno franquista había comenzado a dar ayudas a las familias numerosas y los niños crecían en las escuelas, no así los maestros, que escaseaban debido a que las Escuelas Normales estaban cerradas y la mayoría de los formados en la República habían sido eliminados por la dictadura. «Entonces pusieron en marcha el Plan Relámpago, en el que en tres meses te hacías maestro, era una especie de complemento al Bachillerato en el que te enseñaban aspectos de pedagogía y poco más», relata la toresana.

Solo después de terminar Ciencias Químicas y en la tercera edición del Plan creado por el Gobierno de Franco, la zamorana se convirtió en maestra, «en los meses de verano».

Era una mala época para la educación, «los niños salían muy mal preparados, porque no había maestros buenos, de hecho muchas plazas tanto en los colegios, como en los institutos y en las universidades, las ocupaban personas sin titulación a las que colocaban en la enseñanza por méritos de guerra», recuerda Saturnina.

En este contexto de docentes sin vocación ni preparación, la zamorana ganaba un sobresueldo impartiendo clases particulares a todos aquellos niños, y también adultos, a los que en las escuelas no les enseñaban todo lo necesario.

«En la época en la que trabajaba en Verín, Orense, venía los veranos a Toro y daba clases particulares a los niños del pueblo, y hasta un hombre que quería presentarse a las oposiciones me pidió ayuda con su preparación», explica la maestra.

Después de trabajar en varios colegios privados, también ella se preparó las oposiciones y la destinaron a Getafe, donde se marchó con su hermana durante varios años.

En Toro impartió clase en el colegio Amor de Dios, donde había estudiado, en los Escolapios, a los alumnos de Formación Profesional y en el instituto, que casualmente se encuentra enfrente del lugar donde reside ahora Saturnina, la residencia San Agustín de Toro.

A pesar de su vinculación al socialismo, la zamorana no tuvo «grandes problemas con el régimen franquista», aunque reconoce que le horrorizaban «las purgas que hacían porque tenían indicios de que alguien era partidario de la República o comunista».

Como hija del alcalde socialista que tuvo Toro en el momento previo a la dictadura militar, Saturnina mantiene a día de hoy sus ideales y la misma alegría y devoción por la enseñanza que en sus años de ejercicio.

En el año 2010 recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo otorgada por el Gobierno, además de numerosos homenajes debido a la gratitud demostrada por sus alumnos.

La libertad, la autonomía y la educación por encima de todo siguen siendo las señas de identidad de esta zamorana, que con su pasión ha formado la mente y el espíritu de muchos de los que hoy la recuerdan como aquella mente privilegiada que les mostró el camino.