«No se puede entender la Catedral sin conocer las instituciones que la erigieron y el uso asignado a cada dependencia». Las palabras del historiador José Carlos de Lera ayer en la conferencia «Obispos y Cabildo en la restauración de la sede diocesana y en la construcción y la configuración de la Catedral» ayer en la UNED invitan a la reflexión al ciudadano del siglo XXI. «El visitante actual percibe en el templo unos espacios que desconoce, no los comprende porque los observa como un museo», explica el técnico del Archivo Diocesano de Zamora. Un panorama muy distinto al de aquella lejana época medieval, cuando los antepasados zamoranos asistían a un edificio en el que bullía la actividad, «los capellanes llenaban las capillas, el personal de servicio iba de acá para allá, había gente restaurando, estaba la secretaría, el archivo? Entonces se entendía fácilmente», asevera De Lera Maíllo.

Sobre ese pilar -las instituciones eclesiásticas como origen de la arquitectura actual de la Catedral- construyó su argumentación el primero de los ponentes de ayer, que compartió protagonismo con Miguel Ángel Mateos, quien habló del estilo de los elementos románicos del edificio. Una explicación que lleva a José Carlos de Lera a lanzar una interesante hipótesis: «La torre, construida fuera del espacio celebrativo, no tenía la finalidad de una fortaleza defensiva, sino ejercer como símbolo del poder del obispo frente a la ciudad». En concreto fue monseñor Suero quien, según su memorándum, impulsó la edificación de la gran estructura catedralicia.

Todavía hoy, ocho siglos después del inicio de la construcción del Templo Mayor, el visitante se queda estupefacto cuando camina ante la Torre del Salvador, un armonioso aliado de la cúpula bizantina del edificio, su símbolo universal. La ciudad ha crecido, se ha expandido y, aún así, la fortificación continúa siendo el techo de la capital. «Si nos impone hoy, ¿cómo no lo haría hace siglos, cuando los ciudadanos vivían en casas de madera?», expuso el técnico archivero.

Es de esta forma como se entiende la influencia que las distintas dignidades eclesiásticas ejercieron sobre el templo, desde los canónigos del cabildo catedralicio -órgano asesor del obispo- hasta el propio prelado. Recordó José Carlos de Lera que Zamora contó con mitrados durante todo el siglo X, no así en la siguiente centuria debido a las campañas del caudillo cordobés Almanzor. Los primeros obispos de la restauración del siglo XII, procedentes de Francia, trajeron consigo la influencia arquitectónica del país vecino. «Podemos reconocer ese influjo en la Puerta del Obispo, la única portada original románica que vemos hoy», explicó De Lera. En efecto, los expertos en arte aprecian el «reflejo» francés en sus elementos.

Para el historiador, la confirmación pontificia de Eugenio III, en 1151, fue «clave» en el inicio de la construcción de la Catedral por la «estabilidad» que otorgó a la institución en Zamora. Fue entonces, cuenta De Lera, cuando faltaba espacio en los aledaños del Templo Mayor para edificar dependencias comunitarias como el claustro, el refectorio o el dormitorio de los religiosos. ¿Cómo se solucionó aquella circunstancia? «Tenemos documentos de los cincuenta y sesenta del siglo XII que atestiguan la compra-venta de casas en la propia colación por los canónigos. Pudieron destinarse a casas particulares, pero también a ampliar la propia Catedral», explica archivero.

La relación de obispos y canónigos con el templo queda patente en la fundación de aniversarios (oficios por los difuntos) y la construcción de capillas funerarias. Como ejemplo, el oratorio del Cardenal, que «prueba el prestigio personal de su fundador, que llegó a derribar las puertas occidentales (románicas) para construirla y a encargar al artista más importante del momento, Fernando Gallego, un extraordinario retablo con un programa iconográfico que pudo crear el propio cardenal».