Con trabajo, mujer y dos hijos, Jenaro tenía una vida normalizada después de haber superado su adicción a la heroína a finales de los años ochenta. Pero el destino le aguardaba un nuevo revés. Cuando se estaba realizando las pruebas para hacerse una vasectomía le llegó el diagnóstico. «Me dijeron que era seropositivo». Fue entonces cuando se acordó de todos los amigos politoxicómanos que habían fallecido años antes víctimas del sida. «Supongo que yo me infecté por compartir alguna jeringuilla, porque nunca me expuse a ninguna otra situación de riesgo», indica.

Desde entonces lleva con tratamiento, aunque su vida empezó a ser una especie de montaña rusa. «Comenzaron los problemas de raíz social, de rechazo, aunque cuando logré salir de una grave neumonía no tenía ningún problema de decírselo a mis allegados», subraya. Su mujer no pudo con la presión y terminó abandonándolo. El divorcio y la falta de trabajo terminaron por hacerle recaer en la droga quince años después de haberse desenganchado. Pero el infierno, afortunadamente, no duró mucho tiempo. «Me di cuenta de que tenía que salir de ahí y pedí ayuda a mis padres, que me acompañaron a Proyecto Hombre».

Su experiencia de catorce años conviviendo con la enfermedad le ha enseñado que «sigue siendo algo tabú en la sociedad». Y más todavía en el pueblo en el que vive actualmente. «Yo llegué de Madrid con mi mente abierta y sabía que no tenía nada que esconder, pero los vecinos terminaron enterrando el tema», lamenta. Aun así, sigue defendiendo que la enfermedad debería ser visible en la sociedad. «Si conoces a alguien, ya sea una pareja o un amigo, y cuando habláis de vuestro pasado te saltas ese aspecto tan importante es como si no hubiera confianza, como si ese episodio tan esencial de tu vida no existiera. La gente debería saberlo, porque seguro que tiene personas cercanas que padecen la enfermedad», razona.

En este sentido, apunta que «todavía queda mucho camino por recorrer» y argumenta que el Día Mundial de la Lucha contra el Sida «no es como el Día de la Banderita de la Cruz Roja» y que la gente que lleva el lazo rojo «es solo porque o entiende la enfermedad o tiene algún familiar o amigo cercano que la sufre».

Un mensaje que quiere dejar claro por lo que le ha tocado vivir es que la prevención «es fundamental». Y no se cansa de repetir que «nunca hay que pensar que no te puede pasar. Ese es uno de los problemas que tienen los jóvenes en la actualidad. Afortunadamente, ahora no hay tantos casos con la heroína como en mi época, pero la transmisión del VIH se puede producir por otros cauces y es fácil ponerle freno». En estos años, el problema ya no está en la falta de información, como hace tiempo, «sino en que los jóvenes pasen de tomar precauciones».

Reconoce que aunque ha podido rehacer su vida, continúa «con miedo». Miedo a la soledad, a ser rechazado, a quedarse sin fuerzas. «A veces te apetece hablar del tema, pero no sabes con quién, porque aunque tu pareja te escucha, tampoco quieres asustarla y terminas comiéndote tú solo la cabeza», explica. Por eso subraya que tan importante como el tratamiento farmacéutico es el psicológico. «Si bajas la guardia, la mente es la primera afectada», explica con conocimiento de causa, ya que hace unos años sufrió uno de esos derrumbamientos. «Decidí dejar de tomar la medicación sin pensar en las consecuencias, me daba igual si me moría», afirma. Una vez más logró salir a flote gracias a su pareja, su hijo menor, que convive con él desde hace pocos años, y su perra, con la que da largos paseos por el monte, además de la labor del Comité Antisida de Zamora, donde acude con regularidad.

Demostrando que sabe salir una y otra vez de los envites que le da la vida, hace tres años que es hospitalero en el albergue de peregrinos de Alcañices, donde atiende a las personas que realizan el Camino de Santiago. «Alguno me ha preguntado si yo no me animo a hacerlo. Les respondo que llevo 45 años recorriendo mi propio camino, teniendo que retroceder y cambiar de sentido para seguir adelante por otro lado», compara. Lo mejor de su trabajo es conocer a gente nueva y sentirse útil. «Veo que todavía puedo dar algo de mí y eso me hace sentir orgulloso».

El Comité Antisida de Zamora reivindicó por las calles de la ciudad una mayor defensa, tanto social como sanitaria, de los afectados por la enfermedad con una original puesta en escena que bajo el título de «Ráfagas» pusieron en marcha los grupos de teatro Fantasía e Integrama, junto con la agrupación creativa de voluntarios del Comité y amenizados por la música de Asociación Tradición y Música Popular de Zamora para sensibilizar a los zamoranos en el Día Mundial de la Lucha contra el Sida.