«Más limpio que agua de oro es el mundo que yo no viva: no hay naves de arar espumas ni arado para las viñas; el gran árbol le da su fruto al que el nombre del fruto diga. ¡Ay de mi vida!». La cristalina voz de Amancio Prada dio vida a uno de los poemas más bellos de Agustín García Calvo y también consuelo a las decenas de familiares y amigos, de Zamora y de todos los puntos del país, que quisieron presenciar cómo la tierra cubría el cuerpo del filósofo, ensayista, poeta y novelista zamorano más importante del último siglo, quien ayer fue enterrado en el cementerio de San Atilano.

En el cuartel de San Alejo esperaba la lápida esculpida por Alonso Coomonte que guardará a perpetuidad los restos de Agustín García Calvo. Fuera, dos coches fúnebres, uno con el féretro y otro repleto de coronas y ramos de flores, llegaron al cementerio de San Atilano pasadas las cinco y cuarto de la tarde. Decenas de amigos venidos de Madrid, Valencia, Granada, Cataluña y de varios puntos de Castilla y León además de Zamora aguardaban en el acceso al camposanto para abrazar a los hijos y al resto de la familia del filósofo. Varios de ellos -Miguel, Juaco o Guillermo- levantaron a pulso el ataúd con el cuerpo del poeta para ingresar en el cementerio e imponer el silencio a su paso.

Allí, la segunda tumba del cuartel de San Alejo recibió, en un visto y no visto, el voluminoso féretro del poeta y los familiares se derrumbaron al sonido rítmico de la tierra cubriendo el cuerpo inerte de Agustín García Calvo. Arremolinados en torno a la figura del pensador, como en tantas y tantas ocasiones en la dilatada lucha del zamorano por cambiar conciencias, los presentes aguardaron el último discurso, las últimas palabras del filósofo, el mensaje póstumo. Pero nunca llegó. Y el vacío ante el tremendo hueco que deja el prolífico pensador cayó como el plomo en el camposanto.

Un silencio rotundo, sí, hasta que su compañera sentimental, Isabel Escudero, declamó unos versos de Antonio Machado preguntando si todo el esfuerzo realizado por García Calvo en vida habría sido en vano una vez llegado el ocaso.

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