«Es una experiencia que cambia tu planteamiento de la vida». Así se expresa María Muñiz, una mujer de mediana edad que desde hace más de un lustro acoge a tres niños, hermanos biológicos de etnia gitana y uno de ellos con parálisis cerebral, gracias al programa de familias de acogida, dependiente de la Gerencia de Menores, que facilita un hogar normalizado a menores tutelados por la Junta de Castilla y León.

Esta mujer y su hija Ana conocían a una pareja que amparaba a una niña cuando vieron un anuncio en el que demandaban familias de acogida. «Lo hablamos mi hija y yo y tras unos meses fuimos a preguntar a Cruz Roja», entidad que, fruto de un convenio con la administración regional, se encarga de la búsqueda de los hogares.

En la sede del colectivo, el equipo encargado del área le facilitó información del programa. «Si el solicitante prosigue en su deseo, se realiza una valoración en la que se tiene en cuenta las circunstancias psicológicas, el estado social y económico y también acudimos al domicilio para ver cómo es la vivienda», indica el psicólogo de Cruz Roja, Roberto Sánchez. Una vez comprobado que «la casa es adecuada, el interesado está bien y su motivación es real y opta por acoger a los niños, le proporcionamos una formación de doce horas en las que le ofrecemos pautas psicológicas sobre la educación de un niño de acogida que siente que el mundo de los adultos le ha sacado de su entorno y de su casa», concreta el profesional. «Una vez superada esta preparación ya se es acogedor y cuando la Gerencia de Menores presenta el caso de un niño para acoger se tiene en cuenta el perfil de la familia», puntualiza Roberto Sánchez.

Tras superar este proceso a María Muñiz le comentaron que había una niña de etnia gitana con problemas que requería de un hogar y fueron a conocerla al centro de menores Zambrana, donde se encontraba Yolanda, nombre ficticio de una niña de ocho años que sufre una minusvalía total. «En cuanto tuvimos contacto con ella quisimos que viniera con nosotras», rememora esta mujer divorciada y muy sensibilizada con la problemática de los niños disminuidos. En 2006 cuando la menor llegó a su hogar «usaba ropa de cuatro años pese a tener ocho y había perdido masa muscular», detalla. Tras muchas visitas a especialistas y dos operaciones de cadera de la niña en un año desde la Junta de Castilla y León les pidieron que se hiciera cargo de los dos hermanos de Yolanda, dado que «se intenta que los hermanos permanezcan juntos», indican desde Cruz Roja. «Conocíamos al niño y él a nosotras porque había venido en alguna ocasión con la madre a ver a su hermana», atestigua María Muñiz.

Fue en septiembre de 2007 cuando Jesús y Sofía, nombres supuestos de los menores, entraron de lleno en la vida de las Muñiz que incluso cambiaron de domicilio para una mayor comodidad de la unidad familiar. La llegada de sus hermanos produjo «un cambio en Yolanda increíble». La niña que sufre parálisis cerebral, tras el trabajo de muchos técnicos, «ahora ya hasta lee», certifica la madre de acogida que reconoce que tuvieron que reeducar en muchos aspectos a los otros dos menores que entonces tenían 3 y 12 años «Al principio fue complicado con el mayor, pero hablamos mucho, le dimos mucho cariño y su propio espacio». En ese camino estuvieron ayudados por psicólogos de Cruz Roja y de la Junta y de manera más especial cuando los niños recibieron visitas de un familiar. «Estos encuentros han hecho pasar a los menores por muchas etapas y en estos momentos ha sido importante la ayuda del equipo de Cruz Roja», subraya la cabeza de familia que indica que «también supone un respaldo las reuniones con otras familias de acogida» que periódicamente organizan desde la entidad galardonada recientemente con el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

María Muñiz percibe una compensación económica por cada niño acogido para afrontar su manutención y ahora ella misma es beneficiaria de una ayuda al carecer de empleo. «Ha habido algún mes que hemos estado muy justos, pese a las dificultades yo no voy a dejar de acoger a estos niños porque son mis hijos», esgrime la progenitora.

Los menores «llevan una vida muy normal y son muy sociables», indica María Muñiz que resalta: «Yo los quiero mucho pero no soy su madre y ellos lo tienen claro». A este respecto Jesús, de 16 años, indica que «esta es mi familia» al igual que los familiares de las Muñiz «son mis tíos y mis primos», dice el adolescente con total naturalidad, mientras que la que considera «su hermana», Ana, de 22 años, señala que «siempre quise tener hermanos y con ellos es un compartir constante».

«Lo importante no es tener cosas materiales sino madurar como persona y creo que les enseño a que valoren lo importante de la vida», enfatiza María Muñiz que anima a conocer el programa. «Nuestra vida ha cambiado para mejor», concluye.