Tanto el expolio como la venta apresurada de bienes artísticos en el primer tercio del pasado siglo tuvieron el mismo efecto en el patrimonio: piezas desaparecidas durante décadas de pronto podían visitarse en la exposición de un gran museo e, incluso, como parte de una colección privada. Es lo que nos ha enseñado la intrigante singladura del célebre claustro románico de Palamós, que, sabemos ahora, pasó por las manos del anticuario zamorano Ignacio Martínez.

La pieza no es zamorana, pero sí otras que forman parte de prestigiosas colecciones al otro lado del Atlántico. En plena elaboración del Catálogo Monumental, el historiador Manuel Gómez Moreno identificó por vez primera un relieve de grandes dimensiones en el monasterio de Santa Marta de Tera. Se trataba de un «Cristo en majestad» o «maiestas», original en el material elegido para la labra, una piedra caliza, y en un estilo prácticamente único en la provincia por su antigüedad: primer decenio del siglo XII. Aquella pieza, durante gran parte del XX en paradero desconocido, está hoy a miles de kilómetros, en el Museo de Arte del estado americano de Rhode Island. Es una más de las obra que formarían parte de ese gran museo que perdió Zamora o, como mínimo, hoy formaría aún parte del templo de Santa Marta de Tera.

El historiador Fernando Regueras recogió en un estudio pormenorizado el antiguo monasterio los detalles de la dolorosa venta. El asiento de fábrica, dice Regueras, recoge la operación, que tuvo lugar en 1926. Al parecer, el párroco Lorenzo Vara vendió la «maiestas» a Alejandro Moretón, un anticuario de Fuentes del Ropel que tenía una tienda en Valladolid. «La década de los veinte fue una época de fiebre en Estados Unidos por el patrimonio europeo», recuerda el historiador benaventano Rafael González, quien explica que «los compradores necesitaban intermediarios» para este tipo de operaciones, normalmente realizadas a bajo precio. «La ignorancia del clero hizo que desconocieran el valor real del patrimonio», añade González, un hecho que permitió que las piezas fueran «malvendidas».

La profesora Marta Poza Yagüe de la Universidad Complutense de Madrid ha recogido en un completo artículo las principales «rarezas» del relieve que hoy se guarda en la ciudad americana de Providence. Una de las principales, el soporte, una placa caliza rectangular de casi un metro de alto, cuando este tipo de obras se realizaban en madera policromada o incluso en metal, en el caso de las parroquias más pudientes. Esta iconografía tampoco abunda en la provincia.

Se trata de un «Cristo en majestad sedente, bendiciendo con la mano derecha alzada y con la izquierda sostiene un libro sobre la rodilla que reza "Ego sum lux mundi" (Yo soy la luz del mundo)». Los diversos estudiosos vinculan la representación con algunas presentes en León, concretamente en la colegiata de San Isidoro. No en vano, hay que recordar la pertenencia del monasterio de Santa Marta de Tera a la Diócesis de Astorga, donde el cabildo también protagonizó dolosas ventas, refleja Rafael González. Es un relieve «original y de mucha calidad, de lo mejor que tenía la iglesia», dice el investigador benaventano.

Hace más de cien años, el historiador Gómez Moreno lo encontró y lo fotografió «arrinconado y sucio a los pies de la iglesia». De ahí que hoy, una de las principales incógnitas sea su ubicación original en la iglesia, ya sea como pieza de altar o relieve en alguno de los accesos. Su carácter mueble facilitó la venta que en 1926 realizó el párroco. Dos años más tarde, el «depredador» americano Arthur Byne se llevaría de Benavente varias piezas del castillo-el vestíbulo y varias bóvedas- para entregárselas al magnate americano William Randolph Hearst. Al menos, la «maiestas» tiene un destino conocido.