Aunque no es historiador, el arquitecto segoviano José Miguel Merino de Cáceres es la persona que mejor conoce la actividad de venta de bienes patrimoniales que el americano Arthur Byne llevó a cabo en España a principios del siglo pasado, principalmente dirigidos al magnate de la prensa americana William Randolph Hearst. La figura de Byne se encuentra en el primer plano de la actualidad por su papel en la comercialización del claustro románico redescubierto en una finca privada de Palamós, operación promovida por el anticuario zamorano Ignacio Martínez. Merino de Cáceres sabe ya «con rotundidad» de dónde procede la celebre galería y advierte que su origen «no está ni en Burgos ni en Segovia» como han apuntado las principales quinielas. Hoy mismo desvelará el secreto.

-¿Qué sabe del anticuario zamorano Ignacio Martínez?

-Sé muy poco de Ignacio Martínez, queda claro que fue testaferro de Arthur Byne, algo que ya publiqué en un trabajo sobre Cabrera de León y San Benito de Alcántara. Posiblemente, Martínez tenía una tienda de antigüedades en la calle del Prado y unos almacenes en el barrio de Ciudad Lineal. A través de su relación con Arthur Byne, él guardaba allí artesonados que luego vendían a los coleccionistas americanos, fundamentalmente a Randolph Hearst. Este señor llegó a comprar 86 techumbres españolas, la mayor parte a Byne.

-Parece que fue una persona relativamente conocida?

-Ignacio Martínez no era un anticuario de altos vuelos, pero la operación del claustro de Palamós sí fue interesante, de cierta envergadura. Hay que retrasarla, no es de 1931, sino algo posterior.

-En su investigación, ¿en qué momento aparece la figura de Ignacio Martínez?

-Es algo que daré a conocer junto con María José Martínez en una investigación ya terminada sobre el expolio artístico de la arquitectura española y las obras de arte. Mencionamos a todos los tratantes de arte de la época y nos centramos en Arthur Byne y William Randolph Hearst. El libro verá la luz el próximo septiembre y no le voy a adelantar muchas cosas. Sí le diré que la relación entre Ignacio Martínez y Arthur Byne es de los años treinta y no dura mucho. Incluso, el americano llega a utilizar otros testaferros.

-¿Por qué sabemos tan poco de Ignacio Martínez?

-Sabemos muy poco de los anticuarios, se movían en la clandestinidad y no querían estar nunca en la palestra. Conocemos pocos detalles de relevantes anticuarios como Balaguer o Raimundo Ruiz. No aparecían en la sociedad y hacían sus negocios de forma callada. De todas formas, Ignacio Martínez fue un hombre de apoyo de otros coleccionistas. No debió de tener una gran entidad.

-Usted tiene probado que en varias operaciones Martínez y Byne trataron juntos?

-Es que Byne nunca daba la cara. Tenía una posición social importante, era un personaje preeminente de la colonia americana en España y no quería manchar su imagen. Byne fue historiador, hizo buenos trabajos sobre España, alguno de ellos magníficos. Esta es la idea que quedó de él hasta que yo hice mi tesis doctoral en los años ochenta sobre su verdadero talante. Ahora es una bestia negra, aunque también hizo cosas buenas. Cuando muere, tuvo su repercusión en el diario ABC.

-Habla de cosas que se han dicho y que, bajo su punto de vista, no son ciertas. ¿Qué otras aseveraciones son falsas también?

-El claustro de Palamós no es de la provincia de Segovia y tampoco de Burgos.

-Usted sabe de dónde procede?

-Sí, rotundamente.

-La galería redescubierta no era para el magnate de Estados Unidos, pero Byne trabajaba para otras personas adineradas, ¿no es cierto?

-Trabajó para otros, pero tampoco demasiado. Sobre todo para museos americanos, como el de Boston o el Metropolitan. En todo caso, la relación con Hearst le ocupaba mucho tiempo, llegaba a escribirle dos y tres cartas diarias a través de Julia Morgan ofreciéndole piezas y comentando peripecias. La relación comercial era muy intensa, a pesar de que no se le conocen secretarios ni ayudantes.

-Usted escribió en 1993 un artículo sobre las piezas que Byne se llevó del Castillo de Benavente. ¿Su relación con la provincia de Zamora se limita a la antigua fortaleza?

-No. Compró más cosas de la provincia de Zamora, incluso artesonados.

-En el caso de Benavente, usted dice que la operación no fue un verdadero expolio?

-Es que los propios benaventanos estaban ya destruyendo el Castillo. Las compró, las envió a Estados Unidos y hoy no se sabe donde están. El Castillo de los Pimentel era inmenso, el mayor de España quizá.

-Aquello sucedió a finales de los años veinte, ¿resulta plausible pensar que el zamorano Ignacio Martínez ayudara a Byne en esta operación?

-La documentación entre Byne, Julia Morgan y Hearst no menciona a Ignacio Martínez. Ese archivo, que estaba en Madrid, ya ha desaparecido.

-¿Cómo ha asistido al fenómeno mediático que ha provocado el claustro de Palamós?

-Me parece muy bien que la gente recupere el interés por el patrimonio.

-Este tipo de expolios en el primer tercio de siglo eran muy frecuentes, ¿verdad?

-Tanto como frecuentes? Trasladar una obra de arte es muy fácil, pero un claustro es complicado. El monasterio de Sacramenia salió para Estados Unidos en 17 barcos en una operación que duró mucho tiempo y que llegó a saltar a la opinión pública a través de la prensa. Y eso que los monasterios siempre han estado en lugares apartados y eso facilitaba el traslado.

-Dicen los conservadores que para comprobar la procedencia de un claustro, es necesario tener una fotografía, un plano, una factura? ¿Usted tiene alguna prueba de este tipo sobre la obra de Palamós?

-He medido el claustro y lo tengo dibujado, sé las dimensiones. El claustro es perfecto, es clásico de 99 pies. Es realmente sorprendente.

Segovia, 1942

El segoviano José Miguel Merino de Cáceres es doctor en Arquitectura y profesor en la Escuela Politécnica de Madrid. Sin embargo, la ocupación por la que mejor se le conoce es por su conocimiento experto en arquitectura medieval. En este ámbito, ha publicado varios volúmenes sobre los expolios que se llevaron a cabo en el primer tercio del siglo XX en una España carente de regulación hasta la Ley del Tesoro Artístico de 1933, primer marco regulador del patrimonio. En sus ensayos habla de la venta de monasterios como el de Óvila, en Guadalajara, o el de San Bernardo de Sacramenia, en Segovia. El arquitecto segoviano es la persona que mejor conoce a Arthur Byne, el historiador americano que comecializó buena parte del patrimonio que acabó en manos del magnate americano William Randolph Hearst. En 1993, publicó un artículo en la revista del Instituto de Estudios Benaventanos «Ledo del Pozo» sobre las piezas que adquirió del derruido Castillo de Benavente.