Por amor, en este caso, a las piedras. Un total de nueve profesionales, desde profesores de la Universidad de Salamanca, hasta investigadores del CSIC, pasando por arquitectos, empresarios e historiadores, han contribuido de forma gratuita en la jornada organizada por la Sociedad Geológica de España para fomentar el conocimiento de esta disciplina entre los ciudadanos y divulgar la utilidad de esta materia, que se ha sacado del currículum de los alumnos de ESO en contra del colectivo docente.

Con una actividad de campo, en la que cerca de un centenar de zamoranos pudieron comprobar in situ cómo extraían la piedra, tanto los antiguos constructores, como los que se dedican a este sector hoy en día, los secretos que guarda la tierra son ya menos inaccesibles para la sociedad. Más de un centenar de personas quedaron fuera de la jornada por falta de plazas, ya que la respuesta de los zamoranos superó con creces las expectativas de los organizadores, dejando la puerta abierta para una nueva sesión.

El gran batolito de Sayago invitó a los zamoranos a adentrarse en su composición, que al contrario de lo que parece, no está constituido solo por granito, si no que hay más masas, como es el caso de la vaugnerita, «pulsaciones magmáticas que han ido creciendo desde los 10 kilómetros de profundidad, donde cristalizó hace 300 millones de años, y cuya erosión da a la tierra un color más oscuro», expuso el profesor del departamento de Geología de la Universidad de Salamanca, Miguel López.

La histórica cantera de Vaugnerita en la localidad de Arcillo, al oeste de la provincia, fue el primer alto en el camino que realizó la comitiva. Allí pudieron observar los cortes en las rocas y las oquedades que dejaron las personas que, mediante cuñas de madera mojada que al expandirse hace presión, se hacían un hueco en la roca para irla rompiendo por donde ellos querían. Un trabajo laborioso, costoso y muy complicado, al tratarse de una roca muy dura «y que corta por donde quiere, no tiene lo que se llama orientación y había muchos bloques que quedaban inutilizados», explicó a los participantes el responsable de la empresa Siemcalsa, José Ignacio García de los Ríos.

Empresas familiares de la zona, eran las que extraían el complicado material, que se usó en las columnas del atrio de la catedral, a las que su color oscuro delata la procedencia y composición, íntegramente de la «piedra negra de Arcillo». Por la Mirandesa, la calzada romana que cruza la zona, llegaban los bloques de vaugnerita a Zamora para convertirse en jambas, dinteles o columnas.

En Peñausende, la segunda parada de los aficionados a la geología, los visitantes se enfrentaron a una contradicción. El granito silicificado de la zona es más blando que la vaugnerita, pero sin embargo «en el relieve ha sido tan duro que ha aguantado la erosión y ha creado una plataforma», explicó la doctora en geología de la Universidad de Salamanca, Jacinta García.

En la construcción, este material tiene unas cualidades que lo hacen resistente a los agentes dañinos y al deterioro, y por eso fue utilizado en numerosos edificios destacados, como es la catedral, donde en su portada norte luce el llamado en la época «mármol de Peñausende». En este caso, las canteras eran más estables y el oficio pasaba de una generación a la siguiente, que mediante un sistema de rozas laterales y valiéndose de un pico iban haciendo surcos para desprender el bloque deseado.

Y no podía finalizar la visita sin conocer el lugar de donde se obtiene la piedra que sirve en las restauraciones, como las que realiza Zamora Románica, presente en la jornada. Roca blanca, pero muy porosa y permeable al agua, que sin embargo «resiste muy bien al fenómeno de hielo deshielo», según explicó el responsable de la cantera de Rearasa, Carlos Alonso.

El Arquitecto Miguel López, el investigador del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca Irnasa, Adolfo Carlos Íñigo, el doctor en geología Francisco Javier López y el profesor de la Universidad de Valladolid, Luis Vasallo, terminan de completar el elenco de expertos que pusieron sus conocimientos al servicio de la jornada.

A los ojos de los no iniciados las canteras históricas pasan desapercibidas, integradas en un paisaje en el que ya no se escuchan los golpes con los que, con sudor y esfuerzo, arrancaban a la tierra el material para las más importantes construcciones de la época.