Quintín Aldea Vaquero vino al mundo el 7 de marzo de 1920 en Gema del Vino. Era el segundo de seis hijos, tres varones y tres mujeres, de un matrimonio de agricultores que no regatearon esfuerzos para que el pequeño, que desde niño hizo gala de una mente privilegiada y de una clara vocación religiosa, pudiera desarrollar todo su potencial en los estudios. «Sacerdote ejemplar de la Compañía de Jesús, la que ha forjado a tantos hombres excelentes y prestado tan altos servicios culturales, docentes y humanitarios, no siempre reconocidos y, en ocasiones, vengados», afirmó de él el también historiador José Navarro Talegón, durante el nombramiento de Aldea como socio de honor del IEZ Florián de Ocampo. Terminó el bachillerato en 1937 y como la Compañía de Jesús había sido disuelta en España por la República en 1932, ingresó como novicio en Bélgica. Tenía 16 años. Cursó Letras y Humanidades en Salamanca, donde obtuvo la licenciatura en Filosofía. Ejerció de docente en el colegio de Carrión de los Condes. Después viajaría a Dublín, donde obtuvo el grado de licenciado en Teología y, a partir de ahí, desarrolló su auténtica vocación de historiador, «que tenía desde siempre», afirma Javier Aldea, su sobrino, visiblemente emocionado por la pérdida de su tío, al que estaba muy apegado.

Se formó en las universidades de Roma, París y Munich, doctorándose en la Universidad Gregoriana de Roma y, posteriormente, en la de Madrid. En 1965 volvió a España para formar parte del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y nada más llegar ofreció una lección sobre amor a su tierra. El toresano Navarro Talegón buscaba financiación del comité del que formaba parte Aldea para realizar un estudio sobre el retablo de Fernando Gallego en la iglesia de San Lorenzo el real. «Quintín se adelantó a ofrecerla antes de que se la pidiéramos. Desde el primer momento su trato, exquisito y afable, me transmitió cercanía, me infundió confianza y me dio una lección inolvidable de amor a esta tierra de Zamora», que continuaría con el proyecto de restauración de la Portada de la Majestad de la Colegiata. «Sabio cercano y bondadoso, sabe trabajar en solitario y trabajar en equipo» le definió el historiador toresano.

Su obra es extensa y magistral. Es autor de la Enciclopedia Eclesiástica y especialista sobre todo en lo que se refiere al estudio de las relaciones exteriores de la España del siglo XVII, en la que analizó en profundidad la personalidad del diplomático Saavedra Fajardo. Director del Instituto Germano Español de Investigación de la Sociedad Görres de Madrid, fue siempre admirador del pueblo germano. En 1996, sustituyendo al asesinado Tomás y Valiente, fue elegido miembro de la Real Academia de la Historia. Su último trabajo fue la coordinación del Diccionario Biográfico. En ello andaba cuando le sobrevino la enfermedad.

Y a pesar de dedicar gran parte de su tiempo al estudio y al conocimiento de la historia, Quintín Aldea siempre encontraba hueco para sus familiares, como cuando «nos invitaba a mí y a mis hijos a un chocolate en Manuel Becerra», rememora Javier Aldea, o para pasear y reflexionar sobre el futuro de su querida tierra zamorana. «Tenía siempre presente a Zamora. Si entraba en algún sitio y entablaba conversación con alguien le preguntaba por sus apellidos a ver si era zamorano». Afectuoso, tranquilo pero con una mente inquieta que le llevó a descubrir curiosidades como la noche que Fernando II pasó en su querida Gema del Vino. «Podía pasar todo el año pronunciando conferencias fuera de España, pero siempre encontraba hueco para regresar a su pueblo y perderse por los montes, caminante infatigable». Su última excursión, ya en silla de ruedas, fue a finales del último agosto. «No podía hablar, pero señalaba con la mano hacia donde quería ir».

Para una mente privilegiada, sus últimos días, postrado por el accidente cerebrovascular, sin poder comunicarse ni escribir, han sido los más difíciles. Y se volvieron aún peores cuando semanas atrás le comunicaron la muerte de Velia, su hermana pequeña. Su extenso historial académico le llevó a ser reconocido tanto por sus colegas como por los estados. Poseía la encomienda de la Orden al Mérito de la República Italiana y el Anillo de Honor de la Sociedad Görres. En la Academia de Historia estaba pendiente de recoger la Encomienda de Isabel la Católica, condedida por la Casa Real. En su mochila de proyectos queda pendiente de realizar, entre otros, la escultura a Pablo Morillo que esbozara el también fallecido Ramón Abrantes. Quintín Aldea dio todo lo que pudo a Zamora. Se va uno de los más importantes historiadores del siglo XX, pero, sobre todo, se va un zamorano sabio, generoso y bueno.