La sociedad debe implicarse en erradicar la pobreza extrema, es el mayor desafío que tiene por delante. Así lo ha hecho él, Jordi Folgado Ferrer, director de la Fundación Vicente Ferrer, su tío, a quien «admiraba profundamente», la persona que revolucionó la vida de miles de hindúes, a quienes dio la oportunidad de aprender un oficio, cosechar sus tierras y cultivarse para tener una vida mejor. De este proyecto habló en el Foro organizado por el PP.

-Desde ese mundo de la solidaridad, de ayuda al otro, ¿qué pediría a la sociedad en general?

-Que tome parte en este desafío que tiene la humanidad en estos momentos: Erradicar la pobreza extrema, que ha dejado de ser una utopía. Es la enfermedad más grave que hay.

-La cohesión social en India, donde su Fundación trabaja, y en el resto del Tercer Mundo, sí que es más que una utopia.

-Cuando vuelvo aquí de la India me pregunto cómo puede ser que en algunas partes del mundo el derecho a la educación, a la sanidad, a la vivienda no esté asumido por la población. Hace pocos años cuando decíamos a los chavales que tenían que ir a la escuela, respondían «no, es un derecho que tienen las personas de casta». Es como si aquí nos dijeran, «solo la alta sociedad tiene derecho a la educación». Y dices, «¡vamos a intentar explicar a esa sociedad que si realmente queremos un mundo más justo, han de tomar parte en este compromiso!». Nosotros hemos de tener la capacidad de explicárselo y de que puedan implicarse en ello.

-España ha logrado en treinta años subirse al tren del desarrollo, ¿la experiencia no es extrapolable a esos países tan atrasados?

-A pesar de que se está evolucionando deprisa, ¿eh?, se tardará unos cuantos años. En las zonas rurales la velocidad no es la misma que en las grandes ciudades, a donde el progreso está llegando muy deprisa y potente. Yo les digo que es como el AVE, que las personas que están en medio de sus estaciones no pueden subir. En India las zonas rurales se quedan desamparadas, tardarán varios años en tener las necesidades mínimas cubiertas.

-Su Fundación ha logrado avances sorprendentes en cuarenta años de trabajo.

-Sí, en esas localidades ya nos dicen «podéis ir a otras porque somos autosuficientes», los campesinos pueden trabajar el campo porque hemos hecho embalses, aprovechamos el riego por goteo cuando antes era por inundación y había un gran desperdicio de agua; ahora estamos logrando que haya más variedad en el cultivo, que tengan dos cosechas. Hemos dotado de viviendas a familias en las que ninguna generación había dispuesto de un cobijo, y eso supone no sólo devolverles la dignidad como ser humano, sino evitar enfermedades y aumentar la esperanza de vida.

-¿En este mundo occidental se tiene conciencia de que es preciso ayudar a estos países o el gesto responde a la necesidad de acallar la mala conciencia?

-Igual que cuando nacemos nadie nos dice qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, es algo que llevamos dentro, estoy convencido de que el ser humano tiene la necesidad de ayudar. Lo que ocurre es que en esta sociedad, en la que vivimos dos vidas, la de la inteligencia y la del sentimiento, a veces la primera se nos va a los cerros de Úbeda. Solo necesitamos la mano que nos dé confianza, que garantice que habrá una buena gestión de los fondos.

-Tras algunos escándalos protagonizados por dirigentes de ONG, ¿existe más desconfianza hacia el buen fin de las donaciones y las ayudas?

-Quiero creer que los fondos van siempre donde deben, aún cuando a veces se discute la eficacia y en eso sí que hemos de ser muy rigurosos en el conjunto de las ONG: No solo hemos de ser transparentes, eso no es una obligación, la eficacia en el trabajo es igual de importante, de lo contrario no resolveremos nada por mucho dinero que nos llegue.

-Uno tiene la sensación de que en los últimos veinte o quince años han surgido tantas organizaciones de este tipo que confunden a los ciudadanos y surgen los recelos: «¿quiénes son?, ¿de dónde vienen?, ¿a qué destinan el dinero?»

-Todo el mundo parte de querer ayudar, pero sí es cierto, se puede constatar, que hay personas que lo hacen momentáneamente. Y la cooperación humanitaria no es una cosa de un año ni dos ni tres, son proyectos de toda una vida, de muchísimos años y si quien empieza un proyecto, lo abandona antes de estabilizarlo, cuando él desaparece, el proyecto también. Esto es lo que critican muchas personas.

-Si existen mecanismos de control para evitar ese intrusismo, ¿cómo es que se cuelan?

-No diría que se cuelan, digo simplemente que hay personas que en su ansia de ayudar al prójimo, de sentirse humanamente mejor, lo hacen. Pero si realmente no es su vocación, abandonarán a los dos o tres años. Las soluciones a los problemas en el Tercer Mundo no es posible encontrarlas en tan corto plazo, porque son problemas de generaciones. Una persona, cuando llega a esas zonas tan deterioradas, ha de plantearse que debe quedarse allí mientras el problema subsista. Nadie puede pensar que erradicará la pobreza profunda del lugar en el que esté en poco tiempo, si lo lograra habría que darle todos los «nóbeles» del mundo.

-¿Tiene base ese planteamiento extendido de que nunca se podrá ayudar a que esas capas de población progresen, el «para qué voy a ayudar si siempre habrá ricos y pobres»?

-Nunca dejará de haber pobres, igual que guapos y feos, esta es la naturaleza humana, pero no estoy de acuerdo en que siempre habrá pobres extremos. Hemos encontrado formas de erradicar ese tipo de pobreza, luego, esa pobreza que representamos como el gran monstruo inmenso que no puede derrotarse, sí tiene solución. Hay que centrarse más en los pobres, en la persona, no tanto en la pobreza: Cuando tú hablas de alguien concreto, de sus problemas, éstos tienen solución. Hemos llevado a cabo proyectos globales, para miles de habitantes de una zona, pero sin olvidar lo local y a la persona.

-¿Cómo se ayuda a quien sufre la extrema pobreza a asumir que esa situación es superable?

-El principal problema que hay es que ellos no tienen esperanza.

-¿Viven por vivir?

-Subsisten, es lo que han hecho sus abuelos, sus bisabuelos, han pasado formas de vivir de una generación a otra. Pero hay que concienciarlos, estar con ellos, ser ellos, y motivarlos, dar pequeños pasos para que vayan viendo las mejoras. La gente en todos lados para ser rica ahorra, no da, y Vicente Ferrer les decía «no, no, si quieres ser pobre, no des; si quieres ser rico, da». Les ponía ejemplos casi prácticos: Un campesino tiene tierra, pero no tiene agua; luego, no tiene nada. Si te dan recursos para hacer un pozo y compartes el agua con tu vecino, en diez años todos habrán hecho sus pozos, todos habrán dado y todos cosecharán.

-¿Y consiguió convencerles?

-Sí, eso lo llevó a la práctica. Hizo más de 8.000 pozos, los campesinos se dieron cuenta de que, para prosperar, tenían que abandonar la mentalidad de no ayudarse. El sistema es motivar a las personas, hacerles partícipes del proyecto a emprender y el resultado es como el de una olla que va hirviendo, va hirviendo y al final sale un buen cocido.

-¿Esto lo tenemos olvidado en las sociedades occidentales?

-Sí porque es muy fácil caer en ese tipo de idea, pero el conjunto de la sociedad se mueve porque todo el mundo, todos, consumimos algo, si nadie lo hiciera, estaríamos fritos. En las zonas rurales de la India ha habido un cambio, una transformación y ahora hay miles y miles y miles de campesinos que pueden cultivar la tierra.

-Esto ha ocurrido en tan poco tiempo que ellos mismos estarán asombrados.

-En Bruselas cuando nos invitaron el año pasado, al producirse la petición del Nobel, para ver qué habíamos hecho se quedaron asombrados con los resultados. Nos dijeron que nunca habían visto una organización con tal grado de eficacia, con programas que afectaban a más de dos millones y medio de personas; con 150.000 niños en las escuelas y el área de población escolarizada al cien por cien en Educación Primaria, casi en un 60% en Secundaria; con más de cinco hospitales; y más de 40.000 viviendas construidas.

-¿Cómo se logra conectar con gente tan derrotada por la vida, con una autoestima tan baja?

-Tiempo y tiempo. Cuando empezamos a trabajar en educación y les decíamos «nosotros haremos lo posible para que tus hijos vayan a la escuela», ellos replicaban «no, no, si no van al campo a trabajar, no hay rupias y las necesitamos para comer». Tuvimos que darles una rupias para que los niños pudieran escolarizarse. Este primer paso nos llevó años y estos niños que aprendieron solo a leer y escribir, luego querían que sus hijos supieran más, que hicieran Primaria. Es un avance inmenso, la siguiente generación aspiraba a la Secundaria y hubo gente que llegó a la universidad. Hoy tenemos médicos, ingenieros, abogados...

-Ese trabajo requiere luchar contra la estructura del propio país, contra la mentalidad de quienes dirigen ese país.

-No es un tema de mentalidad, sino de retraso. India es un país inmenso, hay más de 1.100 millones de personas. Y grandes contrastes, puedes encontrar en las zonas rurales personas que trabajan a cambio de la comida, de un kilo de arroz, no pueden ni ir al médico si están enfermos porque si no trabajan, no comen. Ahora la Fundación tiene talleres de confección, de bisutería, de bordados..., están aprendiendo oficios y cobran entre 40 y 60 rupias diarias y cuando ya trabajan, entre 80 y 100, que es un sueldo inmenso. O hacen las barritas de incienso cuando no es época de cosechar y al final del día ganan 68 rupias. Yendo al campo a trabajar, entre 30 y 40.

-¿Solo nos movemos cuando hay grandes catástrofes?

-Cuando hay catástrofes se acentúa la necesidad de ayudar, pero fíjate que más de 30% de la población española colabora con la cooperación. Europa está en el 40% y el 50%. Esto quiere decir que esta necesidad de ayudar está en la sociedad, aunque en épocas de crisis como ésta sale el lado egoísta, «tenemos muchas necesidades aquí». Pero la diferencia de lo que hay aquí y en oriente es un mundo.

-¿Sería recomendable que todos realizáramos un viaje a estos lugares?

-Sí, yo lo aconsejo siempre porque en este país en el que estamos hemos perdido el sentido de las proporciones: Con 1.500 o 1.600 euros hacemos una vivienda; con poco más de 20 euros compramos una bici para que un niño no tenga que andar 12 kilómetros cada día para ir al colegio. La ingesta de un plátano y un huevo tres días a la semana, como complemento alimentario, permite que el cerebro se desarrolle al cien por cien. Si un niño de 0 a 4 años no tiene una alimentación mínima correcta, su cerebro no se desarrolla en su plenitud.

-El Sida se extiende por el Tercer Mundo, es otro de los graves problemas. ¿Realizan campañas?

-Sí. El Gobierno patrocina los medicamentos y ahora permite que en nuestros dispensarios podamos hacer el tratamiento. India será el país donde más casos habrá porque hay más pobres allí que en toda África. Hay un 18% de intocables y castas retrasadas, tribales, más de 300 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza. Al principio había un rechazo social tan fuerte que, a veces, querían quemar a toda la familia, no sólo al enfermo, nadie se atrevía ni a tocarlos, un poco lo que ocurría aquí al principio.

-¿La implicación del Gobierno del país es aceptable?

-Es muy fuerte, tenemos programas de sanidad, de edificación de viviendas con ellos.

-¿Y de este otro lado? la Junta de Castilla y León sí que aporta.

-Los Gobiernos son un buen reflejo de la sociedad. La Comunidad de Castilla y León es solidaria porque su sociedad lo es, ha entendido lo que es el mundo de la cooperación, el compromiso y lo adquiere y lo ejecuta. Hemos hecho proyectos de viviendas, ecología, colegios, en todas las áreas.

-La Fundación Vicente Ferrer es otra institución en la India.

-Lo intentamos, es verdad que tenemos un peso específico en la región en la que estamos implantados porque Vicente y Ana, y su hijo, han creado una estructura muy potente, tenemos más de 2.000 trabajadores en el proyecto.

-Ahora se escucha a algunos jóvenes «quiero ser cooperante». ¿Son comprometidos?

-Siempre han sido solidarios. Pero el mundo de la cooperación no es sólo de buenos deseos, necesitamos gente preparada. A veces se creen que una gran organización se mueve solo con voluntariado, pero al mismo tiempo necesitamos gente con un gran grado de eficacia en el trabajo. Si no estaríamos malgastando los recursos.

-¿Cómo llegan y cómo se van?

-¡Uy!, llegan contentos y se van como si estuvieran volando. Nosotros ayudamos a formar personas y los cooperantes cuando regresan, han aprendido mucho de las relaciones humanas, del valor de cosas.

-¿Sobre todo, qué se aprende?

-El grado de felicidad no estriba en cuánto tienes, sino en cuánto no necesitas. En nuestra sociedad creemos que para ser feliz has de tener más y más; por eso cuando vienen a India, a zonas rurales donde la gente no tiene nada, pero nada, pero es feliz..., se sorprenden. Uno es pobre cuando tiene una necesidad que no puede cubrir.

Barcelona (1947)

¿Su currículum? «El sentido común», responde este hombre, sobrino del impulsor de la Fundación Vicente Ferrer, su tío, al que es idéntico no sólo físicamente, sino también en la serenidad que transmite, la convicción de que un cambio en los países subdesarrollados, en India, donde la organización lleva a cabo programas de cooperación, es más que posible. Sólo precisa de la apuesta de todos: Los ciudadanos de este lado del desarrollo, y de los que viven sin nada. Este empresario textil catalán decidió en 1999 dejar su actividad profesional y volcarse en la Fundación, que en 40 años había crecido demasiado.