El fracaso escolar no es exclusivo de aquellos niños con problemas de aprendizaje, sino que también afecta al 40% de la población infantil que tiene altas capacidades, aunque por razones diferentes. Así lo explicó la psicóloga zamorana Patricia Álvarez, quien indicó que la principal causa radica en que ese sector «necesita un sistema de aprendizaje diferente al resto, ya que, para ellos, el habitual está muy estandarizado, por lo que les aburre y desmotiva».

Esta es la causa por la que se consideran alumnos «con necesidades educativas especiales» que pueden seguir en centros ordinarios, con un programa de atención especial y determinados planes. «Es un mito pensar que estas altas capacidades son garantía de éxito», recalca la psicóloga.

Es a partir de los seis años cuando se puede detectar si un niño tiene realmente altas capacidades o que es superdotado, como se denominaba hace años esta característica. Para ello, el psicólogo le realiza una batería de test para medir su creatividad, inteligencia, atención, memoria a corto plazo, razonamiento verbal y numérico, juicio o moralidad.

«Antes de esa edad se puede confundir con otras condiciones, como el talento, la precocidad intelectual o el trastorno por déficit de atención con hiperactividad», enumera Álvarez. Así, por ejemplo, que el niño sea capaz de leer con solo dos años no es sinónimo de tener altas capacidades. Por otra parte, tal y como anuncia Álvarez, «el talento, si no se practica, desaparece en la adolescencia».

«Estos niños tienen un avance madurativo del desarrollo en un tiempo más breve que el normal», indica la profesional, quien enumera algunas de las características de este sector de la población. «Son muy curiosos, hacen muchas preguntas, prefieren estar con adultos o con niños mayores que ellos, no se sienten a gusto en grandes grupos, se fijan mucho en la figura del adulto, se aburren con las tareas escolares porque ya saben lo que les están enseñando y son muy autocríticos y perfeccionistas, además de muy sensibles», enumera.

Una vez diagnosticado cada caso, la tarea del profesional pasa por ayudarle a desarrollar unas estrategias adaptativas que le socorran para desenvolverse en un entorno social y emocional adecuado. «Tienen que aprender a manejar su frustración, a ser conscientes de sus altas capacidades, a mejorar su autoestima y ser capaces de ponerse en el lugar del otro», ejemplifica la psicóloga, quien recalca que se trata de unos pacientes que conforman un grupo muy heterogéneo, aunque normalmente afecta más a los niños que a las niñas. «Sin embargo, hay que tener en cuenta también que las niñas tienen una mayor deseabilidad social, sentirse integradas, por lo que a menudo esconden esta característica», advierte la zamorana.

En todos estos casos, el papel de los padres es fundamental, tanto para detectar esta situación como para apoyarles. «Sucede que alguna vez los progenitores, al saber que sus hijos tienen altas capacidades, se vuelven demasiado exigentes con ellos y los bloquean», lamenta la conferenciante, quien desde hace un año dirige un gabinete de psicología y mediación familiar en la capital y que tiene una amplia experiencia en temas de familia, niños y adolescentes. «La reacción de los padres ante esta situación en casa varía entre los que lo ven como algo positivo, aunque se pueden desarrollar dificultades si no se dan las estrategias necesarias, y aquellos que lo ven como un problema», distingue.

De hecho, el no tratar de manera adecuada las altas capacidades en los niños puede provocar algunos traumas en la edad adulta, «donde el sentido de ser diferente se acrecienta y se puede llegar a tener problemas para aceptar la autoridad, pensar que no se tiene razón en nada o preferir realizar tareas en solitario, hasta sentir una insatisfacción vital», afirma la experta, para quien la clave está en ayudar a estos niños a «desarrollar sus habilidades, porque eso irá emparejado a su felicidad y a un desarrollo plenamente satisfactorio».