Sevilla vive en torno al fervor de un pueblo por una tradición, que en este caso es de carácter religioso. Fuera del calendario de la Semana de Pasión, los aromas, los sonidos y los silencios perviven durante todo el año para mostrar el orgullo de las gentes por sus imágenes de devoción, que descansan en basílicas y capillas, prestas a tomar la calle en cualquier instante, como en efecto hacen. En medio de esa demostración barroca de la Pasión de Cristo, también hay sangre zamorana. Y de prestigio.

En el ocaso del verano, la firma «Fernández y Enríquez» prepara la restauración del manto de mayor valor de la Esperanza Macarena, la misma que congrega millones de sentimientos la célebre Madrugá del Viernes Santo en la capital hispalense. A ellos corresponde el honor, pero también la responsabilidad de vestir algunas de las más importantes imágenes que las 59 cofradías oficiales de Sevilla.

Y todo por casualidad. Por aquel viaje que el zamorano Fernando Enríquez realizó a Sevilla en 1971, donde conoció a Rafael Fernández, el que sería su socio para impulsar una carrera de prestigio, reconocida hoy en toda Andalucía. Con nombres idénticos, cuarenta años más tarde, sus hijos han heredado un negocio que destina la mayor parte de sus esfuerzos a bordar en oro los encargos de las cofradías sevillanas, pero que ha puesto su sello en instituciones tan importantes como la Casa Real española, el Museo Nacional de Carruajes de Lisboa, la Casa Windsor o el mismo Palacio Real de Arabia Saudí.

De aquel encuentro fortuito entre el zamorano y el sevillano hace cuatro décadas, surgió la oportunidad de diseñar y bordar un repostero, que se convirtió en el verdadero pasaporte para trabajar en el mundo del bordado. A través de un decorador sevillano y de un comerciante malagueño, Fernando y Rafael «padres» abren la puerta del mercado árabe. Al mismo tiempo, aprenden a bordar en oro y afrontan pequeños encargos en la localidad sevillana de Brenes, a veinte kilómetros de la capital, en cuyo casino establecerán el taller de forma definitiva.

Interno en un colegio, un jovencísimo Fernando Enríquez hijo acudía a casa los fines de semana para hacer «algún dibujito» y ayudar en el negocio. Tanto Fernando como Rafael —el hijo de Rafael Fernández — se implican de lleno junto a sus padres en la actividad del taller, que consolida su andadura con el primer gran encargo que les llega de la Pasión sevillana: el manto de San Benito de la Virgen de la Encarnación.

Poco más tarde, la Casa Real busca a los artesanos adecuados para emprender la restauración del Palacio de Oriente. «Fernández y Enríquez» participa en el proceso de selección confeccionando el escudo de Carlos III, que les abre de par en par las puertas del Palacio Real, donde han creado el que consideran su trabajo de mayor valor: el Salón Gasparini, al que suman intervenciones en habitaciones de Madrid y Aranjuez. De ahí surge una relación profesional —ininterrumpida desde 1987— que les lleva a crear los reposteros empleados en el Palacio Real y el Patio de Armas con motivo de la boda de los Príncipes de Asturias.

La decoración del Salón Gasparini, en el Palacio Real, el trabajo «más importante» realizado por la casa

Por eso la carrera de estos zamoranos en colaboración con los sevillanos Rafael Fernández padre e hijo está escrita en oro. El mismo que luce en el Coche de los Océanos, uno de los trabajos más esplendorosos del Museo Nacional de Carruajes de Lisboa. O el que brilla en las exposiciones por toda Europa y Estados Unidos en las que han participado.

Incluidos los trabajos para los países árabes, cuya demanda se desploma tras la Guerra del Golfo y les lleva a dedicarse por entero al bordado religioso, otro mundo. En su taller de Brenes —el reconstruido casino del pueblo— guardan con celo los trabajos que custodian durante el año y aquellos que tienen prestos para su restauración.

Entre ellos, el manto de la Esperanza Macarena, que modificarán con la maestría de una veintena de bordadoras que acumulan décadas de oficio en sus manos. No es el primer encargo que realizan para la Hermandad de la Macarena, para quien han entregado en los últimos años dos mantos de salida, sayas, faldones, palios y estandartes.

Así, la actividad de zamoranos y sevillanos no ha pasado desapercibida entre el mundo cofrade de Sevilla, Málaga o Huelva, donde se han convertido en una institución más del mundo semanasantero.