Ángela y Ana comparten un piso de la capital junto a otras dos chicas desde hace un año y medio y están muy contentas con la convivencia. Tienen entre 30 y 55 años, suelen comer por parejas en la cocina y después de cenar les gusta sentarse en el sofá a ver la televisión.

No son estudiantes ni familiares y aunque al asignarles la vivienda se intenta buscar cierta compatibilidad, lo único que tienen en común es que todas ellas participan en el programa de pisos terapéuticos para personas con problemas de salud mental grave y prolongada.

El objetivo de estos pisos es «enseñarles a vivir con autonomía y, además, acercar a Zamora a la gente que vive en pueblos y así tener más cerca los dispositivos de rehabilitación, a los que acuden diariamente», explica Susana Gil, una de las psicólogas de la Fundación Intras (Investigación y Tratamiento en Salud Mental y Servicios Sociales).

Ángela es más dicharachera, mientras que Ana es más tímida, pero ambas reconocen que están «muy a gusto con las compañeras» y que «hemos mejorado mucho desde que estamos aquí».

Dentro del hogar tienen las tareas domésticas bien repartidas, aunque a unas les gusta más cocinar, mientras que otras prefieren limpiar. Además, hay un personal de supervisión directa que acude dos o tres veces por semana para asegurarse de que todo está en orden, resolver las dudas que les surjan así como «para arreglarnos lo que se nos haya estropeado», cuenta Ángela, natural de Benavente, cuyo plato preferido es la paella.

A Ana, por su parte, le gusta más el pollo al ajillo y es una gran aficionada al ganchillo. Lo último que confeccionó fue una puntilla para un jersey de su hermana y ahora está cosiendo un centro «para colocar en la mesa del salón del piso donde vivimos», explica ilusionada.

Cuentan también con un teléfono de emergencias disponible las 24 horas de los 365 días al año.

En su día a día van por la mañana al centro de Intras, donde realizan talleres de manualidades y practican deportes como el baloncesto o la gimnasia rítmica. A veces les planifican la tarde, para evitar la tendencia al aislamiento que suelen tener las personas con enfermedades mentales. Van juntas a todas esas actividades, que ellas definen como «sus labores». «Yo siempre salgo la última de casa», cuenta Ángela. «¡Claro! Porque andas más rápido y luego nos alcanzas en seguida», matiza Ana. A continuación, ambas se ríen. Después recuerdan sus vacaciones. Las dos las han pasado en sus respectivas localidades de origen, junto a sus hermanas y disfrutando de la compañía de sus sobrinos pequeños.

Existen dos tipos de viviendas terapéuticos: las sanitarias, gestionadas junto a la Gerencia Regional de Salud y las sociales, sin límite de tiempo en la estancia. En Zamora hay tres y cinco pisos respectivamente, sumando en total 16 plazas. La localidad de Toro cuenta con otros dos pisos de cuatro plazas cada uno.

Los habitantes deben estar estabilizados psicopatológicamente y necesitan cierto entrenamiento en las habilidades de la vida diaria, pero no requieren de una supervisión constante. Estas dos mujeres afirman que entre ellas «hay buena convivencia porque nos tenemos mucho respeto» y que al inicio recibieron unas indicaciones básicas sobre cómo usar la vitrocerámica y la calefacción, entre otras cosas.

Normalmente es el profesional de salud mental el que propone a aquellas personas capacitadas para vivir de manera independiente, aunque las familias también lo sugieren en muchas ocasiones. Las revisiones médicas se realizan de la misma manera que si estuvieran en una residencia o vivieran con familiares.

Este plan de trabajo se viene desarrollando en Zamora desde el año 1999 y se complementa con una rehabilitación cognitiva y el entrenamiento de la vida autónoma. Actualmente, hay el mismo número de hombres que de mujeres disfrutando de las ventajas de estas viviendas.

«El proyecto de habilitar nuevos pisos siempre está presente, porque la necesidad existe», concluye Susana Gil, coordinadora del Centro de Rehabilitación Psicosocial. Al contrario de lo que se puede pensar, la esquizofrenia, el trastorno bipolar o el trastorno de la personalidad no son impedimentos para hacer que la vida siga igual a los demás.

«La convivencia es buena porque hay respeto así que yo aquí me encuentro muy agusto»

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Benavente

«Me gusta el ganchillo y ahora estoy haciendo un centro para la mesa del salón»

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Pedrazales