El caballo «se acaba pero los estudios son el gasoil que nos transporta de un sitio a otro, sin eso somos unos fracasados». Quien así se expresa es Emilio Salazar, gitano mayor de Zamora que ha se ha dedicado a la compra venta de equinos, pero «de eso se vive mal, es mucho mejor estudiar», recalcó ayer en La Alhóndiga, durante las jornadas interculturales organizadas por el Ayuntamiento de Zamora y la Fundación Secretariado Gitano. Sus palabras manifiestan el «esfuerzo por la integración», indicaría después Isidro Rodríguez, director general de la Fundación Secretariado Gitano. Y revelan el deseo de dejar atrás la ignorancia.

Si las circunstancias impidieron a los mayores estudiar, los jóvenes tienen hoy la oportunidad de aprovechar la enseñanza reglada. Ese es el mensaje. Y el reto. Porque la mayoría abandona los estudios a los 16 años para arrimar el hombro en el negocio familiar de venta ambulante. «Hay niños escolarizados en Primaria, pero no en Secundaria, cuando es obligatoria», indicó Isidro Rodríguez tras la firma de un convenio a cuatro años con el Ayuntamiento de Zamora, pacto en el que se enmarca la próxima realización de un estudio sobre la población gitana con el fin de atender mejor sus necesidades. El 1,28% de la población zamorana es calé. Un millar de zamoranos, aproximadamente. «Un colectivo importante en número y demanda, por eso queremos trabajar de forma planificada para promover la igualdad», destacó la alcaldesa Rosa Valdeón. Y «acabar así con la estigmatización del pueblo gitano».

«Hay todavía mucha distancia en cuestiones básicas, como el acceso al empleo, la educación o la vivienda, y con la propia imagen del gitano, por la discriminación que padece», señaló Isidro Rodríguez. La Fundación Secretariado Gitano trabaja desde hace más de 25 años por la formación, la integración laboral, la no discriminación y la igualdad de las mujeres y de todo el colectivo en general. El convenio contempla la cesión de un local como sede de la organización en la capital, en el recinto de Requejo, 24, y una subvención municipal de 24.000 euros para el desarrollo de actividades más otros 10.000 euros para material escolar.

Noemí Salazar, mujer gitana que ayer relató su experiencia en las jornadas interculturales, contó con el apoyo de su marido para continuar su formación. Había cursado hasta octavo de EGB y «era buena estudiante pero debido a mi cultura dejé de estudiar, me casé a los 17 años y tuve un hijo, trabajaba en el mercadillo pero ese negocio está cada vez peor». La orientación recibida en el centro de adultos le ayudó a abrirse camino. «Tuve una temporada estresada porque tenía que organizar mis estudios sin desatender mi casa y mi familia». Hoy, con 30 años y «gracias a los estudios», es mediadora intercultural en la Fundación Secretariado Gitano en Zamora.

Para la misma organización, en Valladolid, trabaja María Teresa Gabarre, madre de tres chicos: «Las mujeres valemos más que para cuidar a los hijos y al marido, también servimos para trabajar fuera de casa, y eso nos aporta una vida particular, el comunicarme con otras personas y el ser de ayuda a otras mujeres; si yo lo he hecho, ellas también pueden... si queréis, podéis trabajar». La suya es una historia de superación. El pequeño de sus hijos tiene una discapacidad. «Si ya supone una discriminación ser gitano, con una discapacidad aún más». Fue un «duro golpe». En su comunidad se tiende a «ocultar el problema» pero ella decidió luchar para «normalizar» la vida de su hijo, en tratamiento desde los cinco meses.

De feria en feria. Así vivía Rafael Jiménez, de forma trashumante. Su familia iba «de un sitio a otro con sus carros y bastantes animales... con mucha alegría... cantando y bailando flamenco». A los ocho años su madre le llevó por primera y última vez a la escuela. Sólo fue un mes. Hoy anima a los suyos a ir a la universidad. Eso «sería un cambio radical, grande y hermoso del gitano, sin dejar perder nuestras costumbres», subrayó ante el público, formado en una gran parte por niños y niñas de los colegios Alejandro Casona y La Villarina, además de alumnos del centro de adultos Viriato, que han participado en los concursos de redacción y dibujo, y que ayer recogieron sus premios.

Rafael Jiménez, asentado en Zamora desde hace 36 años, trabajó de joven en el campo, siempre sin contrato. Hasta que comenzó a dedicarse a «lo que sabía hacer, lo que más hacíamos todos los gitanos, comprar y vender». Los enseres y “cacharros” que adquirió en los pueblos de la provincia los vendería después a la antigua Caja Zamora, formando parte hoy de la colección del Museo Etnográfico de Castilla y León.

Los relatos de Noemí Salazar, María Teresa Gabarre, Emilio Salazar y Rafael Jiménez se sucedieron en torno a la simulación de una hoguera típica gitana. Sus vivencias se entremezclaron con la alegre música de dos guitarras y varios cajones flamencos de Larachi, un grupo de jóvenes formado hace unos meses.