La "Operación antorcha" se planeó como una especie de acción de comando, aunque sus protagonistas, gentes del mundo del piragüismo, tenían poco de "hombres de Harrelson" y el dispositivo de seguridad de la llama con destino a Barcelona 92 era tan impresionante que estaba preparado para hacer frente a la acción de cualquier curtido terrorista que se hubiera atrevido a intentarlo.

El objetivo era apropiarse de la antorcha olímpica, o al menos de su llama, y traerla a Zamora, que había quedado excluida del periplo de tan emblemático símbolo a pesar de que la provincia era la segunda de España que más deportistas aportaba al contingente nacional de cara a los Juegos de Barcelona. Tan solo Belén Sánchez y Goyo Vicente habían portado la antorcha en sendos relevos del día anterior en la provincia de León. No lograron su objetivo, aunque sí cierta repercusión propagandística. Se puede decir que Zamora fue precursora de una modalidad de protesta que recientemente, a primeros de mes, se repetía en Londres, esta vez para denunciar la violación de los derechos humanos en la provincia china del Tibet. Pero tanto en Londres como en Zamora los autores del intento de robo de la antorcha se quedaron con el objetivo cumplido a medias: no se llevaron la llama y acabaron esposados por las fuerzas del orden. Eso sí, la repercusión mediática ahí queda.

El robo zamorano de la antorcha se fraguó en secreto, y sólo lo conocían un reducido grupo de personas, once, que finalmente fueron las que protagonizaron el asalto, entre ellas varios piragüistas su entrenador, José Andrés Román Mangas, el entonces dirigente del Club Amigos del Remo Dionisio Alba, el fallecido redactor jefe de este diario Vicente Díez y el alcalde de Castroverde de Campos, Cecilio Lera. Era precisamente el Ayuntamiento de esta localidad el destino final de la llama olímpica una vez "secuestrada": el comando se encerraría a cal y canto en la Casa Consistorial, a salvo de los agentes del orden.

Alba recuerda que por entonces se levantó un fuerte malestar entre las fuerzas vivas de la provincia por lo que se consideraba una exclusión de Zamora en algo tan simbólico como el recorrido de la antorcha. Pero las protestas ante el Comité Olímpico, el Gobierno y la Junta (el entonces procurador del CDS Pedro San Martín presentó una proposición no de Ley) no surtieron efecto. Fue en ese momento cuando se empezó a planificar la acción, con un reducido número de personas a fin de guardar bien en secreto el operativo y evitar filtraciones que dieran al traste con el mismo. Tras un pormenorizado estudio de la situación se decidió el punto más propicio para el ataque: el grupo arrebataría la antorcha al atleta relevista y una moto de trial enfilaría campo a través para evitar la persecución de los vehículos policiales. La antorcha llegaría a Castroverde de Campos y quedaría protegida por la inviolabilidad de la Casa Consistorial, con la complicidad del alcalde, Cecilio Lera. Una furgoneta de Amigos del Remo y el utilitario de Alba, un Seat 127 sirvieron para trasladar al grupo hasta el punto elegido. José Luis, Daniel, Luismi, Santiago, Richard, Sergio, Fermín, Manuel y los ya citados vieron como fracasaba su plan "A": la comitiva se había adelantado respecto a las previsiones y ya no había tiempo de atacar en el punto elegido. Se pasó entonces al plan "B", en el kilómetro 245 de la N-610, en el cruce con la carretera hacia Aguilar de Campos. Parte de la escolta se había adelantado al grupo para inspeccionar el lugar donde estaba previsto parar para el almuerzo. La ocasión la pintaban calva. Los once zamoranos se hacen pasar por animosos aficionados que portan una gran bandera zamorana de diez metros, se acercan sin que nadie sospeche nada al relevista, le rodean con el trapo y le quitan la antorcha. El grupo llevaba varias réplicas de la antorcha olímpica con las que recoger la llama universal y traerla a Zamora. Pero no pudo ser. La Guardia Civil, decenas de agentes, se echaron encima del "comando" en cuestión de segundos. Incluso los supuestos atletas que acompañaban al portador de la antorcha resultaron ser mossos de escuadra de incógnito.

Alba: «No nos mataron de milagro, pero tuvimos un final feliz»

«No nos mataron de milagro», recuerda Dionisio Alba, cuando revive la imagen de los guardias con su arma reglamentaria desenfundada. No era para menos. La antorcha olímpica estaba amenazada por ETA y el prestigio nacional estaba en juego. Los agentes no se anduvieron con remilgos a la hora de reducir a los autores del intento de robo y apagar las réplicas de la antorcha encendidas con el fuego olímpico. Debidamente esposados, con las manos sobre los vehículos y férreamente vigilados por los agentes armados de sus porras reglamentarias, los zamoranos sabían su destino: el calabozo. Por eso tenían ya prevista la asistencia de un letrado que intentaría sacarles del embrollo con el menor número de "daños colaterales". Un abogado que les asesoró también sobre lo que podían hacer o no en el intento de "secuestro" de la antorcha para no cometer alguna torpeza de imprevisibles consecuencias legales. «Teníamos hasta abogado en Valladolid, porque sabíamos que nos íbamos a la cárcel aquella noche». La Guardia Civil que les detuvo, no obstante, «tuvo con nosotros un comportamiento exquisito» en cuanto les explicaron quiénes eran y el motivo de la acción y, sobre todo, cuando respiraron aliviados al constatar de que no se las veían con terroristas ni nada parecido. Los policías autonómicos catalanes «tenían más mala leche», recuerda Alba, y también el gobernador civil, que les echó una buena reprimenda. Aún hoy, los protagonistas de aquel incidente piensan que en absoluto se trató de una acción absurda o ridícula, sino que «mereció la pena. Yo creo que lo volvería a hacer», afirma el ex dirigente del club piragüista más importante de España en ese momento. De momento el relevo lo han tomado los amigos del Tíbet.