Es un libro recopilatorio, breve de paginación, intenso en sugerencias. "De verde a viejo. De viejo a verde" (en editorial Lucina), de Agustín García Calvo, ofrece 24 artículos, de los que llaman periodísticos, aunque éstos suelen ser otra cosa. El autor habla de «andanadas», y le asiste la razón. Son intentos de asaltar, desde la pacífica dialéctica, los muros de los convencionalismos bienpensantes, de los tópicos que han echado raíces, de la modorronería y la antigualla que se elevan a categoría intelectual. Y todo está dicho, y dialogado, con ironía inteligente.

Con escéptica ironía, en esa veintena de conversaciones entre abuelo y nieto, entre experiencia e ilusión, entre sabiduría y frescura intuitiva, el filósofo y filólogo desgrana sus ideas (porque, diga lo que diga, no ha terminado de arrancarlas de cuajo, ni él ni nadie). La recopilación de las «andanadas» -aparecieron en el periódico madrileño "La Razón", del 20 de septiembre de 2006 al 19 de septiembre de 2007- gustará a los lectores y a otros seguidores de la obra del autor zamorano. Porque está Agustín García Calvo, presentado con aire más ligero, en su autenticidad: no sigue órdenes, mandatos o mandamientos, correcciones políticas. «No estoy seguro, en medio de la balumba de informaciones, literaturas y filosofías consoladoras, en que se anega el sentido y sentir común que entre la gente quede, de que valga la pena intentar que se cuele algo de una voz que tal vez al menos no dice lo que está mandado que se diga; sólo que tampoco estoy seguro de lo contrario», dice en la "Presentación". Seguras inseguridades. La sabia duda que todo lo sistematiza, aunque ni dios esté libre, a veces, de los maniqueismos.

El latinista zamorano habla de «juego de voces». Aparentemente, es lo primero. O lo que está más a la vista. Pero los textos van más allá. Y muestran cómo el autor se desdobla y cada vez es más auténtica su expresión: en esa mirada fresca y en esa visión burlona. Sobre el Régimen, la Fe, el Capital, el Futuro, la Realidad, el Orden...y todo lo demás. García Calvo ha escrito mucho -y, entre eso, mucho teatro- y construye vivos diálogos entre el nieto y el abuelo. Y la crítica (siempre mordaz, que no hiriente). Que también puede llamarse de otras maneras. Aparece ahí, expresada sin fiereza, sin dureza. Dicha con segura tranquilidad. Sin manotear, sin levantar mucho la voz. Desde la primera página. «Pero ¿es que tú, muchacho no te cabreas igual que yo con sólo que eches una mirada en torno, desde los latazos de política nacional, internacional, sanitaria, educativa, hasta las pláticas familiares sobre chalé con dos garajes o el supernuevo tipo de movilitos, al mundo entero descuartizándose en horrores y miserias o, si no, en obras urbanísticas, y más y más, para el futuro, arrasando lo que quedaba de ciudades y de pueblos, y luego los vendedores por los Medios invitándote entusiásticos a que te diviertas con los deportes, con el sexo, con los viajes a la Chimbamba?».

Eso. O la matanza (educativa) de inocentes, o el dinero que no avasalla por lo que destruye, sin por lo que construye», o el «din don» de la Navidad y su «derroche de luces y ruidos», o el psicoanálisis de Dios, o el insostenible desarrollo sostenible, o los «conflictos falsos» de los Medios, o la condena «de ir con los tiempos», o «las fealdades giganteas de arquitectos de moda», o las rimbombantes creaciones del siglo, o «el novamás de la Historia», o la poesía que se vende... O, por qué no, así lo recuerda, «lo pobre que era aún el Capital hace 50 años, comparado con su poder hoy día». Ahí, también, descubre, con esa perspicacia octogenaria, que no mete bulla para convocar e interesar, la frecuente ausencia de sentido común en la sociedad de estos días. A ver si ya ni queda eso que nos mantiene vivos. Dialoguemos. De igual a igual, como proponía aquel buen hombre. Incluso puede ser sanamente democrático. Una característica de la obra de Agustín García Calvo, nada estudiada -algunos se dejan las pestañas en analizar filosofías y gramáticas, líricas y prosodias, lógicas y dramatizaciones, narrativas y lingüísticas-, es el uso, o el rescate, de vocablos de bella sonoridad, que estuvieron en el habla común y acaso ya no se encuentran ni en los diccionarios de términos en desuso, perdidos o extraviados. Son palabras jugosas, empleadas con naturalidad, como pronunciadas desde la memoria. Vean: encalabrinar, murria, troche-moche, trampantojos, repetencia, pujo, cinematurgos... Tantas. En una veintena de artículos y medio centenar de páginas. Aparentemente, sí, tan leves. Verdaderamente, tan hondas en su sencillez.