Vecinos del entorno del puente de la vía del ferrocarril, en La Candelaria, tienen sus propias armas para tener a raya a la población roedora. Al menos media docena de personas depositan con frecuencia comida en los alrededores del tunel para mantener en la zona a tres o cuatro felinos que, «lejos de hacer un daño, cumplen una función», se expresa un vecino que lleva casi una década alimentando a gatos callejeros para evitar la presencia de ratas en el barrio. No es el único. Sus nombres quedan en el anonimato. La normativa municipal prohibe y sanciona el hecho de dar comida a los animales vagabundos, un aspecto en el que incide la última campaña sobre tenencia de animales de compañía puesta en marcha por el Ayuntamiento de Zamora.

La Concejalía de Salud Pública advierte de que la manutención de gatos vagabundos puede ser contraproducente, y «puede generar un desequilibrio de la especie y dar lugar a una verdadera plaga». «¿Y qué es peor: los gatos, o las ratas?», se preguntan en la Asociación de Vecinos de La Candelaria, que ha denunciado el «vergonzoso» estado en que se encuentra el entorno del puente de la vía, lleno de basuras.

El abandono y la suciedad no ayudan pero, en el caso concreto de esa zona de La Candelaria, no es la que provoca la presencia de ratas, al menos según uno de los vecinos consultados, un hombre de mediana edad que dice que «las ratas salen del tunel», cerrado hace años, después de que se clausurada la línea de ferrocarril entre Salamanca y Zamora. «Como tiene que tener una aireación, se dejaron unas aberturas». Y en su interior, «tiene que haber hasta cocodrilos», bromea el mismo. Cuenta que los primeros gatos aparecieron por sí solos hace ocho o diez años y que desde entonces «no se han vuelto a ver ratas». Alguna vez las vio desde el balcón, por la noche. «Corrían como conejos».

Pero otros vecinos aseguran haber visto ratas más recientemente, «y tan grandes como gatos». «Del verano para acá he cerrado un par de veces la puerta de la tienda porque he visto o me han dicho que habían visto ratas en los alrededores, y a mí me dan pánico», relata la propietaria de un negocio en Candelaria Ruiz del Arbol.

La concejala de Bienestar Social y Salud Pública, María José Martínez Velarte, emplaza a quienes observen la presencia de roedores a comunicar su existencia a la institución local, que trasladará la queja a la empresa que se encarga de las labores de desratización, que lleva a cabo de forma trimestral. Esa sería, indica la concejala, la actuación correcta, en vez de proceder a la alimentación de gatos vagabundos. Esa acción no es exclusiva de La Candelaria. Ocurre en otras zonas de la capital, bien por lástima, bien por la idea de tener controladas a las ratas.

Lo más efectivo, para algunos, es un gato. Así piensa otra vecina que se encarga cada semana de depositar en la calle un bote de comida para gatos. Hay quien echa montones de pienso, lo que también es criticado por quienes dan de comer a los felinos. «Algunos hacen barbaridades, dan comida seca, sin ofrecerles también agua, y luego no lo comen, queda el pienso por ahí, estorbando y creando mal efecto», se queja el hombre de mediana edad. Ninguno de los consultados se muestra en contra de la labor de la empresa de desratización, aunque sí lamentan que el veneno que se deposita para acabar con las ratas pueda ser ingerido por perros. Además, hay quien cree que «las ratas se acostumbran al veneno y vuelven a salir».

Salud Pública alerta de la creación de colonias de gatos con la manutención de los vagabundos. Quienes así lo hacen, sin creer que sea algo que esté mal, aseguran que no hay tantos como pudiera creerse, que muchos desaparecen, porque se van o porque mueren atropellados.

En el puente de la vía del tren, en La Candelaria, dicen que hay cuatro. Hay quien les tiene puestos nombres: Piki, Tuka, Yerri y Susa. La comida no les falta. Pero su instinto cazador les hace ir voraces en cuanto ven un roedor, o una paloma. Y quienes les alimentan se sienten más tranquilos.