Son la cara y la cruz de una guerra. Uno vio morir o desaparecer de su lado a 584 españoles, el otro sólo tuvo un muerto «por accidente» en su batallón y un herido, que recibió el impacto «por mala suerte: la bala rebotó y le dio en el pie». Mientras uno, soldado raso de la Agrupación de Banderas Paracaidistas del Ejército de Tierra, Manuel Bruno Pérez, estuvo en la ofensiva, en el campo de batalla; el otro, teniente de Infantería, Santiago Estébanez Gómez, estuvo en posición defensiva: «para cubrir dos carreteras, la entrada por el Sur».

Ambos participaron en la "Guerra Olvidada", también denominada de Ifni; uno con 21 años, el otro con 30. De ello, de las «penurias» pasadas, supieron cuando Zamora les unió años después. Bruno lo describe como «sangrienta y terrible» guerra en la que sobrevivió envuelto en muerte durante dos largos años. De las estrecheces y «necesidades» propias de un lugar asediado pero no de gran riesgo, «no falta de comida», habla Estébanez, que paso once meses en el frente. «Donde yo me encontraba estábamos muy bien protegidos por los montañas, arriba y minados», con el mar al pie. «Ahí he comido yo los percebes más grandes que he visto en mi vida», y mejillones que los propios soldados españoles pescaban. Para Bruno la experiencia resultó «horrible, escaseaba de todo porque no había de nada. Sobre todo me acuerdo de la sed». ¿Pasó hambre?: «¿hambre?», replica Manuel Bruno, «el hambre era de mil colores. Sólo había sardinas? y carne de camello».

Y es que, reconoce su amigo Estébanez, los paracaidistas eran otra cosa. «Se movían, lo nuestro era estabilidad, pero ellos iban a socorrer a los puestos, a atacar por tierra y aire». Así que su compañero de "batalla" fue «testigo de muchas muertes. Participé en avión y en tierra en todas las operaciones que hubo, en todos los campos de batalla». Su «bautismo de fuego y sangre, como lo llamaban allí, que me repugna recordarlo», fue en Tigisi Iguramen y Tagraga. «Ya antes de saltar del avión los marroquíes nos estaban zumbando, era una batalla a quién más podía, con ametralladoras, fusiles y morteros; era un cuerpo a cuerpo, un cara a cara con el enemigo continuo», rememora Bruno, chófer del comandante Tomás Pallás durante cuatro años, de los cuales dos estuvo destinado en Sidi Ifni.

Mucho más privilegiado fue Estébanez, quien no se vio «obligado a dejar a los compañeros heridos» a expensas del enemigo, a sabiendas de que «les torturarían, les cortaban los pies, las manos?, para que hablaran. Fue lo peor a lo que me tuve que enfrentar», añade Bruno. El oficial no convivió con la muerte, de hecho, el primer muerto «lo vi en el cementerio de Ifni, cuando estábamos haciendo un servicio de vigilancia y llegaron los muertos del pelotón Sevilla».«No vimos el horror muy de cerca», admite, mientras cuenta cómo «el primer día» que pasaron en el frente «todo el mundo disparaba al menor ruido, a lo que fuera. Al día siguiente había diez o doce camellos y burros muertos. Eso fue el desfogue. La gente no estaba acostumbrada al fuego, pero enseguida se adaptó».

Los días posteriores, hasta los once meses que pasó en Sidi Ifni -desde el 28 de noviembre de 1957 hasta finales de febrero de 1958-, se fueron calmando los ánimos. Aunque todo se hacía con vigilancia, «hasta cuando íbamos a pescar los mejillones». Las veinticuatro horas del día los soldados permanecían alerta, «yo de noche no dormía porque era cuando había más peligro. De día, como estábamos arriba, con la luz, se controlaba bien» la zona.

El teniente Estébanez mantiene intacta la imagen de dos camiones «cargados de muertos, del pelotón Sevilla, que cayeron en una emboscada». Cercado entre dos montañas estuvo Manuel Bruno «con unos cuantos, entre ellos el hijo del gobernador militar de Zamora, Manuel Sáez de Saraseta. Conocedores de cómo se las gastaba el ejército marroquí, «nos colocamos una granada debajo del pecho para morir si nos cogían, era preferible a que te torturaran».

¿Algo bueno de esa vivencia?. Las respuestas son dispares también. Para Bruno «es imposible sacar la parte buena, no hay ninguna». Tal así para este zamorano de Santa Clara de Avedillo que, a renglón seguido, ni corto ni perezoso afirma que «lo único bueno fue que me dieron tres tiros en una pierna». Ahí terminó la guerra para él, que volvió a España de Africa para curar las heridas.

Estébanez, en cambio, con 50, hombres a su cargo, se refiere a los valores que afloran cuando vienen mal dadas, en situaciones límite como la vivida. Se trajo a España, a Zamora, donde se casó, el «compañerismo, la amistad, la ayuda desinteresada a cualquiera, valores morales porque estás aislado, dependes de los demás y los demás de ti». A la memoria le viene la Nochebuena pasada en aquellas montañas africanas, donde cada uno comió «tres sardinas de lata y un trozo de pan porque habíamos cambiado de posición y el rancho que llevábamos tuvimos que repartirlo con otro pelotón».

Alcohol no había. Unicamente les llegó «un poco» con el aguinaldo de Navidad, que no pudimos desembarcarlo porque la playa no estaba nunca en condiciones y tuvieron que trasladarlo a Sidi Ifni. Luego nos lo llevó el general, pero ya se habían perdido cosas».

La mayoría eran jóvenes, como Manuel Bruno, salvo los oficiales, indica Bruno. Cayeron «cientos de personas, pero en España se trataba de ocultar porque sólo se decía lo que el dictador, Franco, quería, pero a la larga se sabía porque nosotros escribíamos a las familias contando lo que pasaba». Y frente a esos horrores recuerda la frivolidad de una actuación, entre varias, la de «Carmen Sevilla, que la tuve que llevar yo en el coche del comandante Pallás. Se alojó en la casa del gobernador militar».

La vuelta no fue traumática para Santiago Estébanez, al que esperaba su novia zamorana para casarse. En 1958 el Gobierno español decidió relevar a los oficiales destacados en Sidi Ifni por profesionales «porque empezó a haber bajas», aunque «lo peor fue antes del 58». Se barajan cifras de 199 muertos, 573 heridos y 80 desaparecidos. Estébanez «hubiera querido continuar» pero era oficial de complemento, no profesional. Para otros muchos el regreso supuso otra pesadilla: enfrentarse al daño emocional derivado de la guerra. «Muchos compañeros tuvieron que ir a psicólogos y psiquiatras porque en las guerras, por pequeñas que sean, se viven horrores, todo es absurdo, se pierden amigos íntimos de verdad, date cuenta de que éramos grupos reducidos y nos conocíamos todos», dice Bruno.

Ni las inclemencias del tiempo afectaron de igual manera a los dos zamoranos: «tampoco pasamos mucho frío porque por la noche teníamos el capote y la manta y las tiendas» de cuatro plazas, comenta Estébanez. De las diferencias radicales de temperatura que le pregunten a Bruno, que a sus 71 años aún no ha logrado olvidar los bruscos cambios, «de 45 grados por el día pasabas a cero grados por la noche, era tremendo».

Ambos partieron de Cádiz, Estébanez en el crucero "Canarias" y Bruno en "Neptuno". Los dos coinciden en que «nadie sabíamos a lo que íbamos, te lo imaginabas», pero nunca creyeron que sería una experiencia tan fuerte. Para Bruno fue aún peor, ya que partió el 17 de diciembre de 1956, cuando la guerra estaba en sus primeros momentos. «Cuando puse el pie en Sidi Ifni me pareció que estaba en otro mundo» y no sólo por el enfrentamiento armado, sino por el tipo de vida que se llevaba, «las moras iban todas tapadas y los moros con la chilaba y el puñal curvado en asomando». Salían por el pueblo de dos en dos, «eran unos 300 habitantes, pero cuando venían con fusiles venían a miles. Y aguantaban mucho, un mes encima de una peña, se enterraban en la arena, no se les veía y desde allí nos disparaban».