Cerca de las seis de la tarde comenzaba ayer a conocerse la noticia: Ramón Abrantes, el escultor, había fallecido. Nacido el 28 de enero de 1930 en la localidad zamorana de Corrales del Vino, Abrantes era conocido y admirado en el mundo de las artes por su condición de autodidacta. «No tenía estudios pero no le hicieron falta porque era el mejor de su profesión», comenta el que fuera su alumno, el escultor Ricardo Flecha.

Abrantes no era un artista convencional. Ligado a la izquierda, se caracterizó siempre por ir contra corriente, «contra la norma», especifica el escultor zamorano. El imaginero zamorano recuerda que «en tiempos de Franco estuvo marginado, pero llegó a ser el mejor de todos».

Su obra, personal e íntima, se conserva sobre todo en colecciones particulares. En ella tiene un protagonismo especial la figura femenina a la que representó en todas sus formas. Pero si una de ellas destacó fue la de la maternidad. En la ciudad hay varias muestras de su trabajo. La más importante para muchos compañeros de profesión sea la fuente que se encuentra en el claustro de la Diputación. Abrantes también realizó el grupo escultórico que corona el edificio de la Cámara de Comercio.

Aunque, de todas, su obra más conocida sea la Virgen de la Amargura, que desfila en la Cofradía de Jesús en su Tercera Caída. Además, realizó varios bocetos, entre ellos el de un Nazareno, que nunca llegaron a concluirse. En 1961 fue el encargado de restaurar el Jesús Caído de Quintín de Torre que también desfila en la tarde del Lunes Santo.

A Ramón Abrantes se le recordará además, por ser el primero al que «se le ocurrió restaurar los gigantes, gigantillas y a la Tarasca (en tiempos en los que era alcalde Francisco Pérez Lozao) que hasta entonces estaban abandonadas», recuerda Flecha.

El escultor era todo un artífice del oficio. «Trabajaba el mármol y el bronce e incluso la pizarra, que es lo más difícil», recuerda el imaginero.

Herminio Ramos, historiador y amigo del artista fallecido, se asombra de su capacidad para «ver en el tocho de mármol la figura», y recuerda la anécdota de que una vez en el mercado le dieron unos cacahuetes y se guardó uno en el bolsillo. «Cuando llegó al taller se puso a esculpir en mármol una forma femenina que le había inspirado el cacahuete. Estuvo dos días trabajando hasta que por fin le salió lo que quería», afirma el cronista de la ciudad.

Ramos recuerda que Abrantes fue muy amigo de tres grandes genios: Blas de Otero, Claudio Rodríguez y Baltasar Lobo. «Fue el único que mantuvo la correspondencia con Lobo después de la guerra. Tiene cientos de cartas suyas», explica el historiador.

Precisamente con Lobo, al que visitó muchas veces en París, tenía muy buenas anécdotas. En cierta ocasión, Lobo y él fueron a visitar el Museo de Rodin y vieron que en uno de los pedestales del jardín de la casa-museo no había escultura. «Baltasar Lobo le dijo a Ramón que ahí, en ese pedestal vacío, debía ir una obra suya. Lobo lo admiraba mucho», recuerda Flecha.

La vigilia de funeral tendrá lugar mañana domingo, a las diez de la mañana, en la Iglesia Parroquial de San José Obrero. Acto seguido los restos mortales del escultor serán conducidos al cementerio de San Atilano. La misa de funeral se celebrará el lunes 21 a las siete de la tarde en la citada parroquia. La capilla ardiente está desde ayer instalada en los velatorios de la Funeraria Nuestra Señora del Tránsito.